Repúblicas bananeras

El asalto a la embajada mexicana en Ecuador y el secuestro del ex vicepresidente Jorge Glas, refugiado en la legación es sólo último de una serie de episodios que demuestran el descenso de los regímenes latinoamericanos a una condición propio de inicios del siglo XX: las repúblicas bananeras.

Es una circunstancia poco feliz, pero real. Ecuador hoy, en abril del año 2024, es una república bananera. Lo es en términos tan literales que superan la expresión despectiva usada con frecuencia para designar condiciones de atraso, de corrupción o de dependencia en nuestros países.

Veamos: Ecuador, junto a Guatemala y Honduras, principalmente, es la nación que dio origen al mote de “banana republic”, que se empleó en los Estados Unidos para designar a aquellas semicolonias del imperialismo norteamericano que estaban dominadas por la United Fruit Company, la mayor productora de plátanos para el mercado mundial.

A diferencia de los países centroamericanos, sin embargo, en Ecuador, que en la mitad del siglo pasado se convirtió en el principal exportador de plátanos, surgió un competidor nacional de importancia, que subsiste hasta hoy.

Se trata del llamado grupo Noboa. Su jefe, Álvaro Noboa, logró el año pasado lo que a él le fue vedado en las cinco ocasiones: la presidencia de Ecuador. No personalmente, sino mediante su hijo Daniel, quien aprovechó la destitución del presidente Guillermo Lasso para hacerse elegir por lo que queda de su mandato.

Ese inesperado triunfo electoral -que corroboró el fracaso político de las corrientes que respaldan al ex presidente Rafael Correa y de los movimientos indigenistas que se destacaron por su oportunismo ante las masivas movilizaciones populares que han sacudido al país desde 2019- fue un hecho afortunado para el grupo Noboa.

Ocurre que el negocio de los plátanos no va tan bien. Debido a las sanciones occidentales, el principal comprador de las frutas de Noboa, Rusia, ha reducido su demanda.

Noboa, cuya influencia y poder político se centra en la zona costeña y tropical de Ecuador, recurrió a una oportunidad de negocios alternativa. Las cajas de plátano -el cartón mismo es producido por su grupo económico- salen del puerto de Guayaquil, sobre todo, a destinos en Europa.

Álvaro Noboa, magnate bananero, y sus hijos Daniel (izq.) y John Sebastián, en una foto tomada en Chile en 2007

Y ese puerto se ha convertido en una fundamental pieza del circuito de la cocaína, procedente de los países vecinos, Perú, Bolivia y Colombia. En la medida en que el mercado estadounidense está inundado por drogas sintéticas, producidas en ese mismo país, la cocaína y sus derivados se han dirigido crecientemente a Europa.

Frente a sus narices, Guayaquil se convirtió en una terminal de frutas tropicales, café y petróleo, en el punto de partida del contrabando de drogas, bajo el manto de cargamentos de, entre otros productos,… ¡plátanos Noboa!

Sin embargo, el narcotráfico, sobre todo cuando está en la fase de la conquista de nuevas rutas de comercialización y de mercados finales es altamente, digamos, competitivo. Así como los dealers en Barcelona, París o Estocolmo se disputan esquinas y barrios para la venta minorista, los grupos criminales y empresariales también pelean por el control último de la cadena de suministro.

Ese es el origen del explosivo aumento de guerras de pandillas, asesinatos por encargo, y conflictos en las cárceles que han sacudido a Ecuador desde los gobiernos de Moreno y Lasso y que se han intensificado en los últimos dos años.

Noboa decidió intervenir en esa guerra, apoyándose en la fuerza del Estado. Su hijo declaró un estado de guerra interna y desplegó al ejército como fuerza policial. Al militarizar el país, espera el grupo Noboa, podrá mantener también el control de la presidencia en las próximas elecciones.

Otro que no se saca los lentes ahumados: Daniel Noboa, presidente de Ecuador

La medida, por supuesto, no ha reducido la cantidad de asesinatos y tiroteos. La ha aumentado.

Este narco-banana-gobierno, entonces, es el que ordenó el asalto armado a la legación de México para secuestrar al ex vicepresidente de Ecuador.

Jorge Glas fue vicepresidente de Rafael Correa y de su sucesor, Lenin Moreno. Cuando éste último rompió con el correísmo, implicó a Glas en el caso Odebrecht y maquinó su destitución.

Glas, luego de pasar varios meses en la cárcel, solicitó asilo político en la embajada mexicana, cuando el actual gobierno reactivó otras causas en su contra.

La acción de Noboa en contra de la legación mexicana no tiene precedentes o, para ser más exactos, hay muchos precedentes históricos en que gobiernos criminales se abstuvieron de atacar embajadas y capturar refugiados políticos.

¿Por qué en este caso, entonces, Noboa optó por este camino?

Hay dos razones. El rey de los plátanos que dirige a su hijo leso presidente está en medio de una guerra mafiosa. No iba a detenerse en nimiedades legales. Un narco actúa como tal.

Pero la otra razón es más preocupante. Está claro que Noboa obtuvo el visto bueno de la embajada de Estados Unidos para esta provocación insólita. Washington, enfrascado como está, en una guerra en Europa, en la incertidumbre política interna y en la competencia con otras potencias, recurre a su manual histórico. Y en esas las repúblicas bananeras están destacadas con letras doradas.

Aquí está el fondo de los conflictos latinoamericanos. Urge sacar las conclusiones correspondientes de esta situación. Al menos, los que no son vendepatrias, narcos, y arrastrados, deberán aprestarse para conjurar, nuevamente, a aquellos “héroes inquietos/que conquistaron la grandeza,/la libertad y las banderas”, como cantara Neruda cuando examinó a las “repúblicas banana”.