Después de las elecciones del domingo, nadie sabe qué hacer. Con excepción del gobierno. Ese, al menos, tiene claro una sola cosa: ofrecer a la derecha la implementación de un programa de derecha. Único problema: ni eso se lo aceptan.
Siempre estas cosas son muy rápidas. El viernes pasado, la ministra vocera de gobierno, Camila Vallejo, declaró al diario español El País que “el gobierno no torcerá su dirección, sea cual sean los resultados de la elección. Imagínese que nuestro gobierno dependiera de cada elección. Sería de una incertidumbre tremenda”. La frase fue tan audaz –“¡imagínese!”- que sirvió para el titular de la nota.
48 horas después, la misma ministra había pasado de presunta leona a real gatita de departamento.
En un tono más resignado señaló que el gobierno va a ser “flexible” en sus negociaciones con la derecha en el Congreso. El mismo día, se cerró un acuerdo con esa misma derecha en el Senado que ratifica el royalty minero en un… 1%, además de otorgar otras garantías tributarias a las grandes transnacionales mineras. El martes, la ministra de Salud presentó su plan para el salvataje de las isapres. El proyecto de ley no dice nada y lo dice todo. Serán las propias isapres las que “informarán”, en un plazo de seis meses, cuánto creen ellas, así, más o menos, tírate un número, que les deben a sus afiliados por las platas que se embolsaron ilegalmente.
Pero, ay, nada de eso es suficiente. Por ejemplo, la idea de sumar a la DC y su orgulloso 3% de los votos al oficialismo también chocó con la realidad. Claramente, en La Moneda no saben con quiénes están tratando. El senador Iván Flores lo dijo de manera desembozada: “si el gobierno invita a un partido como la DC, tiene que hacerlo no ofreciendo un carguito, un ministerio o una subsecretaría”. No, poh. Tienen que ser varios carguitos, preferentemente donde haiga. Y como esos ya están tomados, ya se arma un tremendo lío antes de, siquiera, empezar a negociar.
Pero eso no es todo. Los DC no pueden renunciar a su veta espiritual. Al fin y al cabo, son humanistas cristianos. No todo es terrenal. Por eso piden también cosas que se ubican en el plano de la abstracción: “tiene que ser con un programa”, sentencia Flores.
¿De qué está hablando? ¿Qué programa?
El programa del gobierno, como es sabido, ha quedado reducido a tres cosas que son necesarias. Uno, la reforma tributaria (y el cuento del royalty, para estos efectos) porque, de lo contrario, el Estado se va a la quiebra. Dos, la reforma previsional para salvar a las AFP. Y tres, la de salud, para rescatar, como ya vimos, el negocio de las isapres y las clínicas privadas.
Bueno, para la DC, en palabras del senador Flores, “si el programa sigue siendo ambiguo, tratando de ser un tremendo programa, que intenta cubrirlo todo, creo que la DC no va a estar para ser incorporada al gobierno”.
Y eso es la DC, que es lo que se llama un pelo de la cola.
De la derecha, ni hablemos.
Todo lo que ya se había, en la famosa cocina, acordado o estaba a punto de ser cerrado, tiene que ser ahora “reformulado completamente”, según Javier Macaya, el presidente de la UDI.
Uy. Terrible.
Mientras en La Moneda y en las sedes partidarias examinan estos problemas, los seguidores del oficialismo viven otra realidad, casi en otro mundo.
Ese es el de un Chile medieval, mal educado y muy ingrato que vota facho o, mejor dicho, súperfacho. En esa desdichada nación, el progresismo liberal y sus satélites de izquierda alternan los insultos a la bandada con los más oscuros augurios. Quien eche una breve mirada a las redes sociales puede encontrarse con historias como que una mamá desaconsejó a su hija afiliarse al Partido Comunista de Chile, porque a esos “los van a matar primero”.
Qué decir del odio parido a los que apoyaron el voto nulo. Esos son el mismísimo diablo. Los que impiden “avanzar”.
El contraste entre adherentes y políticos, dirigentes y dirigidos no podría ser mayor. Los jefes de los partidos oficialistas no están impresionados por la votación del grupo de Kast. Esa elección no le importa a nadie. A ninguno de ellos, al menos.
Como lo explicó en la inconfundible profundidad que le sabe dar a sus reflexiones, el ahora ministro Álvaro Elizalde constató que “la composición de ambas cámaras del Congreso Nacional no ha sido modificada” con los comicios del domingo. Y, como todos saben, es ahí donde los partidos deciden las cosas, no en un consejo constitucional de juguete.
Lo peor de todo es que hasta los trogloditas de Kast saben eso. Al margen de celebrar, deben reconocer que no tienen la más mínima idea de qué hacer ahora con su 35% y sus 22 consejeros. Muy súperfachos serán, pero no son algo distinto a lo que ahora llaman la “derecha democrática”. Y no porque sean democráticos, ni los unos ni los otros, sino porque son lo mismo que los otros fachos, sólo que “dicen lo que piensan”. ¡Exacto!
Y en lo del pensamiento -dejando de lado el fanatismo religioso, la imbecilidad ideológica y su estupidez propiamente personal, individual- siguen más bien las pautas de los partidos más antiguos del pinochetismo.
Porque vamos a reconocerles, no un mérito, sino un hecho, un simple hecho histórico y político, a Hitler, Mussolini, Franco, lo que quieran. Los verdaderos fascistas querían algo que a ellos se les había ocurrido solitos. Y digamos las cosas como son, al Kast se le da bailar en TikTok, pero no concebir un régimen dominante distinto al existente.
Porque en el que existe y, aún, domina, están todos revolcaos en un merengue, como dice el tango aquel.
Agregamos, en un sentido distinto a la letra original, sólo esto: “dale nomás, dale que va/allá en el horno nos vamo’ a encontrar”