Una novela de verano

Un misterioso caso policial, el secuestro -o, quizás, sólo su escenificación- de un ex-militar venezolano pasó del impacto inicial a la acostumbrada comedia nacional. El trasfondo, sin embargo, son los conocidos nexos entre diversos actores locales y el golpismo en Venezuela.

18 de marzo de 2024

Qué tipo de novela es, todavía está por verse.

Podría ser de las intrincadas partidas de ajedrez entre George Smiley y Karla, su oponente soviético, en las callejuelas de Londres, Bonn o Praga. Enfrentados más a sus propias decepciones que a los designios de su enemigo, los espías maestros, aun así, siguen en el juego.

O podría tratarse de una novela en que, por decir, la malvada Olimpia Orestes envenena a la heroína Valentina Villanueva Lanz, cuya madre, Eva Lanz, recuperada del alcoholismo en el que cayó tras la trágica muerte de su marido, nunca pudo reencontrarse con su hija en la mansión de los Villanueva, porque el avión en que viajaba explotó en pleno vuelo.

Todo indica que se trata del segundo tipo de novela.

El ex militar golpista Ronald Leandro Ojeda Moreno, según muestran registros de la cámara de seguridad, fue llevado, en cuadros, por un grupo de hombres armados y disfrazados de agentes de la PDI a una destinación desconocida.

No somos detectives, pero por lo que se ve, los presuntos raptores sin duda alguna son venezolanos: su nacionalidad es delatada por los pantalones apretados de los que no quisieron prescindir incluso en una operación tan delicada.

Está bien. Dejémonos de bromas. Esto es serio. Muy serio.

O, al menos, eso concluyó el gobierno cuando se enteró de que el supuesto secuestro habría sido la obra de la inteligencia venezolana, que se robó a Ojeda para llevarlo de vuelta a su país. Que esa versión fuera propalada sólo horas después de los hechos por los círculos golpistas venezolanos en Miami, no llamó a sospecha a las autoridades. Al contrario, se la compraron entera.

¿Qué hacer? se preguntaron en La Moneda. El presidente estaba en sus vacaciones. Queda a cargo la ministra del Interior, Carolina Tohá.

Lo primero es lo primero y lo más importante: una reunión.

En ella, los “escenarios de crisis” se sobresaltaron. Que lo llevaron derechito al aeropuerto al teniente, enrollado en una alfombra. No, lo más seguro es que se fueron a Valparaíso y lo metieron un barco que recién había descargado harina de maíz. “Pero ¿de ahí cómo llega a Venezuela?”, preguntó alguien. “Mmmm… ¡por el canal de Panamá!”, retrucó un conocedor de las rutas marítimas. “A no ser que dé la vuelta por el otro lado”, intervino otro de los participantes.

“Esto es muy complicado…”, suspiró la ministra Tohá. “No le vamos a declarar la guerra a Maduro ¿verdad?”, continuó, llevando las cosas a su consecuencia más extrema. “¿Pero igual podemos llegar hasta allá con los aviones?”, preguntó, por si acaso.

No, no pueden.

Pero eso nadie lo sabía a ciencia cierta.

Alguien aprovechó el momento para señalar que, en realidad, no sabían nada a ciencia cierta. La afirmación no cayó bien. Críticas constructivas, por favor. Aportes positivos ¿ya?

Pero, de pronto, alguien propuso que siempre se puede decir que “no descartamos ninguna hipótesis”.

¡Buena!

“Eso nos da un margen”, exclamaron ministros, subsecretarios y asesores casi al unísono. El “margen”, se supone, es de maniobra, pero nadie sabe aún en qué dirección.

Mejor quedarse quietos, por ahora.

Los que no pueden quedarse inmóviles son todos los demás interesados o incumbentes, como se dice ahora. Desde el Ejército mandan esparcir la especie de que ellos informaron “oportunamente” del ingreso de varios agentes de inteligencia venezolanos al país, y que nadie hizo nada.

Eso es raro, porque el Ejército que, efectivamente, anda vigilando todo lo que se mueve, nunca informa nada, sino que se guarda los antecedentes para sus propios fines. ¿Por qué justo ahora se habrían vuelto tan comunicativos?

Los oficiales de inteligencia de la Armada, en tanto, enojados porque fueron expulsados de la Agencia Nacional de Inteligencia, ANI, por los antiguos sapos, delatores y analistas de la Concertación, aprovecharon la ocasión para reclamar que, con ellos, esto no habría pasado. Sus sucesores, se quejan los marinos, sólo se dedican a leer el diario, tomar café, almorzar largo, regado y tendido en el “Le Due Torri”, a media cuadra de distancia, y a escribir “informes” que nadie lee.

En el grupo de Kast, siempre más ligado a los círculos de Corina Machado, la actual jefa de la “oposición” venezolana, la noticia cayó como bomba: Cosena, sesión especial de Congreso, declaración de guerra ¡ya!, el-merluzo-dónde-está-ah-de-vacaciones-típico. En el resto de la derecha, cuyos dirigentes también están de vacaciones, la reacción fue similar.

Al final, todos se habían olvidado de Ojeda.

¿Qué será de él?

Difícil saber, cuando nada se sabe a ciencia cierta.

¿Se le otorgó asilo político en Chile o no? En caso positivo ¿qué consideraciones tuvo en cuenta el gobierno de Boric para esa decisión, considerando el historial, digamos, violento, de este “disidente”? ¿A qué se dedicaba Ojeda en Chile? Nos referimos a lo que el resto de la gente, los que no somos parte de mafias políticas o comerciales, llamamos trabajar. ¿Qué es más probable? ¿Que Ojeda haya tenido un problema con sus amigos? O que, efectivamente, el gobierno venezolano haya ordenado ejecutar una operación costosísima, sólo para…. ¿qué?  

Tantas preguntas.

Es una verdadera pena que ya no esté Sebastián Piñera para pronunciarse al respecto. Al fin y al cabo, fue él quien, tras tejer sus vínculos con el paramilitarismo colombiano de Uribe, apostó todo al fantasmagórico plan de golpe en Venezuela en 2019, cuyo fracaso quedó humillantemente patente en el espectáculo de Cúcuta en febrero de ese año. Un año, por supuesto, que terminó con un “enemigo poderoso” y unos “alienígenas” que le quisieron, según él sostuvo, hacerle un golpe a él.

¿Estará en toda esa historia el origen del actual infortunio del teniente Ojeda?

No descartamos ninguna hipótesis.