La represalia de Irán por el ataque a su consulado en Siria tomó la forma de un masivo ataque con drones y misiles en contra de objetivos militares israelíes. La noticia provocó preocupación en el mundo. Se habló, incluso, del “inicio de la III Guerra Mundial”. No es eso. Pero la guerra, esa ya comenzó hace rato.
Los ataques habían sido anticipados luego de que el gobierno iraní anunciara que respondería al bombardeo al consulado de ese país en la capital siria, Damasco, a inicios de mes. Pero también la ejecución fue detectada tempranamente por los servicios de inteligencia estadounidenses, debido al envío de un enjambre de drones que se acercaban lentamente hacia las posiciones israelíes, cruzando el espacio aéreo de, a lo menos, Irak y Siria.
La táctica, que emula operaciones similares realizadas por Rusia en la guerra en Ucrania, busca saturar las defensas aéreas para posteriormente enviar misiles balísticos de gran poder destructivo.
Israel, que posee uno de los mayores sistemas de defensa antiaérea del mundo, aseguró que había interceptado a “la mayor parte” de los misiles y drones. Sin embargo, Estados Unidos y el Reino Unido informaron que sus fuerzas aéreas debieron colaborar en esa tarea.
Según Tel Aviv, los daños provocados por el ataque son “ligeros”.
Esa versión es contradicha por registros, divulgados en redes sociales, que muestran el impacto de misiles en objetivos terrestres, especialmente en la base militar de Nevatim, en el desierto del Negev. Esas instalaciones albergan a parte de la flota de cazas F-35 de las fuerzas de defensa israelíes. Se trata de los mismos aviones empleados en los bombardeos en contra de la población civil y en distintos ataques en otros países de la región.
El gobierno iraní declaró que, con esta operación, daba por “concluido” el castigo en contra de Israel.
La respuesta del régimen israelí no está clara. A los tonos belicistas se contrapone la posición de Estados Unidos, que se apresuró en señalar que no prestaría apoyo a un ataque israelí en contra de Irán. De acuerdo a versiones, el presidente Joseph Biden habría recomendado al premier Binyamin Netanyahu “quedarse con la ganancia”, en referencia a la, supuestamente, exitosa repulsión del ataque aéreo.
El hecho concreto es que Israel no está en condiciones, sin asistencia de Estados Unidos, de realizar una campaña sostenida en contra de Irán, más aún cuando continúa enfrentando la resistencia armada palestina en Gaza y mantiene a una parte sustancial de su fuerza orientada hacia la frontera con el Líbano.
El ataque del sábado no significa el inicio de una guerra. Es un episodio más de una larga guerra en la región, librada en territorio sirio, y que se ha extendido, en perjuicio de Israel y de los intereses de Estados Unidos.
La operación demostró el poderío de la industria militar iraní, su capacidad de golpear a un enemigo a más mil kilómetros de distancia y la vulnerabilidad estratégica de Israel.
La condición para que no haya una escalación del enfrentamiento es paradójica. El golpe recibido sirve de freno frente al impulso israelí de ampliar el conflicto. Pero para eso, el régimen debe negar la verdadera magnitud del golpe.
Los próximos días veremos probablemente, como ya estamos acostumbrados, una ofensiva propagandística que ensalzará la capacidad de defensa israelí y la debilidad del ataque iraní. Los hechos son otros. Pero en este caso, las manipulaciones sirven a una causa que, en lo inmediato, es positiva: evitar una escalada.