La guerra del primer mundo

El año 2022 estuvo marcado por una guerra en el continente europeo. Los hechos no quisieron que se transformara en la tercera guerra mundial, pero en la mente de muchos dirigentes occidentales, exactamente ese era el supuesto, cuando se lanzaron a defender al régimen ucraniano.

9 de enero de 2023


El Maidan y la llegada al poder de los sectores políticos que impulsan la europeización de Ucrania en 2014 desató una guerra civil en la ex república soviética. El nuevo régimen se lanzó sin miramientos a dominar la parte oriental del país, en que la mayoría de la población tiene raigambre rusa.


Aun cuando movilizó las fuerzas armadas para aplastar los alzamientos populares en el Donbas, sólo consiguió expandir el enfrentamiento entre el ejército y milicianos en esa zona.


El apoyo ruso, con tropas voluntarias y equipo militar, evitó la derrota de los alzados. El Estado ucraniano convirtió su esfuerzo bélico en lo que llamó “Operación Antiterrorista” o ATO, por sus siglas en inglés. Al amparo de esta argucia, los milicianos pasaron a ser terroristas y todo valía para perseguirlos.


De esta manera, en el campo de batalla, los milicianos y civiles sufrieron tratos inhumanos. Se han documentado numerosas atrocidades: personas que fueron quemadas o sepultadas vivas, que fueron colgadas de árboles con alambres de púas, además de un uso habitual de la tortura.


La injusticia, la crueldad sin límites llevó al frente de batalla ucraniano a anticomunistas, mercenarios, nazis, aventureros y soñadores.


Mientras tanto, los países occidentales y Rusia buscaban una salida política al conflicto. Esas negociaciones desembocaron en el tratado de Minsk. En ellos, se previó que la región del Donbas obtendría un estatus autónomo que preservaría los derechos de la población rusoparlante, pero que seguiría siendo parte del territorio de Ucrania.
En general, las disposiciones del acuerdo que pretendían una progresiva desescalada del enfrentamiento y otras medidas políticas, no fueron respetadas por las partes. Pero lo peor es que todo el proceso y el pacto mismo eran parte de un engaño urdido por la OTAN para fortalecer militarmente a Ucrania en una guerra venidera.


Así lo han reconocido hoy altos funcionarios estadounidenses y la propia Angela Merkel, en esa época canciller federal alemana.


Pero no tuvieron en cuento un detalle: las condiciones políticas y sociales del orbe. El golpe contra las tropas milicianas del Donbas que se preparaba iba a ser demoledor para las repúblicas secesionistas y, de paso, inflingiría un importante revés a Rusia.


La historia, sin embargo, no viaja al paso de las potencias, sino que de los pueblos. Rusia, al verse enfrentada a una derrota política, militar y social, dio el paso de invadir a Ucrania. Para ello utilizó la misma jerga utilizada por Ucrania en el Donbas, y denominó su acción bélica “Operación Militar Especial”.


Como ya estaba todo estudiado con antelación, frente a cualquier intervención rusa, todos los países de la OTAN reaccionarían al unísono, además de integrar una gran coalición de países que apoyaran militarmente el choque frontal contra Rusia.


La realidad no funcionó como lo ansiaban. Desde el año 2000, en el mundo venía en auge la lucha de clases que había alzado a pueblos y derrocado gobiernos. Este proceso ha profundizado una crisis de dirección política global que redunda en turbulencias económicas permanente e inestabilidad, lo que devino en una crisis ambiental y sanitaria.


La guerra que querían acometer la OTAN era una tercera guerra mundial, en la que ninguno de los contendientes usaría armas atómicas. El cálculo, entonces, era que iba a prevalecer la coalición que tuviera más tecnología y armamento convencional.


Esa guerra iría ligada a sanciones que pondrían de rodillas a los países que apoyaran a Rusia, hundiéndolos en la miseria. Además, incluiría vastas campañas de desinformación, en las que la maquinaria comunicacional mundial se prestaría para mostrar sólo una cara de lo que sucedía, y tildando a los oponentes de crueles, asesinos, terroristas o escoria del mundo. Por último, todos los que no se integraran a esta coalición serían marcados como parte del bloque del mal, parafraseando a la guerra contra el terrorismo.


Algo sucedió. Los pequeños se cansaron de ser mandados por otros. Los llamados países emergentes no acataron las órdenes de los países del primer mundo. India, Rusia, Brasil, China, Turquía marcaron la pauta. Se dieron cuenta que los que creen dirigir el mundo, tienen el poder político, económico y militar, pero sólo son una minoría dentro de un mundo que ansía paz e igualdad.


No ocurrió la guerra que querían. Al contrario, al no realizarla las repercusiones económicas, políticas, sociales, culturales y de dirigencia afectaron a los países que están en guerra, pese a que no lo reconozcan.


La lección para el mundo es que no se debe ser esbirro de las potencias. La humanidad sólo podrá avanzar con un orden en que los trabajadores detenten el poder; en que las ambiciones personales o imperialistas sean parte de un pasado; en un mundo, en que los seres humanos sean más valiosos más que un pedazo de territorio por conquistar.