Gallinas tristes y desconcertadas

La muerte de Piñera privó al régimen de una figura central. Los pactos tácitos entre el gobierno de Boric y la derecha, lo sabemos ahora, no eran tan tácitos, sino sólo secretos. Pero sin el patrón, ahora la confusión es total. Las alabanzas póstumas al fallido piloto reflejan la creciente desesperación del personal político.

Es siempre lo mismo con este presidente.

Le piden que rinda homenaje a un fallecido antecesor, destacando, por ejemplo, sus supuestas virtudes; para que entrar los defectos ¿verdad?

No es difícil. Todos las tienen. Virtudes, decimos. Hitler, por ejemplo, era muy cariñoso con los perros, un temprano activista en contra del vicio del tabaquismo, sin hablar de las magníficas carreteras que mandó a construir: ¡todavía existen! y con el rodado adecuado, un Porsche 911, digamos, uno puede viajar de Hamburgo a Múnich a 230 por hora, derechito, tranquilito, y legal, porque no hay límite de velocidad.

¿Ven? Es fácil. “Al margen de las públicas diferencias que tenemos con Hitler, él hizo posible que pudiéramos sentir el vértigo de la velocidad, con Hansi, nuestro pastor alemán, en el puesto de copiloto, y con aire limpio en la cabina, porque está prohibido fumar.”

Pero no.

Gabriel Boric hizo lo que siempre hace.

El tema es, invariablemente: yo, yo, yo.

Yo soy más joven, yo tengo un “estilo de gobernar” distinto y, obviamente, yo mentí cuando dije que “nunca más queremos un presidente que le declare la guerra a su pueblo” o que Piñera estaba “avisado”, porque yo lo iba a “perseguir nacional e internacionalmente” por sus crímenes.

Ahora, todo eso fue un lamentable malentendido.

Entre los seguidores de Boric, la infinita frivolidad de sus palabras, la completa e increíble ausencia de cualquier principio o noción moral, provoca pequeños escalofríos, unas mínimas sacudidas, casi agradables, si no fuera por el intenso sudor frío que les sigue.

Una diputada del PC, antigua dirigente de la Agrupación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos, calificó de “incomprensibles” las declaraciones de Boric en el sentido de que “las querellas y las recriminaciones” en contra de Piñera “fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable. Hemos aprendido de ello y todos, todos, debiéramos hacerlo”.

¿Qué es lo difícil de comprender? ¿Acaso Boric no ha significado, desde el primer día, la perfecta continuidad -y profundización- de Piñera y de su “agenda” represiva? Es muy curiosa la comprensión selectiva de los representantes de un partido que ha apoyado la aplicación de esas mismas políticas piñeristas.

El problema no son las genuflexiones presidenciales o de sus adláteres ni la conversión en estadista y empático benefactor de un hombre más bien dado a robar y mentir, además de matar.

El homenaje más auténtico de Boric a Piñera no fue ante la capilla ardiente, sino ocurrió un día antes, en la devastada V Región.

El mandatario anunció que reactivaría el “Fondo Nacional de Reconstrucción”, un mecanismo de blanqueo tributario para grandes empresas en que éstas, a cambio de “donaciones” para damnificados, se embolsan jugosos subsidios del Estado. Incluso pueden inventar sus propios “proyectos” para ese fin o hacer donaciones “en especie”. Muy útil, porque así uno puede regalar basura sobrevalorada y obtener a cambio cash limpiecito. El inventor de este robo sin nombre fue, evidentemente, Sebastián Piñera, luego del terremoto de 2010. Como se ve, su espíritu pervive.

El problema, para toda esa gente, es que el espíritu no sirve, si el patrón mismo ya no está.

Y no está debido a una rarísima falla mecánica o, más probable, un estúpido y fatal error del propio Piñera. O, quizás, porque a ninguno de sus acompañantes ni los tripulantes de las lanchas que rápidamente los rescataron se les ocurrió ir a salvarlo. Cada uno por su lado.

Todos esos detalles, convenientemente puestos en un lejano segundo plano, los sabemos ahora.

Y lo que también sabemos ahora, en medio del espectáculo de Estado que fueron los funerales de Piñera, es que éste -efectivamente- estaba designado para ocupar nuevamente el gobierno, con el apoyo, desde luego, de la derecha, adecuadamente esterilizada de las ambiciones de Kast, y la aquiescencia -por lo bajo- del actual oficialismo que, a punta de más concesiones y prebendas a los intereses de diversos sectores del capital, aseguraría así su “gobernabilidad”.

Esos son grandes acuerdos, pues.

Y ese fue el plan todo el tiempo. O, al menos, desde la derrota de la derecha en el plebiscito de diciembre, que fue cuando Piñera se activó para tomar control definitivo de los partidos de la derecha.

Ahora, naturalmente, nada de eso puede funcionar. Porque, por mérito del finado o la inmensa incompetencia del resto del personal, sólo él, tenía los recursos para hacerlo.

Ahora, sin ese gallo -es lo que había- las gallinas cacarean, chocan entre ellas, tratan de volar, picotean la tierra.

Está la grande de nuevo en el gallinero.