Todo el respaldo económico y militar al régimen ucraniano no ha logrado que consiga lo que deseaba ardientemente la OTAN: la derrota y humillación de Rusia.
Tras casi dos años de conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, las previsiones optimistas de la OTAN no se han cumplido.
El recuento del material perdido significaría para cualquier país, incluso del primer mundo, la derrota militar. Cerca de 550 aviones destruidos, 250 helicópteros, sin contar con una enormidad de equipo rodante y de artillería que quedó fuera de combate y que se presumía que, por ser de última generación, significaría una ventaja operativa para el bando ucraniano. El saldo es negativo. La OTAN pudo comprobar la obsolescencia de su material pesado, ya no apto en una guerra regular.
Pero lo peor en estas cuentas es la cantidad de bajas ucranianas que se acercan al medio millón de personas.
En este escenario, y con el inicio de una ofensiva rusa, los “analistas militares” occidentales ya hablan de una inminente derrota de Ucrania. Son los mismos, entre paréntesis, que vaticinaban su segura victoria hace poco menos de un año.
El nuevo cuadro se configura en un mundo en que se profundiza la crisis de dirección política, y para decirlo más claramente, el declive cierto del capitalismo como sistema mundial.
Los hechos ocurridos en Israel refuerzan el dilema en que se encuentran las potencias: la mejor manera de enfrentar los problemas es con guerras, generalmente enfocadas hacia el genocidio de sus pueblos.
Esto sucedió en Ucrania, en Myanmar, en Israel, en Karabaj, en Yemen y en muchos otros territorios, que, con la ayuda de naciones externas y su parafernalia militar, política y comunicacional transforman unas guerras de exterminio en “guerras justas”, por la “democracia y la libertad”.
Tanto es así, que la guerra en Ucrania se vio ensombrecida por la guerra de Israel contra los palestinos. Eso significó el desvío de material bélico a un país del Medio Oriente, como lo es Israel, cuya existencia depende de la asistencia de Estados Unidos.
Quedó en evidencia que la estrategia usada por los norteamericanos siempre sigue obcecadamente las nociones del utilitarismo, como las enunciadas por Jeremy Bentham en el siglo XVIII, es decir apoyar prioritariamente lo que les causa mayor provecho -o más felicidad, en el lenguaje filosófico- como país. En este caso, el régimen de Israel en detrimento de Ucrania.
Este fenómeno implica discordias entre los que tienen que disponer de los dineros en Estados Unidos, pues en la lucha de demócratas y republicanos por el poder, los fondos que están destinados a los países en guerra son usados como medida de cambio. Un hecho importante, que no entienden muy bien los aliados de los estadounidenses, es que, en última instancia, lo más favorable para los yanquis siempre es que ellos estén bien en su país. Si tienen que dejar que otro se destruya, no importa mucho, en la medida en que ellos se preserven o estén felices.
El régimen ucraniano descansa su existencia en la ayuda que le puedan seguir brindando los estadounidenses, y en segunda instancia, de los europeos. Lo que le depara el futuro si no reciben la ayuda que necesitan, es transformarse en un Estado fallido.
Sabemos ciertamente que Estados Unidos abogará para que esto ocurra, y que las naciones europeas tendrán que cargar con el peso económico, social, político y militar de mantener a otra nación precaria en sus límites fronterizos.