Nada detiene al pueblo

Las masivas manifestaciones en Lima llevaron la lucha popular a las puertas del régimen. Pero es en las provincias del Perú donde la lucha se intensifica y crece. Todo indica que esto es recién el comienzo.

“Con prudencia”: así calificó el gobierno la actuación de las fuerzas de seguridad en contra de las multitudinarias marchas en Lima, durante el paro nacional del 19 de enero. Aunque cínica, la expresión contiene un grano de verdad.

La razón es que, en comparación, esta vez se limitaron en su afán asesino. Fueron miles y miles de hombres y mujeres que coparon las avenidas y plazas de la capital. Salvo el conteo de heridos, las lacrimógenas, y una represión constante, la jornada no cobró víctimas fatales en la capital.

En cambio, en las provincias del sur y en otros puntos del país, la policía dio nuevamente rienda suelta a la represión.

Desde hoy y por 30 días quedaron suspendidos los derechos constitucionales relativos a la inviolabilidad del domicilio, la libertad de tránsito, de reunión y libertad y seguridad personales en Tacna, La Libertad y Amazonas, es decir, en departamentos al norte y sur del país. Ya son 18 departamentos del Perú que están paralizados por las movilizaciones

Nuevamente tuvieron que ser cerrados los aeropuertos de Arequipa y Juliaca, luego que los movilizados sobrepasaran el resguardo policial. A punto de correr similar suerte tuvo el aeropuerto de Cusco.

En Puno, con helicópteros la policía reprimió las movilizaciones que hoy alcanzaron nuevos bríos. Es la respuesta a los dos últimos dos muertos en las jornadas de protestas del pasado miércoles. Al caer la tarde, una comisaría fue incendiada en la localidad de Zepita.

En Machupichu, la empresa PeruRail se vio obligada a suspender sus operaciones dejando a cientos de turistas que, más perdidos que el Teniente Bello, pretendían apreciar las bellezas locales mientras el país ardía por el sur, el centro y cuyo fuego va extendiéndose hacia el despoblado norte.

Si ayer se contabilizaron 120 bloqueos en las rutas, hoy la cifra se elevó a los 140.

Y en el norte, a eso de las 14 hrs., en la localidad de Espinar, un masivo grupo de insurrectos ingresó al campamento minero de la compañía Antapaccay para exigir la paralización de las faenas. El llamado era al paro nacional y todos debían acatar.

Boluarte no se ha movido un centímetro del guión oficial con el que el régimen quiere explicar y justificar la represión. Ayer por la noche, luego de una dura jornada que terminó con un edificio histórico envuelto en llamas por las bombas lacrimógenas de la policía, volvió a incendiar la pradera con el discurso de que tras la movilizaciones hay grupos terroristas articulados para tomarse el poder. De eso, ya sabemos en Chile.

“Ustedes quieren generar caos y desorden para tomar el poder de la Nación. Están equivocados… los actos de violencia generados a lo largo de estos días de diciembre y ahora en enero no quedarán impunes. Nuestra Dirección Nacional de Inteligencia está actuando con la firmeza que corresponde y prontamente estaremos, junto a la fiscalía, verificando y abriendo las carpetas fiscales de aquellas personas que estén generando actos de violencia, destrozos de la propiedad privada y del Estado”, expresó Boluarte, o Balearte, como le han llamado, en un discurso junto a miembros de su gabinete.

El Poder Judicial respondió inmediatamente con eso de la independencia de los poderes, porque ella no puede abrir investigaciones por su cuenta. No pinta bien la cosa y es mejor ir cubriéndose las espaldas. Ya suman más 50 los asesinados por la policía y cientos los heridos de gravedad por lacrimógenas y perdigones lanzados a matar.

Pero hay una cosa que ya ha quedado clara: en Perú, el pueblo no ceja, porque está levantando todas sus fuerzas, toda su inigualable experiencia histórica, toda su voluntad y decisión.

En estos días, muchos han recordado las palabras de José María Arguedas, hijo de Andahuaylas, que, en su canto a Túpac Amaru, padre creador, entonó:

“Padre nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los temibles árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar; escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de su movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos estamos levantando, por tu casa, recordando tu nombre y tu muerte!”