Una pequeña catástrofe

El rechazo en la Cámara de Diputados del proyecto de reforma tributaria del gobierno significa el fracaso súbito de lo único que aún le daba alguna consistencia política: la propuesta de “grandes acuerdos” con la derecha. Es una catástrofe, pero pequeña; al fin y al cabo, el oficialismo seguirá insistiendo en su muy ingeniosa y súper exitosa estrategia.

Reconozcámosle al ministro de Hacienda, Mario Marcel, lo que es debido. Cuando se le acabó el mundo -de un momento a otro, inesperadamente-, cuando sus planes se derrumbaron -porque sí, sin razón-, cuando sus esfuerzos se demostraron inútiles -sin importar el cuidado y el empeño invertido, cruelmente-, cuando pasó todo eso, entonces, mostró harta más prestancia que toda su claque junta.

Luego de esperar largos, eternos, minutos, rodeado de diputados oficialistas, pálidos como una hoja de papel Bond blanca, 80 gramos, el ministro sacó la voz: “esto es una muy mala noticia para Chile…”.

Y eso que él quería dar buenas noticias. Había tenido, hace un par de días, las cifras del Imacec: en azul, mejor de lo esperado. Y hoy habían aparecido los datos del IPC: la inflación bajó en febrero. ¡Son brotes verdes! ¡No, más que eso: la primavera económica se acerca! ¡Eso es una buena noticia! Y ahora esto…

Hay razones, llamémoslas estructurales, por las que Mario Marcel se guía por las estaciones en el hemisferio norte – Nueva York, por decir- y no las de Chile. Por lo demás, aquí tenemos sólo dos: un mes de invierno y 11 de infierno.

El punto es que esas razones estructurales lo han tenido presionado a Marcel.

En la víspera, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos anunció una nueva alza de las tasas de interés, pero que no se sabe aún si van a ser un mazazo o un mega-mazazo financiero. Eso es una mala noticia. Para países como Chile, eso significa que los capitales se van y no llegan.

Y también significa que el Banco Central chileno va a seguir el ejemplo de la Fed.

En una charla análoga a la de Powell, su presidenta, Rossana Costa, insinuó que todo lo que Marcel considera buenas noticias, en realidad, son datos raros, confusos, contradictorios y aislados, y que, potencialmente, esconden puras cosas raras.

Por ejemplo, el tipo de cambio.

El dólar está ahora a 800 pesos, notablemente menos del dólar a luca de hace un tiempo. Pero Costa aludió, sin decirlo abiertamente, a los ataques especulativos sobre el peso y concluyó: “dado lo inusual de esta situación, resulta más complejo evaluar sus implicancias y los efectos que tuvo o tendrá en las decisiones de las empresas y personas”.

¿Y la tasa de interés récord, el Banco Central la va a bajar?

Respuesta corta: no.

Digan lo que digan -o sea, diga lo que diga Marcel y sus brotes verdes- Costa sentenció que “como país no podemos permitirnos relajar nuestro esfuerzo por atacar la inflación”. En castellano, eso significa que el Banco Central mantendrá la tasa de interés en 11,25%, a pesar de que eso es “doloroso, pues significa ajustar la demanda de la economía, pero es desde niveles insostenibles en el largo plazo”.

Mala noticia, mala.

Desde que asumió el gobierno actual, ha actuado en tándem con el Banco Central para llevar adelante una política de ajuste.

La razón aparente es la inflación que se pretende frenar subiendo las tasas de interés. Pero luego de un año, esas medidas apenas han movido la aguja, al igual que en las otras economías, especialmente las industrializadas, que han aplicado esas medidas.

Por eso, Chile se encamina a una recesión, mientras en el resto de América Latina la actividad económica comienza a repuntar.

En efecto, las políticas de altas tasas en Chile favorecen al capital financiero y los grandes grupos económicos que descansan sus ganancias sobre las exportaciones y el control monopólico del mercado. De hecho, ya ha quedado demostrado que son esas mismas ganancias las que alimentan la inflación, y no la demanda de los consumidores.

Pero no le cuenten eso al Banco Central.

Quién sí se ha dado cuenta de ese pequeño detalle es Marcel. No en términos teóricos, ni por reconocer la evidencia empírica, que muestra que, mientras los precios suben, los salarios bajan y las ganancias del capital aumentan.

No. El enfoque del ministro es, más bien, contable.

Es decir, se fija en todo lo que el Estado debe pagar. Una recesión rebaja los ingresos del fisco. En el afán de evitar revueltas y quilombos, ese mismo Estado, sin embargo, debe soltar bonos e, idealmente, invertir en algo, puentes, caminos… cosas, pues. Y, además, el Estado tiene pendientes dos problemitas muy especiales: tiene que rescatar a las isapres y a las AFP.

Lo primero todavía se está negociando. Lo segundo ya tiene un nombre y se llama PGU: pensión universal básica. Ese es un regalito que le dejó Piñera al actual gobierno, que ahora tiene que ingeniárselas cómo pagarla, más aún si la aumentaron a 250 mil pesos por nuca.

Y ahí entró la famosa reforma tributaria. Por eso, era tan importante.

En todo caso, lo de “reforma” es lo de menos.

De lo que se trataba era simplemente aumentar, en la medida de lo posible, los ingresos del fisco.

La medida de lo posible iba a estar dado por que el capital estuviera dispuesto a ceder y- en el ámbito político- el régimen, finalmente, acordara.

Marcel comenzó, muy al inicio del gobierno, con un proyecto limitado, pero con ciertos tejos pasados. Un ejemplo: el impuesto a los grandes patrimonios. Eso era una medida que, en el Senado, se iba entregar a la derecha como concesión.

Y comenzó la cocina. E iba a seguir y seguir, en la medida en que progresara su tramitación legislativa.

Pero, pese a las negociaciones y las promesas, la derecha no quiso jugar y volteó el proyecto en la primera votación este miércoles. Todo en vano.

Por lo pronto, esto significa que ninguna reforma tributaria o, mejor dicho, ninguna medida para aumentar los ingresos del fisco vía impuestos puede ser tramitada durante un año. Considerando toda la plata que el fisco necesita ahora, eso es, en efecto, una pequeña catástrofe.

La gran catástrofe es que todo el método, la agenda y los objetivos del gobierno quedaron en el suelo. Ya se habían definido, mal que bien, por una ruta: salvar su continuidad resolviendo el problema de las isapres, perdón, de la salud; de las AFP, disculpe, de las pensiones; y del capital, ay, no, de la economía.

Y todo eso iba a ser negociado en el Congreso, para que quedara a gusto de la derecha ¡bah! qué digo, de todos.

Ahora les entró una terrible, terrible, duda.

¿Acaso toda esa debilidad, todas las concesiones, no iban a servir de nada?

En la noche, en una alocución al país, el presidente Gabriel Boric, intentó despejar la incertidumbre: “el gobierno va a seguir gobernando”, exclamó.

Interesante.

Pero ¿cómo?

“Vamos a encontrar el camino para habilitar un debate serio en el parlamento y, así, la reforma tributaria pueda ser realidad”, indicó Boric.

Ese “camino”, probablemente, apunta a insistir en el Senado. Pero para eso necesitará un quórum de dos tercios.

Y eso significa que tiene que venir con el “acuerdo” ya cocinado, porque, sino ¿pa’ qué? Y eso, a su vez, significa que tendrá que entregar aun más de lo que ya iba a conceder, que era casi todo. Y eso, como consecuencia, significa que, seguramente, va a terminar bajando los impuestos al capital y aumentándoselos a los trabajadores para sacar un par de morlacos.

O, quizás, intenten un gran, gran, súper «acuerdo» en que vean todo, AFP, Ispres, pacos y milicos, todo, para seguir «gobernando».

Pero no nos adelantemos.

Por mientras, simplemente contemplemos, maravillados, cómo, ante el fracaso de todo lo que hace este gobierno, decide continuar por el mismo “camino”.