Demasiada presión

Para un montón de gente, la victoria electoral del grupo de Kast cayó como un puñetazo en la boca de estómago. Pero los más golpeados son los propios triunfadores. Las huestes de este sector del pinochetismo se quedaron en blanco. No saben qué hacer. Ante eso, se dicen, lo mejor es borrarse un rato.

Luis Alejandro Silva Irarrázaval ya ha sido dos veces candidato. Primero a la convención, después a diputado. En ambas ocasiones no sacó más que algunos miles de votos. Pero en esta elección, al consejo constitucional, el grupo de Kast se dijo que todo iba a ser distinto.

Tomaron al bueno de Luis Alejandro y le abreviaron el nombre a, simplemente, “Luis”. Esa medida, que no parece tener mayor importancia, para esta gente, de verdad, es una gran cosa. Alguna vez alguien le dijo “José” a José Antonio Kast y el hombre casi se desmaya de la impresión.

A Luis Alejandro, alias Luis, además, le agregaron el título de “profesor”, algo que, en realidad, no es. Pero a los que pergeñaron esa estratagema les debe haber parecido un truco audaz y tchoro. La maniobra funcionó o, quizás, fueron los millones y millones de pesos que invirtieron en la campaña del “profe Luis Silva”.

Pero se entiende la preocupación. En medio de un elenco de cerdos acosadores, youtubers sesentones, viejas de mierda, milicos ladrones, hijos lesos de terratenientes y fanáticos de distinta calaña, Luis Alejandro era el único que inspiraba cierta confianza. Por eso, Kast lo declaró, con un atuendo de Star Wars, “el elegido”. Al final, es un asunto de clase, también.

Por eso cuando se enteraron de que habían conquistado un tercio de los votos, la cara del triunfo fue Luis Alejandro. Pero ¿en qué consistía el gran éxito? ¿qué iban a hacer a continuación? Uy, eso es un problema.

Kast citó a los consejeros electos a un hotel boutique lo suficientemente apartado, en Lagunillas, perdido por ahí, entre la ruta 68 y el camino viejo a San Antonio.

Ahí les bajó la línea: calleuque el loro. No digan nada a nadie. Excepto Luis Alejandro. Él sí puede.

Las razones de la ley mordaza republicana, como suele ser, tienen que ver con conclusiones algo rígidas sobre hechos pasados. Kast está convencido de que perdió la elección presidencial pasada porque se divulgaron las confesiones de uno de sus adláteres, el diputado Johannes Kaiser, sobre sus grandes temores: las mujeres. Tanto miedo les tiene, que quiere pegarles, violarlas y privarlas de sus derechos políticos.

Hasta Kast se da cuenta de que eso, tan útil para congregar el electorado incel, que comparte esas fobias, puede resultar contraproducente en una segunda vuelta. Esta vez, se dijo, vamos a ser “estratégicos”. No nos va a pasar lo mismo. No. Así que, se callan todos, por favor. Excepto Luis Alejandro, por supuesto.

Es fácil ¿no? Así se dirige un partido. Instrucciones claras, ideas definidas.

Pero no. Luis Alejandro, el supuesto “profesor”, va y da una entrevista al Diario Financiero. Y se le sale que, en realidad, “por qué cresta”, esas son sus palabras, debería cerrar grandes acuerdos en el consejo constitucional.

Claro, no debió haber hablado así, porque el grupo de Kast no tiene la más mínima idea de qué hacer ahora, ni la próxima semana, ni en seis meses. Pero eso no fue el principal problema.

Resulta que todo lo que convierte a Luis Alejandro una figura destacada dentro del grupo de Kast, fuera de él, se ve un poco raro.

Por lo pronto, pertenece a la secta del Opus Dei, vive en una especie de comunidad con otros hombres que practican extraños rituales de automutilación. Luis Alejandro no ha tenido otro logro en su vida excepto dentro del segregado micromundo de esa congregación oligárquica. Ostenta un título de “doctor” en Derecho, otorgado por la Universidad de Los Andes, controlada por el propio Opus Dei, y su única ocupación ha sido hacer clases allí.

En la entrevista, reconoce que, debido a su fanatismo religioso, apenas habla con su familia. “A mi viejo le costó harto. Soy el hijo mayor, y tenía una idea del Opus Dei… como de quien es secuestrado”, explica. “Pero con mis viejos esto ha ido de menos a más. Te ven contento y, al final, no tuve que decirles mucho, porque me veían muy bien. En esto, las palabras no sirven para nada”.

Su madre le escribió que le daba vergüenza verlo retratado como el “profe Luis Silva” en la campaña electoral. Y su hermano Sebastián lo considera un nazi. Y los otros cinco hermanos, por lo visto, también. Pero eso es sólo “por empatía. Sebastián tiene una personalidad muy atractiva: es músico, hace películas, es muy entretenido. Siempre digo que soy yo la oveja negra de la familia”, señaló.

Y así sigue Luis Alejandro. Podemos aventurar que se trata de una persona con hartos problemas. Y no muy pillo, tampoco. En general, los miembros del Opus Dei aprenden a no hablar mucho de sus cosas o llevar la conversación a temas más abstractos. Si no, pregúntenle a Joaquín Lavín, que es otro de esos.

Una vez conocida la entrevista, el pánico “republicano” aumentó.

“¿Ahora qué hacemos?” – “¡Qué se retracte!” – “Ya, pero…” – “¡Nadie dice nada más nunca más! Schnauze zu! Funkstille!”

Como se ve, de repente, la discusión pasó a la lengua nativa del gran líder. La decisión, entonces, es esa.

Silencio.

A eso se ha llegado.

Muchas gracias, en todo caso.