Ya debió llamar la atención cuando la fiscalía pidió públicamente la búsqueda de varias personas inculpadas del asesinato de un carabinero en avenida Matta bajo la curiosa e inusual figura de “personas de interés”. En la formalización de los imputados este jueves han salido a luz muchas cosas muy interesantes.
El hombre que, según la investigación del OS-9 de Carabineros, mató al cabo Palma, motorista de la 4ª Comisaría de Santiago, llegó a lo que sería una escena en que, en poco más de una hora, participaría de dos tiroteos, varios homicidios frustrados y uno consumado, un secuestro y el robo de cinco mil pesos, acompañado de un perrito.
Del animal que, correctamente atado a una correa, caminaba junto a su humano, nunca más se supo. ¿Quedó solo y abandonado? ¿Su amo, en realidad, no lo era, sino que sólo lo sacó a pasear para entregarlo a su dueño antes de que se desatara el infierno en las calles del barrio? La investigación no da pistas sobre su paradero.
Ese es el problema con los pacos. Nunca pareció una buena idea que fueron ellos los que investigaran la muerta de Palma, un hombre que poco antes de morir, se ufanaba, bajo una máscara que ocultaba su rostro, que lo que más le gustaba eran “los operativos en las poblaciones”.
Porque, lo del perro puede no importar. Pero que otro carabinero, testigo presencial del asesinato de su colega, haya identificado el vehículo desde el cual provinieron los disparos como un Audi A3 gris, una descripción específica, si la hay, y que esa pista haya sido completamente ignorada por los investigadores, pese a que recibieron un sapeo adicional, con nombres y apellidos de un sospechoso, ya es otra cosa. De hecho, fueron a un domicilio en la comuna de La Pintana a buscar al señalado. Pero, pucha, no estaba. Y ahí quedó la cosa.
Y todo se centró en otro vehículo, un Chevrolet Sonic azul, perteneciente a un militar que lo arrendaba… o eso, al menos, dice él, porque esa evidencia enorme de 86 caballos de fuerza tampoco les interesa de verdad. No interesa que el auto “arrendado” ya hubiera aparecido en otros robos, en plena Vitacura, con anterioridad. No, lo único que interesa es que las “personas de interés” lo tenían entero marcado con sus huellas dactilares.
Cosa curiosa, una cosa es tener una huella, la otra es tener a la persona correspondiente. Eso, normalmente, se puede resolver con los registros del Registro Civil, valga la redundancia. Pero, si se trata de personas extranjeras que no han sacado su carnet en Chile, no hay mucho que hacer.
Por eso, fue una coincidencia casi providencial, no, no casi, sino que absolutamente caída del cielo, que uno de los sujetos de interés hubiese perdido su celular en Concepción hace un año. Y la persona que encontró el móvil lo mantuvo así, tal cual, durante todo este tiempo. Nunca se le ocurrió borrarlo y quedárselo para sí. Tampoco pensó en llamar a alguno de los contactos, ya que, al parecer, el pato malo que lo usaba no le había puesto clave ni nada.
No. Lo mantuvo guardado hasta que vio que el antiguo dueño del teléfono era una persona de interés. Los pacos investigadores no tardaron en descubrir exactamente dónde andaba, según los datos recopilados por la cuenta Gmail que, sin embargo, se limita a registrar meramente una comuna, por ejemplo, “Santiago”.
Y pese a ser favorecidos por estas increíbles coincidencias, los pacos y los fiscales no se atrevieron a pedir una orden de detención en contra de los sospechosos. No. Fueron a un domicilio donde, por otro golpe de suerte, encontraron los documentos de uno de los sujetos de interés, el mismo que, decían, había matado al carabinero. En la ocasión, se llevaron a otra persona de interés, que andaba por ahí, como “testigo”.
Y, para que todo anduviera bien, le pusieron esposas, le tomaron muestras biológicas y las huellas dactilares, y lo retuvieron en la sede del OS-9. Obviamente, con eso, invalidan toda la evidencia recogida, porque esa treta es una infracción a ley.
Pero eso no interesa. En la madrugada, los fiscales sí pidieron la orden de detención, porque las huellas coincidían con las del auto azul. Y un rato después, a las dos de la mañana, aparecieron los principales testigos de cargo, un ciudadano peruano y su polola, que identificaron a esa persona de interés como el que les había disparado a ellos en un cité de calle San Francisco poco antes del asesinato del paco.
Esa buena disposición para colaborar con la justicia en plena madrugada contrasta con el hecho de que esos mismos testigos no interpusieron denuncia alguna en la noche de los hechos y, en efecto, pese a que tuvieron que saltar del balcón del segundo piso para salvarse de las balas, no le dieron ninguna declaración a la policía. Al contrario, se esfumaron como si nada. Varios días después, fueron los pacos los que los ubicaron para que dieran su versión.
Quizás se debe a que el peruano, su polola y otros cuatro hombres más, fueron esa noche a cobrar arriendo en el cité, algo que hacían habitualmente amenazando con armas a las personas que ocupan las miserables piezas, y robándoles las pertenencias.
Pero ¿a quién le interesa eso? Ciertamente, no a Carabineros ni a la fiscalía que, nadie sabe bien por qué, decidieron colgarle el asesinato del cabo Palma a la segunda persona de interés, la que habían incriminado de manera ilegal.
No es difícil darse cuenta de que tenían vistos a los sospechosos antes de que tuvieran elementos objetivos de sospecha. Y eso, por supuesto, es sospechoso en sí mismo. Porque significa que algo o alguien están tapando, incluso en un caso en que se trata de uno de sus propios colegas.