A pesar del shock y la sorpresa, el gobierno israelí no lo dudó. Inmediatamente calificó el ataque palestino desde Gaza como una “guerra”. El régimen israelí llama a todo acto de resistencia en su contra “terrorismo”. Por eso, el uso del término es algo nuevo. Pero todo indica que, esta vez, tienen razón.
Las autoridades israelíes aún no han ofrecido ninguna explicación de por qué fallaron sus sistemas de vigilancia y la amplia red militar que mantuvo el bloqueo sobre Gaza.
La versión que circula es que Irán habría provisto al movimiento Hamas de entrenamiento, asesoría militar y armamento. Eso, en sí mismo, sería un hecho notable. Irán ha sido históricamente un aliado, no de Hamas, una agrupación integrista sunita, sino de la Yihad Islámica, formada entre palestinos exiliados en el Líbano.
Hamas, en cambio, recibe apoyo de los países del golfo y de Arabia Saudita; justamente, aquellas naciones con las que Israel había estado entablando alianzas políticas, económicas y militares.
El propio surgimiento de Hamas en la época de los ’80 y ’90 del siglo pasado debe mucho a la cooperación brindada por los servicios de seguridad de Israel, que vio en la organización islamista un contrapeso, apto para debilitar a otros movimientos nacionalistas palestinos, especialmente en la franja de Gaza.
¿Cómo, dónde y cuándo los milicianos palestinos adquirieron cohetes que lanzan en centenares y miles diariamente en contra de blancos israelíes, saturando sus sistemas de defensa antiáerea?
¿Cómo, dónde y cuándo Hamas y las otras organizaciones consiguieron y se prepararon en el uso de avanzados drones merodeadores?
¿Cómo, dónde y cuándo aparecieron los cañones anti-tanque del tipo Manpads empleados en las operaciones hasta ahora y -quizás, no se sabe- de armas portátiles antiaéreas del tipo Stinger?
¿Cómo, dónde y cuándo los combatientes palestinos se entrenaron para realizar operaciones de alta movilidad que superaron a una fuerza ampliamente superior?
¿Cómo, dónde y cuándo responderán al contraataque israelí en contra de Gaza?
No es raro, entonces, que la sorpresa táctica se sume a un desconcierto estratégico en el régimen israelí.
En el cuarto día de la ofensiva continúan los combates en distintos asentamientos judíos en torno a la franja de Gaza. El objetivo primero del ejército israelí, de despejar la zona milicianos palestinos aún no se ha cumplido, mientras reúne a reservistas, tanque y material, para una amplia ofensiva terrestre en contra de Gaza que, simultáneamente, es objeto de constantes bombardeos aéreos.
Se trata, señaló el premier israelí, Binyamin Netanyahu, de una “guerra por nuestra existencia”.
En ese afán, Israel ya comenzó con la comisión de crímenes de guerra.
El ministro de Defensa, Yoav Gallant, anunció un “sitio completo” a Gaza. “No habrá electricidad, alimentos, combustible; todo está cortado”, declaró, vanagloriándose de la violación de las normas de la Convención de Ginebra que prohíben “como método de guerra, hacer padecer hambre a las personas civiles” y “medidas cuyo resultado previsible sea dejar tan desprovista de víveres o de agua a la población civil que ésta se vea reducida a padecer hambre u obligada a desplazarse”.
Sin embargo, la “guerra por la existencia” es acometida con medios ya empleados en otras ocasiones: la interrupción de suministros y víveres a Gaza es una represalia aplicada habitualmente en la década y media que ya dura el bloqueo a la franja. También las operaciones terrestres, con sus enormes costos infligidos a la población civil es una medida que ya se ha aplicado: Israel invadió a Gaza en 2008-2009. Los bombardeos aéreos, en tanto, son pan de cada día.
En otro plano, el político, también se recurre a métodos ya conocidos. Este lunes, Tel Aviv desmintió rumores de negociaciones de alto al fuego, un indicador de que, como en el pasado, se mantienen los contactos entre los contendientes, en medio de las hostilidades.
Al mismo tiempo, las fuerzas israelíes desplazan tropas hacia el norte, a la frontera con el Líbano y a los Altos de Golán, territorio anexado de Siria. Ya se han registrado varias escaramuzas en la zona, mientras la Yihad Islámica se adjudicó un ataque a posiciones israelíes en la localidad de beduina de Arab al-Aramshe.
Entonces ¿qué tipo de guerra es la que se ha declarado en el Medio Oriente?
Por lo pronto, es una guerra en que ha quedado expuesta la debilidad del Estado de Israel ante un adversario que emplea nuevas tácticas y tecnologías. Las ya antiguas disquisiciones de los teóricos militares estadounidenses sobre la “guerra asimétrica” cobran aquí una nueva e inesperada expresión práctica.
Pero eso no es lo principal. Se trata de una guerra que deja al descubierto el fin de un orden marcado por el dominio de Estados Unidos y -en este caso su Estado-cliente Israel- y su reemplazo por nuevas alianzas y potencias.
¿Cuáles son esas? Esa es el enigma que ahora febrilmente se busca resolver el gabinete de seguridad, que mantiene el control sobre las armas atómicas israelíes, y el Pentágono.
Lo que está claro es que la crisis general del capital se manifiesta hoy en una tendencia irresistible a las guerras, cada vez más vastas, más terribles y más peligrosas.