A confesión de parte…

Todo el lío por las leyes represivas impulsadas por los partidos del régimen tiene un trasfondo. Su objetivo no es ir en contra de la delincuencia, porque eso significaría tocar poderosos intereses, incluyendo a Carabineros. Es el miedo, el auténtico pánico, del régimen ante el pueblo lo que las motiva.

Usted dirá, aplicado lector, atenta lectora, que todo eso lo venimos diciendo desde hace tiempo aquí y, más aún, ahora último.

Y tendría razón.

Y tanto así, que aquellas lectoras más “moderadas” y esos lectores oficialistas que también tenemos, podrían objetar que nos extralimitamos en nuestra prédica anti-Carabineros. Porque -dirán en brillantes letras amarillas- quién puede negar que la delincuencia está desatada y que una situación excepcional bien puede requerir algo de mano dura, sin excederse, por supuesto.  

¿Cómo responder a esa inquietud?

Fácil.

Que hablen los propios representantes del régimen. Porque, a diferencia de los propios pacos, que son capaces de mantener su falso discurso victimista hasta el final, los dirigentes de los partidos políticos son un poco más ¿cómo decirlo? ¿sensibles? No: excitables. Sobre todo, si andan más nerviosos que murciélago en mercado chino.

Ahora ¿quién soltaría la pepa? ¿Quién va a decir la firme sobre asunto y, de ser necesario, contradecir a los pacos? No los liberales del gobierno, desde luego.

El tránsito del oficialismo de la “refundación” y “reforma estructural” de la policía a la apología del general Carlos Ibáñez del Campo (primer período, el dictatorial) o -digámoslo con más sorna, pero no menos veracidad- del “violador en tu camino” al “amante carabinero”, es irreversible.

No, no, no. El que diga las cosas como son, tiene que ser alguien que siempre ha despreciado a los paquitos y que nunca ha dejado de hacer abundante uso de sus sangrientos servicios.

Entra en escena el senador Javier Macaya.

Con ocasión del aniversario del ajusticiamiento del perverso vendepatria Jaime Guzmán, el presidente de la UDI la cortó con la cháchara de la “delincuencia” y dijo la verdad.

Quizás fue sin darse cuenta. En respuesta a los cuestionamientos de la ONU a la llamada “Ley Retamal”, de impunidad para pacos asesinos, Macaya se vio transportado a 1978, cuando la dictadura se enfrentó a esa misma ONU con una “consulta nacional”.

¡Qué recuerdos! ¿Verdad, Macaya?

“Tendrán que quedarse con su opinión”, tronó Macaya, al estilo de su general, encontra de Naciones Unidas, “si desde un organismo internacional no entienden que nuestro interés es que nunca más en Chile se vuelva a validar la violencia como un método para conseguir objetivos políticos”.

Perdón ¿qué? Se suponía que eran los patos malos los que tienen a los carabineros al límite.

¿Qué objetivos políticos? ¿De quién?

“Para nosotros es muy importante que Carabineros cuente con un estatuto de protección para defender la democracia en Chile, que es algo que, espero, que a las Naciones Unidas le pueda importar”, agregó Macaya.

¡Ajá! Un “estatuto de protección para defender la democracia” -no para que detengan a narcos y ladrones- y para que, y esto lo dijo de verdad, “nunca más en Chile los Carabineros pasen de ser las personas que tienen que proteger la seguridad a convertirlos en personas que son imputados y perseguidos por supuestas violaciones a los derechos fundamentales”.

Es lo que decíamos o, como le gustaba cerrar a nuestro antiguo profe de matemáticas: “Q-E-D, chiquillos, Q-E-D, quot erat demonstrandum”.