Parece ser que no sólo la oportunidad hace al ladrón, como hemos escuchado cientos de veces de mano de la sabiduría popular. Puede ser también al revés. Todo tipo de corruptos se hacen de sus propias oportunidades.
Los delincuentes van pasando apaciblemente por un lugar y ven una puerta abierta: es la oportunidad que les regala un premio. Piensan sólo en ellos; no les importa lo que puedan provocar con su acto. Son parte de la lacra del mundo. Qué les importa que los juzguen, si ellos ya ganaron.
Los pacos detienen a alguien en la calle y ven la oportunidad de ensañarse con esa persona, sobre todo si no es delincuente. Lo hacen, porque saben que es difícil que los juzguen. Además, son la autoridad: no les importa mucho lo que les digan. Son ganadores, desde su perspectiva.
Estos dos tipos de oportunistas son conocidos por todos, al igual que sus trucos y amenazas. Ante los ojos de las personas son unos pobres tipos, casi limítrofes, pues reflejan los límites morales a los que pueden llegar los seres humanos. Depravación, tortura, muerte y maltrato a los seres humanos, lo comparten criminales y policías. Unos, basados en la ilegalidad. Los otros, con la anuencia de la legalidad del régimen dominante.
Hasta hace un tiempo ambos grupos eran conocidos y contenidos en sus acciones.
Pero en la actualidad ha crecido el espectro de seres que, incluso, los sobrepasan en crueldad y egoísmo. No es que no estuvieran presentes en la vida del país. Lo que ocurre es que antes trataban de ocultar su presencia y realizar sus fechorías ocultos del ojo público.
En las últimas décadas se sumaron los representantes de la Iglesia, que con una clara perversidad sexual no eran capaces de tener un control sobre sus apetitos y reglas. Fue un golpe duro para muchas personas, pues la confianza era el nexo fundamental en su quehacer religioso y la violaron.
Otros que han entrado al ruedo son los empleados públicos que, buscando hacerse de dinero rápidamente, roban descaradamente al Estado. Roban los alcaldes y cada cierto tiempo les condonan sus millonarias sustracciones. Roban los mandos policiales y militares, pues nadie los controla; desde el último al primero tratan de sacar algo. Se corrompen los abogados y los jueces, en un frenesí de dinero. Roban los políticos, se ofrecen a la venta captando clientes; se corrompen diariamente.
Pero no basta con esto. Siguen entrando más candidatos a la rueda de la corrupción. Entran los académicos de universidades defendiendo proyectos indefendibles; entran los sostenedores de colegios tratando de quitar el dinero destinado a los estudiantes; entran los camioneros buscando que les mantengan sus privilegios; ingresan los periodistas que manejan la información en beneficio de algunos; entran los sindicalistas apernándose en sus puestos; ingresan los oportunistas políticos de baja monta, tratando de que otros le paguen un sueldo, etc.
En estos tiempos de incertidumbre, aparecen todos en la palestra, se hacen notar, gritan y vociferan, mostrándose ganadores de algo, de cualquier cosa. Ya no se ocultan, no ocultan ser delincuentes. Un general de carabineros que roba, un cura que viola, un fiscal que oculta la justicia en un caso para que le den un puesto mejor, un político corrupto que vota por leyes a favor de quien les paga, un maestro de ceremonias que gana dinero con el sufrimiento de los niños, jueces que manipulan las pruebas para mantener presos, militares que disparan contra su pueblo, presidentes egocentristas que se solazan hablando de sus bondades y de cómo suben en las encuestas pagadas por ellos mismos, empresarios se unen al narcotráfico para ganar más dinero, ministros que plantean que deben subir los pasajes de transporte, pero no los impuestos a los ricos.
Todo este delirio de corrupción, de inmoralidad cabalgante, hace que afloren otros seres más siniestros, quizás enfermos. Estos proclaman y les difunden sus mensajes de odio, de racismo, de clasismo, y son amparados por los políticos y el gobierno. No es casualidad que aparezcan, pues son la amenaza hacia quienes disienten de lo establecido.
Parece catastrófico, pero es lo que se reproduce en la televisión, en la radio y en las redes sociales. De acuerdo a esto, el gobierno y los políticos dirigen el país, y tratan de hacer creer a las personas que esto es la realidad cotidiana.
Todo esto es mentira, es la fantasía que ellos mismos crean y que asumen como verdad.
En cambio, la realidad es otra.
Es el constante ir y venir de los trabajadores en micros, metro, vehículos y a pie. Son las ferias, las compras en los almacenes de barrio, en los supermercados o en la calle. Es el ser despedido y buscar trabajo, es el conservar el trabajo como sea y llegar cansado a la casa. Es casi no ver noticias, tratar de eludir por un instante la posibilidad de un conflicto nuclear en algún lugar del mundo distante. Es saber que somos millones que no somos escuchados ni representados por nadie.
Sabemos ciertamente que son un grupito muy pequeñito que juega a sobresalir, mostrarse y a dirigir el país, pero que hacen ostentación de su dinero, de su poder sobre nosotros.
Y algo pasa. La mayoría se vuelca a la sobrevivencia. Este tipo de enajenación, sin embargo, no es normal.
Anticipa algo.