La contraofensiva ucraniana comenzó en la primera semana de junio, tras la presión de algunos países de la OTAN que pretenden que la guerra en la parte oriental de Europa continúe.
Tras el aumento en el tráfago de los equipos y munición que se requería, además de la ayuda en materia de logística, planeación e inteligencia, sólo esperaban a que el contingente de soldados ucranianos estuviera alistado para el gran momento.
Lo que comenzó con distracciones de carácter táctico en las zonas fronterizas con Rusia e incluso con amagos de la toma de asentamientos en el norte, con ataques de drones en la profundidad de territorio ruso o el asedio a un barco con drones marinos, sólo fue una diversión militar. En muchas de estas acciones se percibe claramente la mano occidental, que tiene una experiencia en guerras y que a la hora de ejecutar acciones contra población desarmada no tiene ninguna conmiseración. Son lo “daños colaterales”.
La movilización de las tropas ucranianas en el sur y su avance con una parte del equipo más moderno de la actualidad, incluyendo tanques Leopard, carros Bradley, camiones de transporte MaxPro, armamento antiaéreo y equipos de guerra electrónica, ha sido precario. Las cerca de siete mil bajas y un 25% de equipo destruido, además de avances limitados, muestran que los esperados logros no se dan.
Este revés, sin embargo, sólo llevará a los aliados occidentales de Ucrania a seguir tomando medidas que impidan la derrota militar y política de ese país y de la OTAN.
La contención militar sigue siendo la entrega de armamento en cantidades abismales y sin control al gobierno ucraniano, en espera que puedan detener cualquier avance ruso. Incluso está en proceso la entrega de aviones F-16 en unos meses más.
Los posibles escenarios a futuro tienen implicaciones inciertas, pues las alternativas ante un posible desmoronamiento ucraniano incluyen: el paso de ejércitos de Polonia y los países del Báltico, que son parte de la OTAN, pero que se manejarían como fuerzas que operarían independientemente del pacto, sin responsabilidad de éste. Otra alternativa es convertir a Ucrania, in extremis, en miembro de la OTAN y que, operando con los hechos consumados, Rusia se encuentre, de un momento a otro, en una guerra abierta y declarada en contra todo un bloque. Cualquiera de estos hechos, que son espeluznantes, tendrían que esperar la respuesta de Rusia.
Un hecho que ha llevado a la OTAN y a los dirigentes de los países occidentales ha persistir en la guerra, es que se han dado cuenta que las “líneas rojas” impuestas por Rusia han sido traspasadas sin mayores consecuencias. En particular, se han convencido de que los rusos jamás harán uso de armas tácticas o estratégicas que afecten el equilibrio del mundo.
Si la guerra la hiciera la OTAN, hace mucho tiempo habrían bombardeado la capital del país, además de todos los centros políticos, administrativos, económicos y castrenses. Rusia ha operado de otra manera: el presidente del país enemigo se desplaza libremente por el país, la industria, servicios, transporte y agricultura siguen funcionando, a pesar de disrupciones puntuales.
Hoy en día, cualquier propuesta de paz está bloqueada hasta que Estados Unidos y el Reino Unido se vislumbren con una ventaja táctica, ya sea política, económica o militar que implique la humillación o el desgaste ruso, lo que en la actualidad es improbable.
Vendrán nuevas ofensivas o contraofensivas militares, asemejándose a la guerra del Yemen, en la que, tras ocho años de conflicto, las partes están en el mismo lugar donde empezaron. El único factor común en ambos escenarios es Estados Unidos que manejó la guerra a través de sanciones y de terceros países, dando apoyo militar y político.
Lo diferente en este caso, es que están luchando en suelo europeo y que al bloque que están debilitando es a las potencias europeas.