Israel y los palestinos están en un enfrentamiento que lleva décadas entre el ejército hebreo y un conjunto de organizaciones. En la jerga militar estadounidense esto denomina “conflicto de baja intensidad”. Después de la ofensiva palestina del 7 de octubre en Gaza, ya no es posible usar ese eufemismo.
Los militares norteamericanos han inventado una serie de nombres y adjetivos para designar las guerras que ellos llevan, a sus enemigos y a las bajas civiles que provocan. Si nos ceñimos a estos conceptos, la confrontación entre israelíes y palestinos era un conflicto asimétrico, en los que estaban en condiciones de inferioridad usaban métodos como alzamientos, guerrilla e incluso acciones terroristas para golpear al contrincante, y éste respondía con el poder de un ejército regular.
Antes, los mismos teóricos gringos llamaban a eso – enfocándose en sus acciones y tácticas, además de la limitación territorial y política del enfrentamiento- conflicto de baja intensidad. El plácido término oculta el hecho de que se trate de una guerra en contra de una parte importante del pueblo, una guerra civil. Este tipo de guerra han cundido desde hace décadas por el mundo: Guatemala, El Salvador, Yemen, Etiopía, Myanmar, etc.
El actual conflicto entre Israel y los palestinos ha sido frenado por Estados Unidos para mantenerlo como una guerra de baja intensidad. Los hechos, sin embargo, demuestran que se trata de ya de una guerra convencional, en su forma contemporánea.
Eso lo demuestra la preparación combativa, el llamado de los reservistas, la movilización de equipos, los mandos unificados, el respaldo político sin restricciones, el apoyo político y militar externo. El paso a una guerra regular implica alteraciones en los países limítrofes y en la opinión pública internacional.
Para pesar de los israelíes y estadounidenses, las guerras están normadas por pactos asumidos para proteger a la población civil y a los propios combatientes, para que no sean exterminados, torturados o vejados cuando son capturados. En la actual guerra, el ejército del Estado judío hace caso omiso de las convenciones de Ginebra.
El tipo de guerra que asume Israel es el mismo que ejecuta Estados Unidos: al actuar frente al enemigo no consideran la suerte de los civiles. Sólo son muertes accidentales o, en su jerga, daños colaterales.
Los miles de muertos en Afganistán, Iraq, Yemen, Libia, entre otros países, fueron ocasionados por bombardeos deliberados en contra la población civil, para infundir terror y provocar la pérdida del apoyo de la población hacia los que luchaban.
Las aseveraciones de los mandos militares israelíes, en el sentido de que las organizaciones armadas palestinas se escudan detrás de la población civil o -en sus disquisiciones sobre el sistema de túneles en Gaza, debajo de ella, carecen de sustento.
Son sus acciones políticas las que han impedido la formación de un Estado palestino soberano que podría contar con un ejército regular. Son sus acciones las que han acorralado a la población palestina en territorios cada vez más reducidos.
Y un Estado militarista como el israelí, con un sistema de conscripción general, hace lo suyo para borrar la distinción entre civiles y militares, especialmente en las comunas rurales en torno a Gaza, que fueron creadas, desde los años ’50, con el fin específico de crear “un envoltorio” militar en torno a la franja de Gaza. Mientras, los asentamientos de colonos judíos en Cisjordania se caracterizan por la existencia de civiles armados que hostigan a los palestinos.
Desde ese punto de vista, la justificación para el castigo colectivo impuesto sobre la población de Gaza como una respuesta a atrocidades -reales o inventadas- cometidas por Hamas y otras organizaciones palestinas, carece de todo sustento.
El gran problema para Estados Unidos, aún más que para Israel, es la ampliación del conflicto a otros países del entorno, que pueden ver en esta guerra un genocidio étnico hacia árabes y musulmanes.
Una probable guerra sería de todos contra Israel. No sólo repercutiría en el Medio Oriente, sino que llegaría al corazón de Europa, que ya se encuentra enfrascada en otra conflagración.
La dirigencia israelí se caracteriza normalmente por una beligerancia contra cualquiera que ose criticarlos. Contra sus enemigos utilizan una violencia desproporcionada para ahuyentarlos o aniquilarlos, si es preciso.
En el presente, es difícil creer que no subestimarán a sus enemigos, tanto internos como externos, pues se sienten protegidos por Estados Unidos, en quienes confían que reaccionarán si algún país los ataca. Ucrania puede dar testimonio de la misma ilusión, mientras la guerra destroza su país y reduce su población.
Para Israel como país, puede ser su última guerra, si prosigue matando a niños y población civil a descampado, violando las reglas mínimas de toda humanidad.
Estas son las guerras de las crisis final del capitalismo. Como alguna vez planteara Antonio Gramsci, “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”.