O “¡chuta!”, como diríamos acá. Javier Milei prometió el caos para el país, pero éste ahora lo envuelve a él y a su hermana y a los perros… y al capital, temeroso de un derrumbe sin precedentes (y eso que precedentes hay en Argentina). Al final, lo de “libertario”, motosierra y demás, fue puro humo.
Javier Milei, el presidente electo de Argentina, pronto se dio cuenta del problema en que se había metido. Paradójicamente, fueron los gestos de apoyo los que subrayaron el desastre en el que estaba. El presidente saliente, un caballero llamado Alberto Fernández, lo invitó a la residencia del jefe de Estado, la quinta de Olivos.
Allí, en un predio de 30 hectáreas, el doble del Parque Forestal de Santiago, y en la veranda del inmueble, que los argentinos llaman, por razones que sólo ellos conocen chalet presidencial, conversaron, lo mejor que pudieron, sobre la “transición pacífica”.
Según se supo, Milei inquirió especialmente sobre las características de la residencia, en la que pretende –“soy un workaholic”- vivir y trabajar, como si fuera el sótano de la casa paterna de un youtuber.
El papá, perdón, Papa, con mayúscula y sin acento, también se mostró conciliador y lo llamó por teléfono. Eso de que era el “enviado del maligno” pasó al olvido, convenientemente. También recibió muchas cartas, entre ellas del director de la película Titanic, James Cameron, o del flamante canciller británico del mismo apellido, pero cuyo nombre sigue siendo David. Esa parte no quedó muy clara.
Con Lula, el “comunista” presidente de Brasil, país con el que iba a romper relaciones diplomáticas, también se están amigando. Quizás se vean para la asunción del mando, al menos ya quedó invitado el paulista. De China, ni hablar. Esos comunistas, no dejaron pasar la oportunidad de pegarle una buena retada a Milei. “No sea huevón”, le dijeron, en chino, antes de intercambiar buenos, buenos, deseos.
Todo bien.
Entre medio un viaje a USA, reunión -nadie sabe por qué- con Bill Clinton, y el asesor de seguridad nacional en la Casa Blanca. El presidente Biden, que vive ahí, justo, justo, estaba de viaje.
Pero todo bien ¿viste?
No como lo demás, que es puro quilombo.
Para empezar, hay que nombrar cargos. Supuestamente, no serían muchos, porque Milei había prometido eliminar a casi todos los ministerios, además de, famosamente, el Banco Central.
Pero eso no significa que no haya que hacer las designaciones. En la Anses, que administra las pensiones, puso a su ex candidata a gobernadora por la provincia de Buenos Aires.
Horas después, la mujer estaba fuera. La institución debía ir a los nuevos aliados de Milei, el peronismo cordobés. En esa provincia dependen de cuantiosas transferencias de la Anses para cuadrar la caja de los pagos de las jubilaciones, así que siempre es bueno tener a un hombre del palo supervisando eso.
La vicepresidente electa, Victoria Villarruel, ligada a la “familia militar” argentina, había sido designada por Milei como la encargada de “la seguridad”. Pero, en pocos días, esas aspiraciones se vieron frustradas. La ex ministra de Macri y ex candidata presidencial, y ex “montonera tirabombas”, según Milei, se quedará con esa área.
El Banco Central que, recordemos, se va a cerrar, al menos, tuvo nombramiento oficial. Uno de los colaboradores más estrechos de Milei, Emilio Ocampo, se haría cargo de esa tarea.
El hombre lo tenía todo claro.
Lo primero era avanzar con rapidez en terminar con el esquema de las llamadas Leliq -Letras de Liquidez- que son contratadas por los bancos, como respaldo de sus depósitos, en pesos argentinos, hay que añadir. El Banco Central paga increíbles tasas de interés, 255% anual, básicamente con el fin de evitar que esos fondos se cambien al dólar, provocando un derrumbe del peso. ¿Y con qué lo paga? Imprimiendo más plata, impulsando la inflación, según Milei.
“Terminar” con las Leliq, sin embargo, significa que esos capitales, infladísimos, paguen el costo, en beneficio, se entiende, de los intereses externos y nacionales que acumulan dólares, los mismos que entrarían -siempre según la idea de Milei- en circulación para sustentar la dolarización de la economía que, así, ya no tendría inflación.
Algunos, seguramente pocos -nunca tan boludo-, de los votantes de Milei interpretaron ese plan en el sentido de que les iban a recibir como sueldo la misma suma que ahora, pero en dólares, es decir, si ganan 100 lucas argentinas, van a recibir 100 mil US dollars. Lógicamente, no se trata de eso.
Pero hay un grano de sal, o algo más pequeño, de verdad en la estrategia que había prometido Milei: algún sector del capital financiero tiene que pagar, aunque sea algo, por el desastre. Porque el resto de lo que plantea Milei es puro humo. El déficit fiscal argentino no es alto, 2% del PIB, si se descuenta el pago de los intereses de la deuda externa, es decir, la transferencia de recursos estatales al capital privado.
Los recortes en el gasto que anunció -los subsidios a los precios de electricidad y gas, por ejemplo, son menos de 1% del PIB; los ahorros por despidos de funcionarios sólo suman una fracción de eso. La plata que el Estado debe por las Leliq, en cambio, alcanzan a 10% del PIB, más de 20 billones, o millones de millones, de pesos.
Los bancos, que no son lesos, han dejado de contratar Leliqs y ahora toman, como se dice en la jerga, otro tipo de títulos llamados pases pasivos, pero por los cuales obtienen menos interés –“sólo” 133% anual- a más corto plazo -un día, en vez de un mes.
Esos pases pasivos ya sumen más 15 billones de pesos, mientras que las Leliq bajaron a poco más de 10 billones. Es exactamente lo mismo. Cuánto esto suma en dólares, sólo se puede estimar, pero si se toma un promedio, debieran ser algo así como 50 mil millones que crecen y crecen y crecen.
O sea, es un problema que habría que resolver. Porque, junto a la deuda en dólares, la externa, lo que se acumula es una catástrofe financiera nunca antes vista y que, cuando estalle, se llevará todo.
Pero ¡ay! días después, Ocampo, el cerebro económico del plan de Milei, renunció al puesto que nunca había asumido.
Algo había pasado.
Milei había dicho que el ministerio de Economía, acaso el más importante del gabinete, sería encabezado por una persona cuyo nombre él ya tenía decidido, pero que no daría a conocer hasta justo antes de asumir la presidencia el 10 de diciembre. “Para no quemarlo”, razonó.
Acto seguido, Luis Caputo, el operador financiero y ex presidente del Banco Central y ministro de Macri, fue presentado como el jefe económico del gobierno, aún en espera, de Milei.
Y, en este caso, al parecer es verdad, por ahora, porque Caputo ya empezó a anunciar y preparar la aplicación de un plan. Ese es de shock, pero bastante distinto a lo que había prometido Milei.
Al contrario. Caputo, en una reunión con representantes de las grandes empresas aseguró que obviamente no se iba a cerrar el Banco Central, o sea, que no se va a dolarizar la economía; que, por cierto, la deuda del Estado con el sector bancario interno se iba a pagar, Leliqs, pases pasivos, “100, 200, lo que querai”. Y que, en lo principal, toda la estrategia consistía en conseguir nuevos créditos del FMI para salvar la situación, por ahora, como sea, por favor.
Caputo tiene experiencia. En 2018 aplicó esa misma estrategia con el mega crédito del FMI, el mayor en la historia de ese organismo, de 44 mil millones de dólares. La condición era que esos recursos no debían usarse para defender el tipo de cambio, asediado entonces por un ataque especulativo.
Pero Caputo hizo exactamente eso. Un mes después de haber recibido la plata, ésta se había esfumado en el vano intento de apuntalar el peso. La moneda se desplomó y otro mes más tarde, Caputo tuvo que renunciar al Banco Central, luego de presiones del FMI. Era mucho ya.
A la prensa internacional no se le ha escapado el hecho de que, dos semanas antes de asumir, el gobierno de Milei ya fue. Nadie sabe cómo, fue reemplazado por un proyecto de administración de Mauricio Macri y sus subordinados, que están copando todos los cargos y, sobre todo, están tomando todas las decisiones.
Pero esa no es la historia completa. Milei intenta ahora acercarse al peronismo. Ya lo hizo con su facción cordobesa, como ya vimos, y prometiéndole a Florencio Randazzo, ex ministro del Interior de Cristina Kirchner, la importante presidencia de la Cámara de Diputados.
Además, Milei anunció que convocará a un período extraordinario de sesiones del Congreso, apenas asuma en diciembre. Parece un detalle, pero es importante.
El Congreso argentino sesiona del 1º de marzo al 30 de noviembre, lo que da unas buenas vacaciones. El punto es que, en ese período de asueto, el presidente puede dictar leyes por decreto, llamados de “necesidad y urgencia”, que deben ser ratificados después por el parlamento. Para entonces, muchas veces, ya es muy tarde para revertir los efectos de las medidas.
Cuando asumió Macri en 2015, fue ese el mecanismo que usó para aplicar las principales medidas políticas y económicas, incluyendo el nombramiento de unos jueces de la Corte Suprema muy amigos de él.
Que Milei, en cambio, convoque a cinco semanas de sesiones extraordinarias significa que renuncia a ese poder y dejará la formulación de su plan de shock en manos de la mayoría opositora.
¡Ay, carajo!
Está pidiendo agüita ya, el “león de la libertad”, se podría decir.
O, ante la crisis que envuelve a la clase dominante y la amenaza con un colapso, recurre a la desesperada búsqueda de “grandes acuerdos”.
Como otro que conocemos por aquí ¿viste?
¡Chuta! Quién lo hubiera dicho, che.