La pregunta, probablemente, no tenga respuesta en una nueva cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (Celac), que comienza este martes en Argentina. El encuentro sí reflejará una profunda crisis y cambios vertiginosos.
Punta Cana, el balneario dominicano, fue el escenario de una desconcertante reunión de la Celac en 2017. En Estados Unidos, había asumido Trump; en los países de la región dominaban los gobiernos derechistas, muchos de los cuales boicotearon la cumbre; en Brasil se había consolidado el gobierno golpista de Michel Temer; Venezuela se deslizaba a una crisis política permanente, acicateada por el creciente bloqueo económico impuesto por Estados Unidos.
Las siguentes cumbres fueron simplemente suspendidas.
Sólo la decisión del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, insufló nueva vida a la idea de reunir a los países del continente sin la supervisión de Estados Unidos o de la antigua potencia colonial, España.
La cumbre en Buenos Aires, a primera vista, parece aupiciosa. Es el regreso de Venezuela, con plenos derechos, a la escena diplomática; se firmará un acuerdo sobre una futura moneda común; se estrenarán varios gobiernos nuevos, principalmente, el de Lula en Brasil.
En ese sentido, la agenda es un revés para los intereses estadounidenses y para los gobiernos que los representan en el concierto americano. El principal, a estas alturas, es el de Boric, que deberá soportar, probablemente, la presencia de Nicolás Maduro, un presidente que el mandatario chileno, fiel a los dictados de Washington, quiso proscribir.
El proyecto de una moneda común, como un mecanismo de intercambio comercial entre los países y que rompe la dependencia del dólar, cobró nuevos bríos, empujado sobre todo por Brasil y Argentina, el centro del comercio latinoamericano. Poco tienen que decir en esas tratativas las naciones carentes de una base industrial, como Chile, y sometidas a los vaivenes de los precios mundiales.
Tampoco se podrá esperar una declaración de apoyo a las consignas militaristas de Washington sobre la guerra en Ucrania, aunque el enviado especial de Estados Unidos, el ex senador Chris Dodd, sin duda, pondrá su mejor esfuerzo.
La cumbre será, también, la culminación de los esfuerzos políticos de México, que busca levantar a América Latina en medio de los vaivenes mundiales. Estará representado por su hábil canciller Marcelo Ebrard.
Pero a pesar del empuje que demuestra el temario, poco tendrán que proponer los gobiernos de la región frente a la crisis en Perú, el mayor acontecimiento de la actualidad.
La insurgencia popular en Perú escapa a las herramientas políticas y diplomáticas de los gobiernos. Representa un factor nuevo y más poderoso: el protagonismo de las masas.
Ninguno de los gobiernos de la región, sin importar su orientación, tiene la fuerza o la capacidad política de proponer un camino real para la superación de la crisis.
Al contrario, muchos de los gobernantes verán reflejados los acontencimientos peruanos en sus propios países: ese poder que representa a un pueblo movilizado que se levanta frente a las carencias y exige acabar con un régimen político caduco.
¿A dónde va América Latina?
Esta pregunta supera, incluso, a los dirigentes más capaces de nuestro continente.
La respuesta radica, crecientemente, en la actividad creadora y la lucha de los pueblos que marcará el devenir americano.