Valparaiso, 8 de noviembre de 2022. El diputado Rene Alinco participa de la sesion de la Camara de Diputados. Raul Zamora/Aton Chile

La jauría parlamentaria

A falta de otros órganos -un gobierno, por ejemplo- el Congreso Nacional es hoy el centro del poder político del país. En la Cámara de Diputados y Diputadas -ese es el inclusivo nombre oficial de aquella institución- se esmeran en que ese hecho no pase inadvertido.

“Vendido, sí, pero no traidor”. El diputado René Alinco, amante de -o, más preciso, en- las Chevrolet Luv y, probablemente, el producto humano más transado del país o, al menos, de la cámara baja, tiene una sola gracia.

En alguna parte muy recóndita de su memoria conserva una vaga idea, no, no, menos que eso: la estela de una vaga y borrosa idea acerca de lo correcto e incorrecto. La habría aprendido, hace mucho tiempo, de sus padres y de sus compañeros de trabajo, cuando fue obrero de la construcción.

Porque sólo alguien que alguna vez supo qué es el honor, la decencia y la consecuencia podría hacer esa curiosa distinción de “vendido, sí, traidor, no”.

Fue lo que le espetó, dicen que medio cufifo, a sus colegas que lo trataron, justamente, de “vendido”, debido a su participación en las fallidas maniobras para ascender a la segunda vicepresidencia de la Cámara de Diputados, en un pacto con la derecha, la DC y el grupo de Parisi.

René Alinco: después de la agitación, el cansancio, la -¿se puede decir así?- resaca.

El plan, anunciado, quizás con demasiada anticipación y triunfalismo, fracasó. En el camino quedaron la DC y el Partido de la Gente, irremediablemente fracturados; RN, que enfrenta una rebelión interna pentecostal, suscitada por la pretensión de hacer votar a los diputados evangélicos por -¡aléjate, Satanás! un mormón; el PC, humillado, ofendido y aislado, y presa, además, de la terrible sospecha de que toda esta movida fue urdida por sus propios aliados.

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Hay más víctimas, por supuesto. Pero los ganadores de todo el ida y vuelta están claros: es un sector del oficialismo que se impuso, en desmedro del otro sector, en la “elección más importante en la historia de la Cámara de Diputados”, como la describió un parlamentario del PS. Casi, casi, como si lo hubiesen planificado así.

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Ahora, la cara de ese órgano legislativo será un señor cuyo rostro y ademanes recordarán al público general a “Humbertito”, la antigua figura cómica media lesa. Y Vlado Mirosevic es exactamente igual, con la excepción de que a él no le asalta duda alguna, porque la tiene muy clara.

Vlado Verdugo -ese es su nombre original, que después fue yugoslavizado- desde muy joven está en el negocio de vender humo. Hizo sus primeras armas en los seminarios de “crecimiento personal” Fernando Flores y lo siguió en su aventura política junto a Piñera, en su primer gobierno, con un partido llamado Chile Primero.

No obtuvo el éxito esperado, por lo que creó un emprendimiento nuevo, que bautizó con una marca vintage, Partido Liberal; “en la tradición de Balmaceda”, explicó. Y en su propia tradición hizo gancho con Marco Enríquez-Ominami. Esa vez, los réditos fueron mejores: Mirosevic ingresó en 2014 a la Cámara de Diputados.

En la siguiente elección, abandonó a su aliado ME-O para sumarse al Frente Amplio, al que, a su vez, dejó, para sumarse la ex-Concertación, en un cálculo que, en su momento, pareció especialmente errado, pero que no le privó de un nuevo mandato parlamentario.

Y, ahora, luego de la defenestración de Karol Cariola, y unas negociaciones especialmente mentirosas, este grandísimo chanta se convierte, por ocho meses, en la tercera autoridad del Estado.

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Así son estas cosas.

Es una característica especial de la crisis del régimen político chileno que el centro del poder político se desplaza a los partidos o, en los hechos, al Congreso.

Y ocurre una paradoja. Los partidos se fortalecen, pero no realmente, o sea, en la sociedad, sino sólo en comparación con los otros factores de poder del régimen. Y ese extraño efecto lleva a que, mientras más fuertes se sientan los partidos, más incentivos tienen para dividirse y fragmentarse, como bacterias que compiten por los nutrientes del organismo huésped.

La consecuencia final es que, después de todo el drama, nadie dirige nada.

Con una excepción: las cuestiones de estricta sobrevivencia.

En esta “caldeada sesión” parlamentaria, como la llama la prensa burguesa, la diputada del Partido Comunista Carmen Hertz tuvo un entrevero con los representantes de la derecha, que la interrumpieron a gritos cuando ella recordó que la UDI se había creado con el fin de “defender los crímenes de Pinochet”. El nuevo presidente de la cámara, muy tímido aún, no hizo nada, por lo que Hertz rugió en dirección a las bancadas pinochetistas: “¡Cállese jauría!”

La misma tan vehemente parlamentaria, poco tiempo después, votó a favor, junto a la misma jauría que ella había denunciado, una nueva extensión del estado de excepción dirigido en contra del pueblo mapuche, una media propia de jaurías e implementada por jaurías armadas.