El inicio de las operaciones militares rusas sobre Ucrania en el año 2022 desencadenó una serie de estructuraciones geopolíticas en el mundo, que antes estaban contenidas por la amenaza militar de Estados Unidos como “policía del mundo”.
La guerra entre la OTAN y Rusia ha mostrado las debilidades de los contendientes en disputa.
Eso es especialmente válido para Europa, cuyos últimos estertores expansionistas ponen evidencia su debilitamiento político y militar. La suerte de las aventuras coloniales de Francia en África es sólo una de las demostraciones de que hoy su antiguo poderío ha quedado eclipsado.
La falta de dirección política, el abuso de la maquinaria bélica como elemento de solución de conflictos, la carencia de líderes políticos capaces, el manejo injusto de las organizaciones internacionales y la desembozada maquinación para conservar sus lugares de privilegio, bajo el pretexto de la “democracia” y “las normas internacionales”, han quedado expuestos como lo que son: un fracaso.
La voz nominal de las potencias europeas como conjunto, el español Josep Borrell -su título oficial es “alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad”, sólo logra hacerse oír mediante declaraciones cada vez más rocambolescas o frívolas, como la imagen del Viejo Continente como el “jardín del mundo”, acechado por multitudes hambrientas.
Lo que no era evidente hoy se ha clarificado.
Hasta antes del fin de la guerra fría, bajo la amenaza nuclear que acechaba al mundo, al final de cuentas, las tensiones estaban, en efecto, contenidas. Los contendientes -EE.UU. y la URSS- sabían concretamente que no usarían su armamento estratégico, pues sería el fin de ambos.
Hoy, en cambio, se construyen diferentes bloques para el futuro. Y cada uno sabe que, para prosperar, debe no sólo controlar recursos naturales, sino que ha de construir un liderazgo indiscutido y un vasto soporte militar, con preferencia en las armas estratégicas.
Esos bloques se conforman en torno a protagonistas fuertes, que puedan ser socios, pero que no vulnerar la integridad de los países que adhieren a ellos.
Aquí es donde han salido a relucir países que eran secundarios hace algunas décadas, pero que hoy se plantean ser parte de la dirección global del mundo.
En América Latina, México y Brasil disputan este lugar; en Asía, China y Rusia, en el Medio Oriente, Turquía, Irán, Arabia Saudita; en África, Sudáfrica; en la África árabe, Egipto.
En cambio, los países agrupados en los bloques que se arrastran bajo los antiguos lineamientos de la guerra fría han perdido la capacidad política de aglutinar a otros, aun cuando conserven su primacía económica.
Lo que es evidente es el fin del mundo unipolar. Lo que antes parecía imposible se ha dado en el último año.
La guerra de Yemen, en la que se enfrentaban, a través de fuerzas interpósitas, Arabia Saudita contra Irán, se cierra con las negociaciones de paz y estrechamiento de relaciones entre ambos países. Rusia y China profundizan sus relaciones económicas y militares entre Rusia y China frente a la amenaza actual.
Y esa amenaza existe. Diversos países buscan protegerse ante posibles sanciones económicas o acciones militares en su contra, si no cumplen con los mandatos de los países que aún se arrogan la dirección mundial.
El “policía del mundo” estadounidense y sus sargentos occidentales ya no rondan tan como antes. Sus amenazas militares y sus sanciones económicas ya no surten los mismos efectos.
El temor y el terror se diluyen cuando solapadamente otros ayudan a sortear esas medidas o cuando, simplemente, se enfrentan a ellas de manera directa.
Las medidas represivas no funcionan o deben ser limitadas, porque quienes la imponen podrían aún necesitar de esos países, como ha ocurrido con Venezuela.
Unido a los problemas internos de los países industrializados, esta situación incentiva a las naciones con ambiciones de liderar sus continentes a que salgan a mostrar su presencia.
Pero este proceso no es lineal ni rápida. Los países que quieren dejar la dependencia de los más poderosos están en una transición entre ser o no ser serviles. Vemos, entonces, las dualidades y contradicciones. Una semana parece que son libres y despotrican en contra de los amos y a la semana siguiente, se humillan a sus pies.
Una cosa es cierta, mucho de lo que suceda en el futuro dependerá del triunfo o la derrota de Rusia en el campo de batalla de Ucrania.