¡Mira, indio tal por cual…!

Hablamos, por cierto, de un indio de la India. Se trata de Amit Sodani, que es presentado por la prensa local como el gerente de una exitosa start-up tecnológica. ¿Y qué dice el bueno de Amit? Que los chilenos trabajamos muy poco, que 15 horas diarias debieran ser lo mínimo y que, si seguimos así, los indios “nos van a comer”. ¿Ah, sí? ¡Mira, indio tal por cual…!

Una entrevista, publicada en La Segunda hace un par de días, entre el mentado Amit y un tal Felipe O’Ryan, periodista del diario vespertino del antiguo imperio Edwards, sólo podía terminar en algo muy peculiar.

Amit Sodani, retratado con una polera de su compañía, claramente no tiene hobbies ni gustos interesantes; ya veremos por qué. Así que, en vez del típico retrato humano del burgués -los caballos, la colección de arte, velerismo, montañismo, la caridad- O’Ryan optó por, simplemente, hacerlo hablar al indio ese. Y sin filtro. Lo primero que se le viniera a la mente.

Y Amit se lanzó: “acá en Chile”, dijo, “hay poca gente que quiere trabajar duro”.

Y continuó: “en Chile se trabajan demasiado pocas horas y los que quieren trabajar duro, pueden crecer mucho. ¡La gente necesita trabajar más!”. De hecho, unas quince horas diarias, digamos, de las nueve de la mañana hasta la medianoche.

Eso, dice, es lo que hacen en China y en la India. Y que no le vengan con que en las Europas avanzadas la cosa es más relajada, porque allí también trabajaron a destajo después de la guerra. Ahora, que son ricos, se relajaron un poco, al igual que Amit, quien, hoy por hoy, sólo se queda 13 horas en la oficina. Es una pequeña licencia que se da, luego del nacimiento de su hija. Tierno.

Ya dan ganas de responderle “¡mira indio, tal por cual…!”, pero contengámonos un poco: calma, amigo, deje esa llave inglesa ahí donde estaba; no se la tire a nadie todavía.

Consideremos el argumento de Amit. Si uno se fija bien, en ninguna parte dice que los chilenos seamos flojos y que los indios, buenos pa’ la pega, aunque suene así.

Sólo se limita a contar las horas. Los números no mienten. Y para Amit, mientras más horas, más plata. “Con sólo trabajar un par de horas más, tu negocio se dispara, porque está lleno de oportunidades”, afirma. Es cosa de darse cuenta de esa gran verdad.

Aquí, Amit ya empieza a sonar como promotor de criptomonedas, pero con una mercancía más antigua: la fuerza de trabajo.

¿Y si tuviera razón, el indio de porquería? Si trabajamos más ¿podemos tener, como él explica, un milagro económico como la India o la China? Y, acaso más inquietante, si no lo hacemos ¿no van a venir los indios a “comernos”? Al menos eso es lo que advierte Amit, quien aclara que eso sólo no ha pasado aún, porque los indios no saben castellano, pero ya aprenderán.

Y uno pensaba que era porque eran vegetarianos.

Bueno ¿tiene razón o no?

Primero despejemos un par de cositas que pudieran confundir el juicio y llevarnos a conclusiones equivocadas.

En el artículo se sostiene que Amit “dejó un lucrativo empleo en el Deutsche Bank” para venir a Chile “a crear un negocio”, una empresa llamada Kupos, que sirve para comprar pasajes en bus vía internet o con una aplicación en el celular. Y después de cuatro años de deslomarse, es el líder del mercado.

Claro, pero Amit, lo que es Amit, no “creó” nada.

Una página web, una base de datos, una app y los convenios con Pullmann y Cóndor Bus, si uno quiere ir a la costa, con Andesmar, si va a Mendoza, o Buses Combarbalá, si tiene que viajar a… Canela -Turbus no está, parece que no quieren jugar-, todo eso no cae bajo la categoría “crear”. Ya existe. Tampoco el hecho de que este prodigio de la tecnología reciba subsidios y créditos de Corfo, es decir del Estado, ehhh, chileno.

Y menos, si todo el chiringuito de Amit no es más que la sucursal en Chile de una compañía india -por supuesto, enorme- que está en el mismo negocio (de Dehli a Mumbay por 50 lucas; 33 horas de viaje, o sea, dos jornadas laborales de Amit).

Así que el empresario indio que se las despacha sobre cuánto trabaja… como que exagera un poco.

Y aquí entramos al punto.

Mira, Amit, trabajar no es estar en la oficina supervisando a los nativos, ir a reuniones, revisar las planillas Excel y las cartolas del banco. Eso hay que hacerlo, es verdad, pero no es trabajo en el sentido que él mismo plantea.

Amit y sus esclavos: todos chévere aquí, mi pana

Para empezar, lo de Amit, lo hace un montón de gente.

Por ejemplo, don Liberto, el dueño de una panificadora que conocemos por ahí. Y, aunque no sea indio, sino español, el viejo pasa en la oficina; según explica, porque su esposa es una bruja y porque, de lo contrario, “los indios” (él lo dice en el otro sentido de la palabra) le robarían todo. Pero a este gallego -que estaría muy de acuerdo con Amit- no lo entrevistan en La Segunda. Entre paréntesis, don Liberto se llama así porque su padre era anarquista, aunque él salió más facho que Mussolini; en todo caso, todos le dicen “don Liber” o -los porfiados- “don Roberto”.

¿Cuál es la diferencia entre los dos?

Ninguna.

Lo que trae plata, al final, es el trabajo. Y, para ser más precisos, el trabajo que crea -pero de verdad- valor. Y valor lo tienen cosas que se pueden vender y comprar. Cosas nuevas, habría que decir: recomprar y revender la misma cosa, literalmente, no vale, aunque traiga plata, porque sólo la saca del mismo valor original.

En el caso de la fábrica de pan, los que lo amasan y hornean, y cargan la harina y la levadura y lo suben al carrito o al furgón y lo llevan a la panadería y lo venden a cambio de dinero, crean el valor.

En el caso del negocio de Amit, los que arman los buses, los manejan, les ponen la mantita a los pasajeros y le suben al máximo el volumen de la tele, los que venden el pasaje a cambio de dinero -¡y cada vez más!-, son los que crean el valor.

Y así con todas las cosas.

Pero, claro, el viejo coño del Liber y el indio Amit no tardarían en reclamar que ellos ponen las instalaciones, los hornos, el furgón, los servidores, el algoritmo, etc.

Es cierto, ellos son los dueños, pero la casona donde funciona la panificadora, la construyeron albañiles con su fuerza de trabajo, no don Liber. Lo mismo pasa con el edificio de oficinas donde “trabaja” o, de hecho, casi vive Amit (la dirección es Luis Thayer Ojeda 0115, oficina 1005 -por si alguien quisiera ir a discutir este asunto personalmente con él).

El programa informático con el que venden los pasajes tampoco lo ideó, escribió, probó e implementó Amit, sino que unos computines indios, que se apoyaron en el trabajo de otros informáticos de muchos otros lugares del mundo.

En resumen, Amit y don Liber pueden quedarse las 24 horas, a punta de Red Bull y café cargado, haciendo lo que sea que hacen, y van a seguir sin crear ningún valor. Eso, a diferencia de los venezolanos que atienden el call-center de Kupos.cl o mantienen andando los servidores, porque basta que ellos estén media hora para que entre plata a la empresa; lo mismo pasa con los panificadores mapuche que tienen que soportar al viejo Liberto, porque con una horneada de hallullas ya crearon valor.

Ya, dirá usted, pero eso no resuelve la pregunta de si trabajando más tiempo, hay más prosperidad.

Depende. Todo depende.

Veámoslo, por ejemplo, desde el punto de vista de Amit o de los indios de la industria tecnológica en general.

Si las compañías indias que prestan servicios informáticos hacen trabajar más a sus empleados, sus dueños obtienen más ganancias. Los trabajadores, no, porque, además, de laburar más tiempo, les pagan menos que a los trabajadores de las empresas competidoras en los países industrializados.

Y en la medida en que los trabajadores indios, mediante su sacrificio, crean más valor y más ganancias para los capitalistas, van saliendo del mercado las empresas en Estados Unidos o en Europa que hacían lo mismo. Sus trabajadores, que habían alcanzado buenos sueldos, terminan patitas en la calle y varios de ellos, haciéndole barra al Trump, que promete terminar con los indios y los chinos.

El efecto general, sin embargo, es otro. Para los capitalistas baja el costo de la de fuerza de trabajo: su precio es el mismo en todo el mundo, pero no es igual. Unos pagan por encima del promedio, otros pagan por debajo.

Del mismo modo, si se trabaja más tiempo por el mismo sueldo, baja el promedio, es decir, el precio de la fuerza de trabajo.

Y pasa lo mismo si se emplean menos personas, debido a que su labor es reemplazada por máquinas: baja el promedio, aunque los pocos que queden reciban los medios sueldazos.

Por eso, los capitalistas quieren siempre estas tres cosas para los trabajadores: pagarles menos, que trabajen más y despedirlos a todos si es posible.

Pero, uno fácilmente se da cuenta, todo eso no cuadra. Porque los que crean valor siguen siendo los trabajadores. Un sistema así no puede funcionar.

¿Pero qué van a hacer los capitalistas? No pueden, como los escorpiones, ir en contra de su naturaleza: quieren ganar más, aunque perezca el mundo.

Entonces, Amit, querido, lo que queríamos decirte es que la única forma en que trabajar más sirva a los trabajadores, es que tú, tus jefes y sus colegas capitalistas se vayan todos bien a la punta del Everest, en la India, y no vuelvan nunca más.

Y para lograr ese lindo objetivo, Amit, vamos a saltarnos la colación y el cigarrito y te vamos cobrar horas extra hasta por las orejas.

24/7, Amit, 24/7.

Trabajando duro para usted.