Para eso sí tienen plata (temporada 2)

El gobierno celebra el cierre de las cuentas fiscales como si hubiese ganado el Mundial. Las cifras demuestran la magnitud del ajuste que beneficia al capital, pero que lanzará al país a una recesión.

Si el presidente Boric y sus asesores se preguntan por qué el gobierno está tan bajo en las encuestas, no necesitan sacarse los cuchillos entre ellos, como actualmente lo hacen. Tampoco tienen que buscar expertos políticos extranjeros, ni tramar cambios de gabinete, como también lo hacen en estos días.

No.

Sólo tienen que mirar por la ventana.

Ahí, a un tiro de piedra, está la respuesta. En Teatinos 120, el dominio de Mario Marcel, el jefe de las finanzas estatales.

El Ministerio de Hacienda publicó hoy su cierre del año. Y en letras catástrofe celebran, como si fuera una gracia, que el fisco ha logrado por primera vez en 10 años un superávit.  

Se trata de 3.700 millones de dólares que sobraron al hacer la caja entre el gasto y los ingresos del Estado. O, como prefiere presentarlo el gobierno, el equivalente a 1,1% del PIB.

Según Hacienda, ese es el resultado del “mayor esfuerzo histórico” en la reducción del gasto público: un 23,1% real. Eso recortes obedecen a dos cosas: una, que es obvia, el fin del IFE y de otros bonos que se entregaron durante el gobierno de Piñera.

La otra es de carácter más general: la política de ajuste dictada por el capital financiero y aplicada por el gobierno.

En el caso del gasto fiscal, eso se manifiesta en colegios que se caen a pedazos, hospitales que no tienen especialistas, ambulancias que no llegan a las emergencias. Cosas así.

Alguien podría decir que es bueno que se gaste menos de lo que se gana. Y, de hecho, lo es, al menos en comparación al gobierno de Piñera, que tiró la casa por la ventana, obligado por las circunstancias y decidido a aferrarse en el poder.

Sin embargo, el último superávit fiscal, que se anotó en 2012, también se debió, como ahora, a la aplicación de un ajuste, acompañado de un aumento coyuntural de los ingresos del Estado.

Para ir a los períodos en que verdaderamente las cuentas fiscales resultaban positivas hay que ir a la primera década de este siglo, cuando llegaba la plata dulce de los súper precios del cobre.

Pero ahora, no existe nada de eso. Y no por los precios. Sino por la producción. Un informe de Cochilco, publicado por la agencia Reuters, muestra que la explotación del mineral será de manera bastante más lenta, debido al retraso en la puesta en marcha de nuevos proyectos.

Esa proyección sintoniza bien con las cifras medidas ahora en otros sectores económicos. La manufactura cayó 4,1% en diciembre, comparado con el año anterior. El comercio se contrajo en 8,3%.

Son los signos de la recesión que viene o, más bien, ya está aquí.

Parte de este declive económico fue provocado por esa misma política de ajuste de gobierno. Chile aplicó, como lo señaló en octubre del año pasado el diario británico Financial Times, el ajuste “más agresivo” de los llamados mercados emergentes.

Los resultados están a la vista. Mientras los demás países de América Latina logran mejorar, aunque mediocremente, su situación económica, Chile desciende. Según los cálculos del Banco Mundial, será el único país de la región, junto Haití, cuyo PIB caerá en 2023.

Bajo esas condiciones el superávit fiscal sirve bien poco. O, para ser claros, sólo le sirve a uno grupo muy específico: el capital financiero.

¿Por qué, exactamente? La respuesta está en el mismo informe anual del ministerio de Hacienda, donde hay otro récord histórico. Es la deuda del Estado que alcanzó su mayor nivel en 30 años: 37,3% del PIB.

Sólo el próximo año, hay que pagar más de 6 mil millones de dólares en amortizaciones. Más del doble del superávit fiscal.

¿Por qué al capital financiero el gustan los ajustes económicos, aunque hundan las economías? Fácil, porque con esos “ahorros”, con esos superávits, los Estados les pagan a ellos los intereses que cobran y contraen más deuda. Porque, para eso, sí tienen plata.