La muerte de Guillermo Teillier, el presidente del Partido Comunista, deja a esa organización política frente a la tarea de definirse como organización. ¿Se desprenderá del antiguo aparato y las viejas consignas, cuyo declive paulatino Teillier encabezó, para convertirse en un partido del régimen plenamente “normal”?
La vida de Guillermo Teillier está indisolublemente ligada al partido que el dirigió, al punto que se confunde con él.
No puede decirse lo mismo de los dirigentes que le precedieron. Luis Corvalán aportó su talento como propagandista. Gladys Marín tuvo que recurrir a la pasión y fuerza que requieren las mujeres para hacerse valer. Volodia Teitelboim se presentaba como un intelectual de amplios intereses.
Otros, que cobraron especial prominencia como funcionarios de la Unidad Popular o parlamentarios, como Orlando Millas, se distinguían por su pedantería, o su demagogia, como Luis Guastavino o Alejandro Rojas. Hubo algunos, como Elías Lafferte, que expresaron el vínculo con orígenes del movimiento de trabajadores chileno, así como muchos otros dirigentes, más anónimos, que habían hecho sus armas en el movimiento sindical.
Pero sus propios compañeros estarían apurados, ahora en el momento de los recuerdos y homenajes, si tuvieran que definir qué fue lo que aportó Guillermo Teillier, en el sentido de algo distinto o especial, algo que ya no estuviera allí, en el propio Partido Comunista.
La prensa burguesa califica su figura como la de un hombre de contradicciones. Se refieren al hecho de que actuó como un político tradicional, aceptable y previsible para la clase dominante, pero que también fue, durante una época, el encargado de la comisión militar del PC.
La memoria de los dueños de país es corta y poco generosa para quienes les sirven. Se olvidan de que Teillier jugó un papel preponderante en el intento de liquidación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, organización militar nacida en el seno del PC. En los hechos, sí tuvo éxito, en conjunto con otros miembros de la dirección del Partido Comunista, en limitar la fuerza del FPMR y propiciar su aislamiento político.
En ese proceso, se borraron otras contribuciones distintivas, en el plano político, ideológico, moral y humano, de comunistas como Raúl Pellegrín, Norberto Nordenflycht o Cecilia Magni, para nombrar sólo a algunos que no dudaron en poner su vocación revolucionaria y su dedicación al pueblo por encima de las adscripciones organizativas.
Teillier, en ese sentido, representa exactamente lo contrario: una vida aplicada a la conservación de aparato político, concebido crecientemente bajo el molde de los partidos del régimen.
No yerran los comentaristas burgueses cuando le asignan a Teillier como éxito de su gestión la conversión del PC de una colectividad “testimonial” y “marginal” a un actor parlamentario y de gobierno. Lo notable de ese proceso es que en los casi veinte años de conducción de Teillier no ha habido una variación importante -incluso si se mide sólo por la cantidad de votos obtenidos en las elecciones- de la influencia del Partido Comunista en la población general.
Más bien lo contrario. Lo que han ganado en ministros, diputados y senadores, los comunistas han perdido entre los trabajadores chilenos.
En un pasado no muy lejano, cualquiera que se dedicara a la labor de organizar, de levantar la lucha por las demandas populares en la población o en un lugar de trabajo, en algún momento se iba topar con un comunista, para bien o para mal. Hoy, esa ocurrencia es excepcional y rara.
Esta circunstancia, acaso, refleja mejor el resultado de las acciones y decisiones impulsadas por Teillier: la implicación completa del PC como un partido integrante del régimen dominante; a veces, como su ala más izquierdista o, en muchas ocasiones, como los grandes contemporizadores o justificadores de medidas que benefician sólo al capital.
Es cierto que, dentro de todo, Teillier no fue el único responsable de esta conversión. Pero ahora, que ha fallecido quien mostró aquella notable capacidad para mimetizarse con el aparato partidista, muchos dirigentes del PC se preguntarán si no ha llegado el momento de también dejar lo que ellos ven como las cargas de una historia y las rémoras tenues de una ideología.
Y, quizás, habrá otros que simplemente tomen ese previsible proceso como el momento para romper con lo que ya es una cáscara vaciada y se decidan a ser, nuevamente, comunistas.