Por un margen muy pequeño, el parlamento rechazó la moción de censura en contra del gobierno, luego de que éste hubiese aprobado por decreto la reforma previsional de Macron. La consecuencia es clara: la decisión de este conflicto pasa del parlamento a las masivas movilizaciones populares.
Fue la consecuencia de la aplicación del “49.3”, la norma constitucional que permite al gobierno aprobar leyes saltándose al parlamento. Dos mociones de censura en contra del gabinete de la premier Élisabeth Borne. Una, patrocinado por un grupo mixto de pequeños partidos centristas y otra, por el partido de Marine Le Pen, Reagrupamiento Nacional.
Sólo la primera tenía posibilidades, debido a la política de la mayoría de las facciones parlamentarias de no apoyar iniciativas de la ultraderecha.
El éxito dependía de cuántos diputados de Los Republicanos, el receptáculo actual del antiguo gaullismo y de otros partidos centristas y de derecha, se sumaran a la destitución de Borne y su gabinete. Al final, fueron más de lo anticipado, 19 de 61. Pero no lo suficiente para alcanzar los 287 votos requeridos. Sólo faltaron nueve adhesiones.
El resultado evita, por el momento, una derrota política fundamental para Macron. Pero, sobre todo, significa ratificación definitiva de la reforma previsional anti-trabajadores impulsada por el gobierno.
Pero el alivio en Palacio Elíseo fue breve. Luego de un fin de semana marcada por protestas crecientes en todo el país, que incluyeron el bloqueo de carreteras, además de los ya consabidos choques con la policía, este lunes la furia popular volvió a encenderse.
En la capital, las grandes avenidas y barrios emblemáticos fueron sacudidos por marchas y mitines, cuyo centro de gravedad se desplazaba rápidamente de un punto a otro: la plaza de la Ópera, la calle Rivoli, la Bastilla, las galerías Lafayette. Es como si los manifestantes hubiesen trazado su plan de acción sobre una guía turística.
Las barricadas se erigían con facilidad. Toneladas de basura depositada en las calles debido al paro de los trabajadores de la basura, se convirtieron en el material predilecto para encender fogatas y frenar el avance de las fuerzas represivas.
Pero las acciones de masas no se limitaron a la capital. Lyon, Lens, Rennes, Nantes, Burdeos, Marsella, Toulouse, Brest, Nancy, Estrasburgo, Lille, Dijon… en toda Francia, el pueblo salió a las calles en la tarde y la noche del lunes.
La nueva jornada de lucha coincidió con la rendición de las materias de especialidades del bachillerato, el equivalente francés a las pruebas específicas de la PSU, en los liceos. El examen había sido adelantado a marzo, a pesar de las objeciones de estudiantes y educadores.
Y a pesar de las admoniciones de los dirigentes, tradicionalmente muy moderados, del profesorado de limitar las protestas para no interferir con el bachillerato, muchos estudiantes y docentes que se manifestaron en los colegios, y supervisores se negaron a tomar el examen.
Un profesor de filosofía del liceo “Montesquieu” de Burdeos declaró al diario “Libération” que “con la violencia del gobierno, se me fueron todos los escrúpulos. Normalmente, [los docentes] vamos a las manifestaciones a la hora fijada, cantamos, todo buena onda. Pero ahora, la rabia es tal que sale espontáneamente por toda Francia. ¡Es muy revelador! Muestra la magnitud del problema y nos recuerda que no nos rendiremos”.
Las huelgas y protestas continuarán en los próximos días. El jueves será otro hito de las movilizaciones, con una nueva convocatoria a un paro nacional.
La disputa ya abandonó los salones parlamentarios. En la calle, los trabajadores buscarán la definición en defensa de sus derechos.