Horas después de que los pacos allanaran la mansión del jefe de la PDI y su cuartel central, renunció el director general de Investigaciones, Sergio Muñoz. El rati está envuelto en una intriga de alto calibre, debido a sus conexiones con Luis Hermosilla, el abogado de Piñera y del principal asesor de Boric.
Antes, estas cosas se resolvían a balazo limpio. ¿Cómo que el OS-9 quiere entrar a General Mackenna? “¿A la oficina del jefe, más encima? ¡Métete tu orden de allanamiento donde mejor te quepa, paco ordinario, que te creí’! Pa’ que sepai’, nosotros no somos na’ de las chacras, somos una policía cien-tí-fi-ca.” Etcétera, etcétera, en medio del “clack-clack” de las correderas de las pistolas.
Pero las cosas ya no son así. Los pacos no solamente entraron al despacho de Sergio Muñoz, el director general de la PDI, sino que, de madrugada, a su fastuosa casa, una vivienda fiscal que él, bueno, no él, la PDI, le arrienda a la Fach, en una notable circulación de recursos del Estado.
La fiscalía informó que los allanamientos “se enmarcan en la investigación conocida como caso audios” y que pedirá la formalización de Muñoz por dos delitos.
¿Caso audios? ¿Cuál es ese? Ya nadie se acuerda, pero se trata de las grabaciones de Luis Hermosilla, el abogado con relaciones con todo el mundo, en que se hablaba de cómo como coimeaban a los funcionarios de Impuestos Internos y de la Comisión de Mercados Financieros, CMF, entre otras perlas.
Es lógico que nadie se acuerde. Si no ha pasada nada.
Uno de los implicados, el hijo del ministro de Vivienda, Carlos Montes, el jefe de la unidad investigación de la CMF, Andrés Montes, ya fue restituido en el cargo. Ningún problema, todo bien. Nunca, nunca, le pasó información a Hermosilla para alertarlo de las investigaciones a su socio, el estafador Daniel Sauer. Libre de polvo y paja.
Eso fue una investigación administrativa.
¿Qué pasa con las indagatorias criminales, que dirige la fiscalía? Bueno, de acuerdo a las filtraciones de esos mismos fiscales a la prensa, todo está centrado en el eslabón más débil de la cadena, Leonarda Villalobos. Ella hizo la famosa grabación y se la vendió… o regaló… a un competidor del mentado estafador. Claramente, ahí debe haber un delito. Un delito, se entiende, en que Hermosilla no tiene nada que ver.
Y ahora resulta que los pacos, intruseando en los Whatsapp o Telegram o Signal de Hermosilla encontraron unos mensajes nada que ver con nada, pero muy incriminatorios para Sergio Muñoz. Se supone que no deberían siquiera leer asuntos que no estén relacionados con la investigación. ¿Pero qué podían hacer lo genios del OS-9 si ya habían visto los mensajes aquellos? No se pueden desver. Y pillos como son, vieron al toque que había un delito, uno completamente distinto.
De qué exactamente se trata, no se sabe.
Pero se puede suponer que Muñoz le pasaba información a Hermosilla, por ejemplo, sobre la investigación a uno de sus clientes, Héctor Espinosa, quien es antecesor de Muñoz como director general de la PDI y su antiguo mentor. A Espinosa, recordemos, lo habían pillado robando de los gastos reservados de la policía. Mandaba a su ayudante a depositarle la plata y se compraba autos e inmuebles. La cosa sana, lo de siempre.
Según se ha dicho, sin embargo, los mensajes no sólo se refieren a este caso. Habrá que ver.
Para perseguir a Muñoz, la fiscalía tiene que hacer algunas contorsiones jurídicas. ¿Cómo acusarlo sin dañar a Hermosilla? La solución es simple: los delitos que se le atribuyen son violación de secreto por un funcionario público y entregar información sobre una investigación de lavado de activos.
Los dos cargos son muy…, digamos, suaves. A nadie lo persiguen por eso. Para la fiscalía ese tipo de cosas son normalmente menudencias que no merecen su atención.
Pero en este caso, es la única manera en que zafa Hermosilla, quien queda como “testigo” en la causa. Distinto sería obstrucción a la justicia o encubrimiento. Único problema con esas hipótesis: si lo hizo Muñoz, también lo hizo Hermosilla. Y no queremos eso ¿verdad?
Todo esto hace pensar que Muñoz fue objeto de una intriga. ¿De quién? Ya lo sabremos.
Por lo pronto, en el gobierno la noticia cayó como una bomba de racimo. De nuevo alguien está operando y ellos no lo sabían. Lo único que tenían claro es que Muñoz debía renunciar. Renunciar, se entiende, como lo opuesto a echarlo. Porque ¿cómo iban a destituir a Muñoz por pasar unos datitos útiles y, al mismo tiempo, seguir respaldando a jefe de Carabineros -la otra policía, la misma que pilló a Muñoz- quien será formalizado por crímenes de lesa humanidad?
Así que, de nuevo, alto drama en La Moneda. Que sí, que no. Justo, cosas de la vida, se iba realizar un homenaje al ex ministro del Interior de Salvador Allende y padre de la actual ministra del ramo, José Tohá, ahí mismo, en el palacio presidencial. Muñoz era uno de los invitados especiales a la ceremonia. Al final, no pudo ir. Pero… apareció su colega policial, el general Ricardo Yáñez, el de los crímenes de la lesa humanidad. Qué preocupado.
Sólo en la noche, Muñoz finalmente cedió y presentó su renuncia.
Esas son las malas juntas, pues.
¿Pero qué iba a hacer?
En este negocio, nadie es bueno.