Siempre lo mismo

El gran incendio en las quebradas de Viña del Mar es calificado por todo el mundo como una “tragedia”, como si fuera algo excepcional. Pero la retórica afectada y la caridad de ocasión chocan con el hecho de que las causas directas y mediatas del desastre operan siempre, todos los días del año.

“Necesitamos manos, papá”, le explicaba un poblador a un enviado especial que estaba la caza del “rostro humano” de la catástrofe. El bien pagado periodista no comprendió que en eso -el trabajo para impedir que el fuego se reavivara y despejar los escombros- se agotaba el asunto. Por eso, insistió: “ya, pero ¿qué necesitan?” “Palas, sacos, gente… ¡manos! poh, papá. No haga preguntas hueonas, papito”.

Pero de ese tipo de preguntas está hecho el modo en que en este país se enfrentan las consecuencias de sí mismo.

“¿Por qué se van a vivir a lugares peligrosos?” Es otra interrogante, que surgió cuando lo mismo ocurrió, algunos atrás, en Valparaíso.

Sí. ¿Por qué?

¿Por qué basta una chispa para que una vivienda se destruya en un par de minutos? ¿Por qué los bomberos no tienen agua? ¿Por qué, si se encienden matorrales o pasto o árboles, el fuego pasa inmediatamente a zonas pobladas?

Las autoridades del Estado parecen creer que enunciar un problema es, también, descubrir su solución.

Así, el gobernador regional, Rodrigo Mundaca, declaró: “Se lo señalé al presidente. Tenemos problemas estructurales, y esos problemas estructurales dicen relación con que hoy día tenemos que formular una política de planificación y ordenamiento territorial que no puede seguir esperando”.

El presidente, menos interesado en “lo estructural” se centró en buscar al que empezó el incendio. Dijo que quiere “mover aire, mar y tierra” hasta capturar al pobre diablo que quemó basura o hizo un asado o tiró un cigarrillo o lo que haya sido necesario para desatar un incendio.

La alcaldesa de Viña pidió que el Estado saque las tomas, debido a que “generan problemas en los ecosistemas”, además, no se olvidó de decirlo, “generan un riesgo para la vida humana”.

Uno quiere estudios y planes estratégicos; el otro, pacos y fiscales; y la última, que se vayan los rotos. No se distinguen del periodista y sus preguntas, pues, “hueonas”.

Hagámonos otras preguntas, entonces.

¿Por qué una creciente parte de la población vive en condiciones catastróficas todos los días del año? ¿Qué hace posible esa situación? ¿Quiénes la favorecen y la provocan deliberadamente? ¿Y quiénes se enfrentan a ella? ¿Por qué el aparato que podría, mínimamente, mitigar, reducir, corregir, aunque sea en parte, esas circunstancias -el Estado- crea un orden que hace posible el sufrimiento, la desesperación y sus consecuencias?

Pensemos un poco y la solución ya se avizora.

Y, ciertamente, requiere trabajo y no poco.

Necesitamos manos. Muchas manos. Y las herramientas adecuadas.