El segundo aniversario del gobierno de Gabriel Boric prohíbe un balance político, como sería habitual. La nada misma no puede ser evaluada. En cambio, sí es posible constatar la continuidad de las políticas de Piñera, aunque en una versión de ajuste y austeridad neoliberales, además de la implementación de las “ideas” más salientes del programa electoral de José Antonio Kast. ¿Es esto… paradójico? Menos de lo que parece.
Se había tomado el tiempo para un pequeño desvío al Pacífico. El premier español, Pedro Sánchez, había viajado a Brasil para conferenciar Luiz Inacio Lula da Silva. Había mucho de qué hablar. El gobierno del PSOE pende de un hilo en el parlamento, en Europa los vientos van en dirección contraria…; siempre es bueno ampliar los apoyos, quizás más allá del océano. Además, el estado brasileño está gastando buen dinero para estimular a la economía, y las empresas españolas bien podrían agarrar parte de la tajada.
En comparación a lo denso de la agenda en Brasil, la visita a Chile era más de cortesía, pero genuina. Del corazón. Sería una especie de espaldarazo a Gabriel Boric en el inicio de la segunda -y declinante- parte de su mandato.
Vea, Sánchez le tiene auténtica simpatía a Boric. No puede decirse lo mismo de Lula y de varios otros mandatarios, que calaron al presidente chileno y lo encontraron demasiado light o, quizás, medio chueco para sus cosas.
Ahora, había un problema. ¿Qué plantear? ¿Cómo ayudar a su pequeño amigo sudamericano? A falta de iniciativas políticas internacionales y grandes negocios, Sánchez optó por una idea: los “gobiernos progresistas” que deben enfrentar el ascenso de la “ultraderecha global”. Según Sánchez, la clave está en confrontar a ese adversario e implementar políticas de redistribución del ingreso. Ahí habría una base común entre Sánchez y Boric. Un sello, digamos. Una alianza a la que se podrían sumar otros. Puede ser ¿no? Y así lo dijo en la conferencia de prensa oficial.
Sin embargo, Boric no estuvo de acuerdo.
No se trata de ideas -o “discursos”, como él las llama-, le respondió a un confundido Sánchez, sino de gestión, hacer cosas, administrar bien. ¡Ah! y acuerdos, por supuesto, grandes acuerdos…, no lo dijo, pero se refería a acuerdos con esa misma ultraderecha. Detrás de la barba y los lentes, parecía hablar Joaquín Lavín.
Sánchez entendió que su intento había sido fútil y cambió de tema. Gaza, gas, Mercosur, subsidios agrícolas, el PP y VOX, en fin, cosas suyas. Pero para que no se notara la decepción, una nota simpática: Boric era un gran cocinero, dijo, la noche anterior estuvieron compartiendo y conversando distendidamente en la casa del presidente.
Esos sí que sí son los temas que le interesan a Boric. Sin importarle que su huésped de honor es más bien de la dieta mediterránea, o sea, en el caso de Sánchez, un zumo de naranja, una ensalada y nueces de entremés, Boric reveló en sus redes sociales qué había cocinado: “el menú fue malaya y entraña de entrada, y de fondo, punta de ganso y asado de tira. Todo a la parrilla por supuesto.”
¡Buena! “Entrada”.
Pero ¿malaya a la parrilla? De cerdo será. Quién sabe.
Pero esta pequeña frivolidad era sólo el aperitivo. Dos días después, el diario “La Tercera” publicó un vasto exposé sobre la presidencia de Boric, en que los asados, la ropa, los amigos, las mañas y raras costumbres del mandatario, eran listadas cuidadosamente y en sumo detalle. La precisión de los datos sólo permite una conclusión: la principal fuente del reportaje era el propio Boric y sus allegados más cercanos.
Como para confirmar la conclusión no dicha del periódico, que hace las veces de detractor sin concesiones y órgano central del gobierno, el periodista Daniel Matamala publicó en esas mismas páginas una columna en que sostiene que lo único que quedará de Boric es un sándwich algo excesivo, bautizado con su nombre. Porque en lo demás, siguió, se parece a otro homónimo de bocadillo, Ramón Barros Luco, presidente entre 1910 y 1915, un defensor del “status quo”, responsable de someter “protestas obreras” a sangre y fuego, y una “garantía” para los intereses de los ricos.
Para quienes conocen la influencia de la blanda prosa de liberalismo genérico de Matamala en el personal dirigente del gobierno, su balance es demoledor.
Pero ese efecto será breve. Por lo pronto, a los destinatarios, en el fondo, les importa un rábano que los critiquen “por izquierda”. El propio Boric demostró, en un singular episodio que le tocó vivir, que el repudio, expresado en escupos, chorros de cerveza y menciones a su santa madre, le resbalan como un chunchul en una parrilla mal encajada. Distinto es cuando la derecha se lanza en su contra, porque eso es una señal adversa para “los acuerdos”.
Y hay otra razón por qué los reclamos liberales en contra del gobierno de Boric no tendrán mayor consecuencia. Ocurre que la comparación -la equiparación, para ser más exactos- se queda coja.
Barros Luco, al igual que Boric, quiso ser “una garantía para todos”, en referencia a los respectivos regímenes políticos de cada época. En efecto, Boric se convirtió en una opción política sólo a partir de una ocasión en que mostró una inesperada iniciativa: la noche del 14 al 15 de noviembre de 2019, cuando cerró, sin más respaldo o base que su propia voluntad, con la derecha y los partidos de la Concertación un pacto para salvar al régimen y, en lo inmediato, al gobierno de Piñera, asediado por el levantamiento popular de octubre.
La condición para lograr ese objetivo no fue la realización de una asamblea o convención constituyente, como se piensa. Fue la decisión de los partidos del régimen de mantenerse juntos a cualquier costo.
Boric, erigido, improbablemente, a La Moneda, ha intentado, desde entonces, hacer cumplir ese propósito. Por esa razón, parecen tan ingenuas las quejas, dirigidas a su gobierno, de “abandonar” su programa o de haber fallado en la realización de las “grandes transformaciones” que prometió al electorado. Esos críticos harían bien, a dos años de gestión, de revisar aquel “programa” o de preguntarse, ahora, con la ventaja de la experiencia, qué transformaciones exactamente se iban a realizar. Un examen cuidadoso demuestra que, detrás del humo, nunca hubo nada.
Es cierto: en tanto liberal “progresista”, su gobierno ha sido una estafa. No era necesario adoptar como propias las posturas políticas más reaccionarias, como lo ha hecho. Pero ¿no es esa la suerte más frecuente del liberalismo?
También es verdad que, en este proceso, ha hundido irremediablemente a “la izquierda” y sus “proyectos”. Pero eso es sólo un eufemismo para designar, justamente, al ala izquierda de los partidos del régimen. No es responsabilidad de Boric o de su gobierno preservar esas ilusiones.
Por supuesto, el problema de las consecuencias de ese derrumbe es que abarca a agrupaciones y sectores, “revolucionarios”, “populares”, de “izquierda consecuente”, etc., que, al menos abiertamente, no se alinean con el régimen. En la práctica, sin embargo, lo apoyan, al seguir agitando la idea de que éste puede ser reformado.
Esos sectores, en contra de sus intenciones, han quedado atados a la suerte de un gobierno cuya superficialidad, incompetencia y vacuidad no tiene parangón.
Esa sí que es una posición incómoda.
Y, sin embargo, se equivocan quienes creen que el actual gobierno posee un carácter propio. No, simplemente, refleja y absorbe el estado general de decadencia de este régimen. La derecha, por ejemplo, ya se ha percatado de eso. Tras la muerte de Piñera, en el exacto momento en que había vuelto asumir su jefatura, Boric -mirándolo bien- no parece tan deficiente, al menos no más que sus propios dirigentes.
¿O Evelyn Matthei, por decir algo, una señora que se asusta de su propia sombra y se lanza a correr despavorida, promete más estabilidad acaso? ¿O Kast? ¿O Tohá? ¿O quién?
En una de esas, se dicen todos ellos, la misma propensión al fracaso de este gobierno puede ser la condición del éxito de misión: mantener unido al régimen. Tal como lo hizo esa otra gran nulidad de Barros Luco hace más de un siglo.
Pero hasta ahí llega la analogía: ese factor, la homogeneidad de los componentes régimen, que tanta importancia tuvo en el período de la transición, hoy es irrelevante.
Porque ya no se trata, como dice la canción, “de cambiar a un presidente”, de modificar el régimen existente. De lo que se trata es barrer con todo este sistema, de raíz. Sin distinciones ni contemplaciones.
Eso es lo que importa, eso es lo que cuenta.
Todo lo demás, queda para la cháchara de asado.