8 de marzo: el ritual de lo habitual

La gran cantidad de participantes y la “buena onda” de la marcha del Día Internacional de la Mujer no pueden ocultar el retroceso que vive el movimiento de la mujer, cooptado por el progresismo liberal.

En vísperas de la marcha del 8 de marzo, las organizadoras, de la Coordinadora 8M, hicieron un tardío intento de control de daños. Ellas no tenían nada que ver con el gobierno, declararon. Si llamaron a votar por Boric, fue sólo para frenar “el fascismo”. Y de “feminista”, agregaron, la actual administración no tiene nada.

Demasiado poco, demasiado tarde.

El hecho de que el gobierno de Boric aplique las medidas más reaccionarias del programa “fascista” de Kast, desde la zanja en la frontera al despliegue de milicos en los territorios mapuche no mereció mayor reflexión.

Otra vertiente del feminismo, el liberal de la Fundación Iguales, también intentó una delimitación política: Piñera había hecho más que Boric por las mujeres, señaló su directora ejecutiva, María José Cumplido.

Las tenues recriminaciones, sin embargo, sólo confirman cómo el movimiento de las mujeres, que había tomado un enorme impulso a mediados de la década pasada, está hoy sometido al dictado político del oficialismo y al dominio social de las llamadas clases medias.

La gran marcha en Santiago, al menos, lo corrobora. Performance, sororidad momentánea, y mucha celebración. En el centro de todo, las funcionarias de gobierno.

El Día Internacional de la Mujer fue, en sus orígenes, justamente una delimitación, pero real, en el plano político y social.

De hecho, se llamaba Día Internacional de la Mujer Trabajadora y conmemoraba a las luchadoras que habían caído en la lucha en contra de la explotación, como las obreras de la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York, que habían sido encerradas en el taller por sus patrones y murieron en un terrible incendio.

La conmemoración del 8 de marzo de 1917 en Rusia fue, en efecto, uno de los momentos detonantes que dieron origen al derrocamiento del zarismo y, meses después, a la Revolución de Octubre.

Un siglo después, las grandes movilizaciones en Chile retomaron, en parte, ese espíritu, con el lema de la huelga feminista.

Pero hoy, la reiteración de las consignas, el ritual de encontrarse durante una tarde, para después volver a la cotidiana opresión, da cuenta de la necesidad de emprender nuevamente una delimitación política y social.

La cooptación política del gobierno sobre el movimiento feminista muestra una dura conclusión: bajo este régimen, no es posible realizar reformas, ni feministas, ni ecologistas, ni plurinacionales.

Eso no se debe al derrumbe de las falsas ilusiones constitucionales, como se pretende, o a un “retroceso cultural”. No. Es un problema político: los y las que prometieron reformas dentro de los márgenes de este sistema, terminaron siendo sus apologistas. Esa reversión no es sólo resultado del oportunismo. Es la consecuencia del hecho de que los márgenes de este sistema sólo se sostienen mediante la explotación y la opresión, en primer lugar, hacia las mujeres.

El predominio de las necesidades y deseos de las llamadas clases medias, por ejemplo, su demanda por ser incluidas en el aparato del Estado o en posiciones directivas en empresas, se erige en un freno al avance de la lucha de la mujer por su liberación.

Esta tendencia ha sido contestada desde diversos ángulos, en las poblaciones, con el feminismo popular.

Pero para que la verdadera lucha de la mujer se pueda desplegar y prevalecer, hay que poner límites. Sólo si las mujeres trabajadoras le imprimen sus prioridades y demandas, sólo si las mujeres trabajadoras toman la conducción del movimiento por ser libres de toda explotación y opresión, es posible un cambio.

Ese, sin embargo, sólo se logra luchando, como ya lo hacemos, todos los días del año, en la casa, en la población, en el trabajo, en todas partes, hasta vencer.