Milei en shock

Tras el jolgorio de la asunción del mando, el nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, presentó su programa de “shock”. Las llamadas “medidas de emergencia” apuntan al bolsillo de los trabajadores, pero también revelan que el nuevo gobierno no tiene idea de qué hacer frente a la crisis financiera.

En la mañana. Después de almuerzo. A las cinco. Ya, cinco y cuarto. En diez minutos más, seguro. El anuncio del flamante ministro de Economía argentino, Luis Caputo, se hizo esperar. Cuando ya eran pasadas las seis de la tarde en un Buenos Aires tórrido, con 34 grados de temperatura, se supo que Caputo había fracasado en su intento de grabar su alocución frente a las cámaras.

O, mejor dicho, lo que había sido registrado fue considerado “un desastre” por los asesores presidenciales.

Hazlo de nuevo, Luis, dale.

El resultado final que conocieron millones de argentinos mostró a un Caputo muy alejado de su ídolo Leonardo DiCaprio. Más que “Lobo de Wall Street”, parecía Bambi frente a las luces de un camión que se le venía en contra.

Dubitativo, Caputo explicó que el déficit fiscal es “igual” a una familia que gasta más de lo que gana, o casi. ¡Claro que sí!

El ministro de Economía argentino, Luis Caputo, anuncia un «programa de emergencia»

En efecto, estaba tan nervioso que logró desordenar una lista de diez puntos: “primero, segundo, tercero… ¡ah! sobre el punto dos… hay un detalle importante que se me iba”.

Y eso que 48 horas antes, su jefe, el presidente Javier Milei, lo había tenido todo tan claro. “¡No hay plata!”, exclamó ante una modesta muchedumbre que vitoreaba esa afirmación como si fuera una consigna patriótica; pensarían los asistentes al acto de asunción presidencial, quizás, que otros, no ellos, se quedarían sin dinero. “¡No hay alternativa al shock!”, continuó Milei, y “se vienen tiempos difíciles”, de recesión y alzas.

En aquel momento, en la escalinata del Congreso, todo eso parecía, de algún extraño modo, una perspectiva brillante. Ninguno de los invitados extranjeros dijo nada; algunos por diplomacia, otros, porque se dejaron llevar por ímpetu; otros, como el húngaro Orban y el ucraniano Zelensky, porque tenían otros problemas entre manos. El presidente chileno, Gabriel Boric, según la prensa, la única figura “de izquierda” en una ceremonia que se convirtió en una rara cumbre internacional facha, seguramente no quiso desentonar.

Pero ya dos días después y habiendo dibujado el espectro de una inflación de 15.000% en horizonte, algo había que hacer. O sea, gobernar, como le llaman también. Y, ahí, es donde entraba Caputo.

Sin embargo, el contenido de las “medidas de emergencia” fue tan vago y dubitativo como su elocución. El ministro de Economía anunció que iba a reducir los subsidios a la energía y al transporte público. Esos representan casi un 80% del costo de los usuarios finales. Por ende, se trata de un fuerte golpe a las economías familiares. Pero “reducir” ¿qué significa? ¿todo, de una vez? ¿una parte? ¿cuándo? No se sabe.

También dijo que se terminaba “la obra pública”, porque, ya se sabe, “no hay plata”. Eso incluye los proyectos de infraestructura ya licitados, pero cuya ejecución no ha comenzado. Y las empresas privadas que se adjudicaron esos contratos ¿no querrán, digamos, demandar al Estado por ese incumplimiento, por lo de la propiedad privada y esas cosas?

Uno de los proyectos que se encuentran en esa situación -el cierre de la licitación está pendiente- es la expansión del sistema de gasoductos del noreste argentino. Se esperaba, no, se necesitaba, que entrara en operaciones a inicios del 2024 para abastecer de gas a esa zona del país, además de exportarlo a los países vecinos. Si la parte final del proyecto queda botada ¿qué se va a hacer? ¿Importar el gas desde Bolivia y Brasil, a un costo adicional de 7.500 millones de dólares? ¿Esos mismos dólares que “no hay”?

Lo único claro es la devaluación de la moneda. El tipo de cambio “mayorista”, como se le llama en la jerga financiera, pasa de casi 400 pesos por un dólar a 800. Eso es un buen poco más de lo que el equipo económico de Milei había anticipado privadamente a los grandes capitales. Esos ahora deberán rehacer los cálculos sobre la base de la nueva “señal” del gobierno, que sólo significa una cosa: esto es sólo el comienzo de una escalada devaluatoria. Todos contra el peso, se ha dicho.

La devaluación tiene un efecto principal: suben los precios internos, es decir, inflación, o sea, aquel fenómeno que habría propulsado a Milei a la presidencia. Ya los precios de muchos alimentos se han duplicado en las últimas dos semanas. Luego del anuncio, esas alzas van a recobrar nuevos bríos.

Como compensación a los efectos inevitablemente catastróficos de la devaluación, el gobierno de liberal-libertario Milei recurrió al más notable intervencionismo estatal: un aumento, y bien salado, del impuesto a las importaciones y la extensión de las llamadas retenciones -es decir, el impuesto a las exportaciones- a todos los sectores de la economía, más allá de la industria agropecuaria. Los detalles de lo que ya llaman “el impuestazo” en las oficinas de los gerentes, por supuesto, aún están en la nebulosa.

Y no perdidas en la niebla, sino completamente ausentes, están las medidas para enfrentar el verdadero problema de la Argentina, que no es ni el gasto ni el déficit fiscal, sino la megadeuda que el Estado acumula con el capital financiero interno y externo. Ni una palabra sobre qué hacer con pago millonario e insostenible de intereses que realiza el Banco Central al sector financiero nacional; ni una medida sobre la deuda externa. Este mes y en enero se vienen dos jugosas cuotas al Fondo Monetario Internacional que Argentina no puede pagar, por lo que deberá recurrir a los mecanismos de postergación incluidos en acuerdo con el FMI y pedir de rodillas “por favor, por favor”.

Desde Washington respondieron a los anuncios de Caputo pocos minutos después con un casi cálido mensaje de apoyo. Al menos esa catástrofe, la inmediata, parece que se la han perdonado.

Pero la primera medida de gobierno de Milei fue una humillante petición a Beijing de, les ruego, tengan piedad, mantener el llamado swap, el acuerdo de intercambio que permite a Argentina pagar las importaciones chinas en yuanes y no en dólares, que esos están reservados para el FMI. Sin ese acuerdo, todo se derrumba.

El liberal-libertario Milei había jurado y rejurado que nunca, jamás, sobre su cadáver, haría negocios con comunistas. Y se refería con eso de “comunistas” específicamente a los chinos, por lo que no se trata de una eventual confusión conceptual.

¡Vaya shock!

Usted no lo va a leer en las páginas de “Clarín” o “La Nación”. No aún. Tampoco lo verá en la prensa chilena que, ante el gato Milei, ve a un espléndido león. En las distintas publicaciones del progresismo de “izquierda”, como siempre, sólo encontrará predicciones catastróficas y -como se dice en el inimitable lenguaje de ese sector- “autoflagelantes”.

Lo va a tener que leer primero aquí, avezada lectora, perspicaz lector.

Si antes de asumir le daban -no las masas populares, que tienen su propio tiempo, sino el capital- dos años al loquito de Milei, el tiempo que tiene ahora para pescar a la hermana, a los perritos y las ánimas y mandarse a cambiar a mejor parte, se acaba de reducir a una cantidad que se mide en meses.