La ley del lobby lo reveló todo. El gerente general de Soquimich ya lleva siete audiencias con las autoridades del actual gobierno, es decir, una al mes. ¿De qué hablan? Descuiden, de nada importante. Es sólo un pequeño gustito del dueño. Quiere ver que los inquilinos mantengan la casa en orden.
Ricardo Ramos, gerente general de Soquimich, puede sentirse satisfecho. La empresa del yerno de Pinochet, Julio Ponce Lerou, está en la cresta de la ola. Es la de mayor capitalización en la bolsa local.
Y en Nueva York, donde también se cotizan los títulos de SQM, las acciones se han disparado. Hace dos años transaban en míseros 15 dólares. En septiembre pasado llegó a un peak de113 dólares. Desde entonces, pasa arañando los 100 dólares. Éxito total.
El súper boom de SQM comenzó exactamente en diciembre del año pasado, más o menos coincidiendo con el triunfo de Gabriel Boric en la segunda vuelta presidencial. Y no ha parado de subir.
Debe ser, seguramente, una mera casualidad.
¿Cómo “el mercado” podría premiar a una compañía cuyas mayores ganancias dependen del control de los yacimientos de litio, obtenido de manera precaria, a través de arreglos con Corfo -es decir, el Estado- cuestionados por poderosos competidores?
¿Cómo van a subir las acciones de una compañía que se enfrenta a un gobierno que ganó las elecciones prometiendo la creación de una “empresa nacional del litio”? El candidato Boric fue a buscar votos en las regiones mineras, que le habían sido esquivos en la primera vuelta, con el discurso de que “Chile no puede cometer nuevamente el histórico error de privatizar los recursos”. Un “error”, nótese.
Pero así fue. Y desde que asumió Boric, gracias a aquellas promesas, los papeles de Soquimich se dispararon hasta el cielo.
En este contexto, las visitas del CEO de Soquimich a tres ministros, un subsecretario, un jefe de gabinete y al jefe de Corfo, reveladas por la Ley del Lobby, no deben entenderse como las de audiencias otorgadas a un solicitante que pide favores y excepciones.
Es más bien el regreso a casa. Un pequeño gusto que se da el señor Ramos de cada tanto en tanto. Un cafecito, “le mandé ministro un power point para que lo revise”, algo más de small talk y chao.
Nadie, aunque busque, va a encontrar nada malo en esos intercambios.
Es sólo, como se dice, para marcar.
Para marcar quién es el dueño de casa y quién es el inquilino, que le hace un par de mandados al jefe.