¿Cómo parar a los rusos?

Tras la caída de la ciudad de Avdeevka, las fuerzas rusas avanzan con más ímpetu en los distintos frentes de batalla. El empecinamiento de la OTAN en seguir adelante con la guerra implica más desequilibrio en Europa y en los aliados de Estados Unidos, que no pueden intuir hacia dónde va la guerra.

Se han cumplido dos años del comienzo de la operación militar especial ejecutada por Rusia en territorio ucraniano. Lo que al comienzo sólo fue una demostración avasalladora de la fuerza militar rusa, con el transcurrir del tiempo se transformó en una guerra entre la OTAN y Rusia.

La idea de Occidente, de que podría darle una lección a los rusos, con sanciones económicas y doblegándolos militarmente, no tuvo ninguna correlación con la realidad. Basado en esto, no hubo negociaciones de ninguna índole; es más, serían las armas que llevarían a la paz con una derrota inminente de la otrora potencia militar del este. Es tal el empecinamiento, que hoy día Zelensky plantea negociaciones de paz que, en su meollo, sostienen que Rusia va perdiendo y debe devolver todos los territorios que ha ganado y pagar los costos de la guerra. Además, esas negociaciones serían… sin Rusia.

La premisa de una victoria de la OTAN sobre Rusia en Ucrania, cuando la realidad indica obstinadamente que no es lógico pensar de esa manera, sigue dominando. El principal promotor de esta idea es el Reino Unido, que ahora indica que se podría acceder a Crimea y conquistarla. El problema es de qué manera podrían lograrse aquello, si todo lo que han intentado no ha resultado. Todo el equipamiento de última generación occidental ha sido sometido a un baño de humildad en el campo de batalla: han sido destruidos tanques Challenger, Leopard y Abrahms, así como los Patriots, los Himars. Ningún arma ha podido cambiar un ápice el derrotero de la contienda. A lo más ha retardado lo inevitable. En cambio, Emmanuel Macron, el presidente francés, propone ahora enviar tropas de combate en vez de fierros. Y lo que tenga que pasar, que pase.

Luego de la contraofensiva ucraniana, todo lo ganado ha sido borrado. Las grandes pérdidas humanas, que en los cementerios significa millares de banderas ondeando al viento, sobrepasan a las pérdidas materiales de Ucrania. Su régimen persiste en en la guerra. Sabe que Europa debe ayudarle, y rápido, mientras en los salones del poder del Viejo Continente se prepara ya una futura guerra con Rusia en el territorio de la UE, con unos Estados Unidos que observarían de lejos los acontecimientos.

La guerra podría terminar hoy, en unas negociaciones que acepten las condiciones reales del conflicto: el traspaso a Rusia de los territorios ganados y la desmilitarización y neutralidad de Ucrania. No hay otra opción sobre la mesa en estos momentos.

Todavía el mundo sigue pendiente del agravamiento de la guerra, pues la única salida que ve Occidente es una victoria sobre Rusia. Lo contrario supondría la caída de todos los gobiernos que apoyaron la guerra y un período de monumental efervescencia social, no sólo en Europa, sino en todos los continentes.

Para que esto no suceda, los gobiernos europeos se empecinan en mantener la desinformación y la tensión. Frente a cada asomo de la realidad, doblan la apuesta: deben mostrar, como sea, más voluntad de continuar la guerra. En este camino sinuoso, cualquier tropiezo o un mal cálculo de la capacidad del enemigo puede un riesgo nuclear catastrófico.

El problema que tienen los europeos es: ¿cómo parar a los rusos?