El pánico por el colapso del muy especializado Silicon Valley Bank, del condado de Santa Clara, en California, Estados Unidos, encontró su siguiente víctima lejos, muy lejos, en el centro de Europa, en una de las instituciones más importantes del mundo financiero, Credit Suisse. Al igual que en Estados Unidos, en Suiza es el Estado el que salta al rescate del capital.
Ammar Al Khudairy sabía perfectamente lo que estaba haciendo cuando pronunció estas dos palabras: “absolutamente no”.
Al Khudairy es el presidente del Banco Nacional Saudí que, a su vez, es dueño de 9,8% de las acciones y principal controlador de Credit Suisse, el mayor banco suizo y debido a la centralidad de ese mercado, uno de los conglomerados financieros clave en el mundo.
La pregunta a la que Al Khudairy dio su negativa absoluta es sí tenía algún intención de ampliar su participación en Credit Suisse, ahora que las acciones están, pues,… baratas. Este miércoles, sus títulos cerraron con una caída monumental 24,2%, como consecuencia de la crisis desatada por la caída del banco SVB en Estados Unidos.
Tan bajo ha caído Credit Suisse que, en capitalización bursátil, está por debajo del Banque Cantonale Vaudoise, una institución regional de la provincia suiza de Vaud.
Es un triste destino para la Schweizerische Kreditanstalt, el nombre original del banco de 167 años de historia, antes de adoptar su nombre en francés, Credit Suisse, más fácil de pronunciar, un factor no despreciable si se quiere competir en los mercados mundiales.
La decisión de los saudíes de dejar caer Credit Suisse, en todo caso, no es sorpresiva. Ya a fines del año pasado, el mismo Al Khudairy había explicado que su inversión en el banco era “táctica, no estratégica”. Pero la seca respuesta puso fin a las ilusiones de un rescate árabe.
Ahora, el rescate estará cargo del Estado suizo. El banco central helvético declaró que dispondrá medidas para asegurar la liquidez de Credit Suisse, no sin antes -son suizos, al fin y al cabo- apuntar al hecho de que el banco dispone de un montón de su propio cash para hacer frente a la emergencia.
El problema es que el total de los activos que maneja Credit Suisse es absolutamente monumental: 1,5 billones (o sea, millones de millones) de dólares, el equivalente al PIB de Corea del Sur o de Rusia.
El riesgo de una quiebra de Credit Suisse, en efecto, es sistémico. Tiene el potencial de hundir a la plaza financiera suiza, pero los tentáculos del banco son globales.
En Europa temen un efecto dominó. El Banco Central Europeo (BCE) envió un urgente requerimiento a los consorcios financieros de la eurozona para que informen sobre su exposición a Credit Suisse, es decir, cuánto les golpearía a ellos si los suizos quiebran.
De acuerdo con el Financial Times, los jefes del BCE consideraron emitir un comunicado para “calmar a los mercados”, pero optaron por abstenerse. Un llamado al sosiego, razonaron, podría interpretarse al revés y echarle más bencina al pánico financiero.
Y el pánico es muy real. Por eso, la decisión en Estados Unidos y, ahora, en Suiza, de garantizar un rescate a los bancos fallidos.
Pero nadie sabe a dónde saltará el maní mañana o pasado.