Durante décadas, Washington intentó levantar a Arabia Saudita como su principal base en Medio Oriente, junto a Israel. Pero la guerra en Europa Oriental alentó los afanes de mayor independencia de la potencia petrolera. Estados Unidos se lanzó a un llanterío de aquellos, con recriminaciones y acusaciones en contra de sus socios.
Tanto tiempo juntos, tantos recuerdos y ahora esto.
El desembarco de Estados Unidos en Arabia Saudita data de la Segunda Guerra Mundial. Sus reservas petroleras eran estratégicas, no tanto para el esfuerzo bélico, sino para el período posterior, en que Washington requería del combustible suficiente para acelerar la máquina y convertirse en la principal potencia mundial.
Para ello, fortaleció el dominio de los potentados locales, la familia Al Saud, que controlaba los sitios sagrados de los musulmanes, y se apoderó de los yacimientos de hidrocarburos mediante la Compañía Árabe-Americana de Petróleo, Aramco, desplazando, de paso, a los colonialistas británicos.
El aumento del poder saudí fue muy lento. Recién en 1972, el país adquirió un 20% de las acciones de Aramco. Pero ya el año siguiente, en conjunto con los países productores de petróleo agrupados en la OPEP, decretó un aumento de los precios que hizo tambalear la economía mundial. El llamado shock petrolero coincidió con el fin de las tres décadas de expansión capitalista tras el fin de la segunda guerra mundial.
Provista de una cantidad aparentemente infinita de los llamados petrodólares, Arabia Saudita les compró a los capitales estadounidenses la totalidad de Aramco en 1980.
El timing fue peculiar. Todo Medio Oriente estaba en llamas: el Líbano se veía sacudido por una interminable guerra civil, Irak se enfrentaba con Irán en una costosa guerra por los pozos petroleros y el predominio en el Golfo Pérsico. Y en Egipto y Arabia Saudita grupos islamistas asestaron duros golpes a los regímenes locales aliados a Estados Unidos, con el asesinato de Anwar al-Sadat y la toma de la Meca.
En su represión de los islamistas, Arabia Saudí se apoyó aún más en Estados Unidos, que convirtió al país en un cliente preferido de su industria armamentista.
La segunda guerra del golfo, diez años después, incrementó la presencia militar de Estados Unidos en Arabia Saudita. Como reacción a ello, surgió en el seno del propio régimen una reacción, que después se expresaría en el surgimiento de Al-Qaeda, como una organización islamista internacional.
La consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la llamada guerra global en contra del terrorismo y la invasión a Irak, terminaron por ampliar el alcance de las ambiciones saudíes en la región.
Arabia Saudita encabezó la reacción a las rebeliones en el mundo árabe en el inicio la siguiente década, siempre con el apoyo estratégico de Estados Unidos. Pero aun esa expansión sin precedentes de los intereses saudíes llegó a límite.
En contra de los deseos de Riad, en la guerra de Siria, las fuerzas del gobierno de Al Asad, con la ayuda de Rusia, lograron defenderse en contra de grupos opositores apoyados por régimen saudí.
Y en otro conflicto, mucho más cercano, en Yemen, pese a la asistencia de Washington, Arabia Saudita no ha logrado cumplir sus objetivos.
El conflicto bélico entre Rusia y la OTAN en Ucrania colocó a Arabia Saudita ante una decisión. Así como Washington se vio forzado a abrir un canal con Venezuela, suspendiendo su política de promoción de un golpe y aligerando, en pequeñas dosis, el bloqueo en contra de sus exportaciones de petróleo, Joseph Biden viajó a Riad en julio pasado para pedir, por favor, que aumentara la producción, a fin de evitar un shock de los precios.
Según publica ahora el New York Times, en un reportaje que recoge las lacrimógenas versiones de altos funcionarios estadounidenses, Riad habría prometido cumplir con la solicitud de la Casa Blanca.
Pero, de acuerdo a los gringos, los árabes, simplemente, los engañaron como si fueran cabros chicos y no los dueños del mundo.
En los hechos, al menos, la conducta de Riad es diametralmente opuesta a los intereses estadounidenses en la guerra económica.
La OPEP “plus” (es decir, incluyendo a Rusia) acordó, no un aumento, sino una reducción sustantiva de las cuotas de producción. Esa decisión es el resultado de un entendimiento entre Vladimir Putin y el gobernante saudí, el príncipe Mohammed bin Salman, quien, incluso, habría doblado la propuesta inicial de recortes planteada por su contraparte rusa, según otra versión de la prensa estadounidense.
Y ahora la guinda de la torta es la solicitud de ingreso de Arabia Saudita al grupo de los BRICS, que reúne a Brasil, Rusia, la India, a China y Sudáfrica. Ese bloque comprende a un 40% de la población mundial y a un cuarto de la superficie terrestre. Arabia Saudita no aporta mucho en ninguna de esas dos categorías, pero su importancia económica, como primer exportadora de petróleo del mundo -seguida, por cierto, por Rusia- no requiere explicación.
Lo hemos dicho aquí en muchas ocasiones, la guerra imperialista no está situada en Ucrania solamente. Se trata de un enfrentamiento mundial, en que se dibujan nuevas alineaciones, alianzas y bloques; en general, como se ve, en desmedro de Estados Unidos.