A los 93 años de edad, falleció este domingo Hebe de Bonafini, madre y luchadora. Una mujer apasionada y valiente, profundamente arraigada en su pueblo, que levantó la voz cuando otros callaban y la siguió levantando cuando esos mismos hablaban y hablaban.
Una película reciente, “Argentina 1985”, ha vuelto la atención sobre el denominado “juicio a las juntas”. En ella, se resalta el papel de jueces y fiscales en la condena a varios de los principales mandos militares argentinos por los crímenes cometidos durante la dictadura iniciada en 1976.
No aparecen en escena, sino muy brevemente, las Madres de la Plaza de Mayo. En la recreación cinematográfica, se sacan los pañuelos blancos que las distinguen, a petición de los fiscales Strassera y Moreno Ocampo, para “no dar argumentos” a la defensa de los generales acusados.
Hebe de Bonafini, una de las líderes de las Madres, sin embargo, no se había quedado callada ante el juicio, acordado entre el gobierno y los institutos armados.
Denunció, entonces, en contra de la corriente, el negociado de impunidad que significaban los procedimientos judiciales. Un hecho que quedó comprobado pocos años después cuando Videla, Massera y los otros asesinos fueron indultados por un gobierno “democrático”.
Hebe María Pastor, su nombre de soltera, que evoca a la diosa griega de la juventud, siempre explicó que despertó de una existencia retirada e indiferente luego del secuestro, por las fuerzas represivas, de sus dos hijos, Jorge Omar y Raúl Alfredo, y de su nuera, María Elena.
La desesperada búsqueda en cuarteles y oficinas estatales en que se sumó junto a otras madres y familiares no la llevó a la resignación, sino a la comprensión de por qué sus hijos se habían rebelado en contra de un orden injusto y asesino.
No eran víctimas, enseñaba, sino luchadores. Y la lucha por la justicia debía ser incondicional y total. Esa posición la enfrentó en numerosas ocasiones a sectores para quienes la defensa de los derechos humanos es asunto negociable; para quienes los derechos humanos son una mera concepción abstracta y no un enfrentamiento real por la liberación de los trabajadores.
Esas valientes madres desdeñaron las dádivas y las promesas falsas de gobiernos. Sólo confiaban en su pueblo. Y así, con su persistencia pudieron declarar, como lo hizo Hebe de Bonafino en el 30º aniversario de la fundación de la Asociación de las Madres de la Plaza de Mayo:
“Queridos hijos. Su sangre no fue inútil, florece en cada barrio, en cada lugar donde hombres y mujeres levantan su puño por trabajo digno, por vivienda. Estamos convencidas de que están en la multitud. Nadie se va para siempre. Somos su voz, su mirada, su corazón, su aliento. Vencimos a la muerte, queridos hijos.”
Adiós, Hebe, querida compañera.
Seguirás con nosotros, junto a miles y miles más, vivos, hasta la victoria siempre.