¿No sabe lo que significa esa palabra? Una pista: es un acrónimo que toma la primera sílaba de una palabra –“ca” –, otra palabra entera -“tras”- y, al final, repite lo del inicio: ca-tras-ca. ¿Sigue sin adivinar? Piense en este gobierno y se le va a ocurrir al toque.
Sólo este gobierno es capaz de someterse de manera completa a sus adversarios políticos, pagar todos los costos de las medidas antipopulares que ello implica y, además, ser humillado, golpeado y sometido nuevamente.
Cuando había pactado el acuerdo constitucional dictado por la derecha; cuando se había comprometido a enviar al Congreso una serie de proyectos de ley tan represivos como lunáticos; cuando ya se habían puesto de acuerdo en un “relato” -las nuevas autoridades se hicieron cargo del país en medio de una grave crisis, pero han estabilizado la situación; cuando ya estaban preparándose para las vacaciones, terminan con una crisis de gabinete de aquellas.
El presidente echó a su ministra de Justicia, Marcela Ríos, acusándola de “desprolijidades” en los indultos a 13 presos políticos. Todo el mundo sabe, sin embargo, que, en eso, el Ministerio de Justicia sólo tiene que firmar unos papeles. Todo lo demás, lo hacen el presidente y sus asesores.
Si hay, entonces, “desprolijidades”, el responsable es el jefe, no los subordinados.
La verdad es que Ríos se fue, porque la derecha lo quiso. Y lo quiso, porque… puede.
Y ella era un blanco fácil. Su salida estaba prevista cuando Boric hizo su primer cambio de gabinete. Se mantuvo, posiblemente, porque no había un reemplazante disponible en ese momento.
Pero que no servía para lo que se le pedía, no servía.
No tenía negocios con jueces y ministros de la Suprema; no era masona; no era de ningún partido (se había sumado al grupo de funcionarios en torno a Boric, llamado Convergencia Social, pero eso no vale como partido); no respondía a ningún senador; y, quizás, carecía de la falta de vergüenza que caracteriza al común del personal gubernamental.
Por supuesto, la historia de los indultos es puro cuento. Nadie pudo esperar seriamente que la derecha no hiciera escándalo, que los medios no lanzaran campañas para enlodar lo que fue una victoria de la lucha popular, no una decisión del gobierno.
La verdadera razón es el nombramiento de Ángel Valencia como fiscal nacional. Ese trato lo cerró Boric, como tantos otros, personalmente con la UDI. No creyó necesario informar oportunamente a los miembros de su gobierno; a la ministra Ríos, por ejemplo, que estuvo haciendo campaña para otro postulante.
Y también se le olvidó considerar los intereses de sus aliados y de otros sectores de la derecha en ese sucio asunto.
La próxima semana se va a ver cómo se resuelve esa historia. Pero algo está claro. El único que pierdea será, en cualquier caso, el gobierno.
¿Cuál es la razón de tanto problema?
En un inicio, el propio Boric validó una idea que planteaba que le faltaba “experiencia” para dirigir el país. Pero eso es algo inevitable. Sólo quien ya ha gobernado tiene esa ventaja. O sea, el mismo problema lo tuvo Aylwin, Frei Ruiz-Tagle, Lagos, Bachelet y Piñera.
Pero ninguno de ellos lo admitió públicamente, porque hubiesen quedado como chaleco de chancho frente a todo el país.
Podría ser que los colaboradores, los partidos de gobierno, los ministros y funcionarios carecieran de los conocimientos prácticos para manejar el Estado. Seguro que sí. Pero la existencia misma de un Estado supone que no es mucho lo que hay que, en realidad, manejar.
Eso es, en breves términos, el Estado moderno.
Por eso, muchas reparticiones públicas son encabezadas desde siempre por completos ignorantes e ineptos, sin que eso sea, en sí mismo, la razón del éxito (rara vez) o del fracaso (lo más común) de sus tareas.
No. El problema no es generacional ni es la falta de conocimientos, experiencia, habilidades, tino, inteligencia, perspicacia, cultura, etc.
El problema es la ausencia de otras virtudes. O, para decirlo más claro, es la carencia de toda virtud lo que marca a este gobierno.
Fue Maquiavelo quien le dio un significado político a ese término. Distinguía entre fortuna -lo contingente, pero también la realidad objetiva- y lo que llamó virtù -la voluntad, la energía, la capacidad de actuar.
Maquiavelo, en su obra El Príncipe, explica que las virtudes del gobernante han de estar en relación con las necesidades y deseos del pueblo; y que el devenir de esos príncipes se diferencia de la suerte de los que obtienen el poder gracias “a las armas ajenas”, como él decía, o debido a la fortuna.
En otros términos, más modernos, si se quiere, hay que representar a alguien si se quiere dirigir un país.
No sirve, como en el caso de este gobierno, representarse sólo a sí mismo, es decir, a una muy pequeña capa de la sociedad, perteneciente a las llamadas clases medias, aliada con otros sectores dependientes del empleo público, por ejemplo.
No sirve enarbolar una posición ideológica, el liberalismo, cuya época ha ya fenecido.
La consecuencia de ello es que siempre serán la mala fortuna y las armas ajenas las que se impondrán.
Este gobierno puede asumir, para eso ha sido elegido, las posiciones y las políticas que quiera. Puede cumplir u olvidar promesas a su libre elección o siguiendo las circunstancias y las oportunidades. Va a acertar o equivocarse dependiendo del talento de los dirigentes y de las situaciones.
Eso es lo normal de la política burguesa.
Lo que no es normal, lo que es extraordinariamente peligroso, es cuando lo que aparece, frente a la población, como la dirección del país es, en realidad, un mero títere de otras fuerzas políticas.
Y en ese camino, sólo se puede presagiar cagada tras cagada.
Catrasca, pues.