Con el fanatismo del converso, el gobierno pasó del tradicional desdén burgués hacia los paquitos al fervor de círculo de alguaciles por los carabineros de la nación. Se entiende: los necesitan para protegerse. Pero en el proceso pueden cruzarse algunos cables.
El llamado era de rutina y no tanto.
En la ruta 78, a la altura Malvilla, se estaban realizando unas carreras clandestinas, una mala costumbre que los vecinos de las localidades interiores de San Antonio padecen desde hace tiempo.
En general, Carabineros no se mete. Mucho lío: cuando llegan, los tipos -es obvio- escapan rajados en sus autos tuneados, no sin antes tapar de garabatos a los policías. Humillante, pues. Y nadie va a fregarse el turno para pasar, en el mejor de los casos, un simple parte al juzgado de policía local.
Y, además, hay otro detallito. El automovilismo espontáneo es muy popular entre los colegas. Entonces, toparse con el teniente ya medio cufifo en su Nissan Skyline del ’95, con una polola distinta a la habitual, puede ser problemático.
Pero en este caso, fue distinto. Había instrucciones. Recién, recién, se había publicado en el Diario Oficial la flamante ley anti-carreras clandestinas. No estaría mal conseguirse un par de detenidos y una felicitación de los jefes: “primeros formalizados por nueva ley que sanciona carreras clandestinas”, titularía la prensa. Se harían famosos en la Primera Comisaría de San Antonio, ahí, en Barrancas.
Así que partieron. En moto, dos funcionarios. Y pasó lo que tuvo que pasar. Ley nueva o no, la cosa se complicó. Los Vin Diesel locales apretaron a fondo el acelerador, y de un auto alguien lanzó un fierro hacia el sargento segundo Carlos Retamal. Con tan mala suerte que el proyectil, a pesar del casco, le entró directo en la cara y lo mató.
No inmediatamente, pasaron varios días. Pero murió.
En la comuna de Cañete, una patrulla de 12 carabineros circulaba por un estrecho camino rural en el sector de Lanalhue. Ese procedimiento también es de rutina y no lo es.
Es parte de lo que se conoce como la militarización de los territorios mapuche y lleva muchos, muchos, años. Pero ese tipo de incursiones, para los que los policías usan medios militares, como, en este caso, un carro blindado Mowag, se han incrementado bajo las órdenes del actual gobierno que mantiene esa zona bajo control de las Fuerzas Armadas, en un estado de excepción constitucional.
Los carros Mowag son bastante antiguos y, de hecho, se fabrican, bajo licencia, se entiende, por Famae, acá en Chile. Pero no por viejos no sirven para el propósito de mover más de ocho toneladas de acero que soporta balazos de fusil como si nada y pasa por encima de cualquier obstáculo como si fuera un papelito arrugado. También sube, gracias a su enorme motor, pendientes de 70 % o pasa por encima zanjas de dos metros, se puede meter en un río, si no es demasiado profundo, y un montón de otras cosas más.
Para lo que no sirve, eso sí, es para carreras clandestinas. El Mowag no hace más de 100 kilómetros por hora.
Qué exactamente le pasó al cabo primero Gastón Hermosilla, el chofer del carro, no lo sabemos. ¿Iría demasiado rápido? ¿Algo lo distrajo por un segundo? ¿No recibió la instrucción adecuada para su tarea? No lo sabemos.
El punto es que tuvo tan mala suerte que se salió del camino -estrecho, pero recto- se cayó a un barranco y murió. Casi se llevaba a sus 11 pasajeros, pero esos salvaron sin mayores consecuencias.
La población Mirasol es una de las más grandes de Puerto Montt. Queda en la parte alta de la ciudad, pero, pese a ello, hay pocos lados en que se puede ver el mar, lo que sería bonito. Siempre hay algo que tapa.
Como en sus inicios, Mirasol es uno de los lugares a los que llegan los inmigrantes. Ahora ya no son de Chiloé o de otros pueblos de Llanquihue, sino que son colombianos, dominicanos, de Haití…
Todo había empezado en otro lado. Cerca del centro. Qué exactamente fue, no está claro. Un robo, al parecer, cometido por una persona en una moto. El punto es que los funcionarios de la 7ª Comisaría, alertados por radio, descubrieron… la moto, en Mirasol, en la calle Constitución.
Algo nos hace pensar que, como las motos son todas iguales -con la excepción, quizás, de las Harley Davidson de los clubes de motoqueros– lo que, en realidad, estaban buscando -y encontraron- era “a un negro en una moto”, pero eso no consta en la versión oficial, que habla sólo del vehículo.
Y ahí comenzó todo. El conductor de la moto, al ser fiscalizado, simplemente, dejó hablando solos a los pacos y entró a su casa, una de las más pequeñas del sector, al lado de un pasaje de tierra detrás de una bomba de bencina.
¿Sería ese el asaltante que buscaba la policía? ¿O sólo tenía un problema con los papeles de migraciones? ¿O a la moto le faltaba la revisión técnica o el permiso de circulación? No lo sabemos, porque, a pesar de lo que ocurrió después, nadie -ni la policía, ni la fiscalía, ni las autoridades gubernamentales- hablaron nunca más del famoso robo que habría originado todo.
En cualquier caso, la casa más chica y miserable de la cuadra, por alguna razón, era lo suficientemente espaciosa para que en ella vivieran más de veinte personas -o menos; quizás los otros estaban sólo de visita.
No se sabe bien cómo exactamente empezó la pelea, quién dijo algo primero, quién respondió después, cuándo llegaron refuerzos del COP y más patrullas, quién y cómo les pinchó los neumáticos a los autos policiales, etc., pero que se armó tronco de bochinche, se armó.
Una mujer con guagua, uno grandote en camiseta…, en suma, un montón de colombianos, de los de la costa, agarrados de las mechas con los pacos: “tombos hueputa, malparidos, soplamonda”. En fin.
Todo terminó, sin embargo, luego de unas negociaciones, con la detención, ya más calmada, de 13 personas. No hubo muertos, ni mucho menos, pero siete heridos –suponemos que ninguno grave, pues nos habríamos enterado- entre los funcionarios, mas no del grupo opositor. Por lo visto, a diferencia de nuestros carabineros, los caribeños son de goma.
¿Por qué les contamos todo esto?
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
Para el gobierno, todo está conectado. El sargento Retamal, el cabo Hermosilla, los anónimos carabineros de Puerto Montt, todo es la misma cosa.
“Quiero decirles de manera muy clara que esto no lo vamos a tolerar. Carabineros cuenta con todo nuestro apoyo y tal como dijo el general Yáñez, hoy día espero que transversalmente, no solamente condenemos estos actos de violencia, sino que todas las instituciones del Estado, partiendo por nosotros, el Ejecutivo, el Legislativo y también el Poder Judicial, estemos a la altura y esto no se siga repitiendo”, señaló el presidente Boric, mezclándolo todo.
Emulando la retórica tantas veces empleada por los corruptos jefes de los pacos, Boric agregó que “a la delincuencia la vamos a combatir con mano firme y a quienes sean responsables de hechos como el asesinato del sargento Retamal, les decimos que no los vamos a dejar tranquilos”, como si la persecución penal fuera una vendetta mafiosa.
Podríamos, por supuesto, decir que podría dedicar una parte mínima de su energía discursiva a, por último, lamentar el hecho de que, en la víspera, la misma fuerza policial hubiera atacado a las personas que se manifestaban con ocasión del aniversario del inicio del coloniaje español, y que una de ellas, que había sido víctima antes de la acción represiva del Estado, fuera lanzada al río Mapocho.
Pero ¿para qué?
Lo que sí podemos decir, pero sólo por la novedad, es que hay que ser muy conchadesumadre, para decirlo ahora en nuestro idioma, de ordenar la expulsión de los colombianos detenidos por la pelea con los pacos de Puerto Montt, y no por la pelea misma, sino como venganza o compensación por los otros hechos trágicos que involucraron a los carabineros fallecidos y para aparentar ante las cámaras una fuerza de la que este gobierno carece en todos los sentidos.
Es el mismo, permítasenos, por una vez, repetirlo (no es la idea convertirlo en costumbre), el mismo conchadesumadre, entonces, que para salir elegido había prometido que les daría una vivienda digna también a los inmigrantes, “sin importar su situación irregular”, porque, como decía el ya mentado, “ningún ser humano es ilegal” y porque, evidentemente, no corresponde que en una casucha de latas de zinc, sin leña, sin nada, vivan 20 personas o más, como si no fueran humanos, para que, además vayan los pacos a perseguirlos, sólo porque pueden, y porque en este país hay unos ricachones que celebran a los carabineros cuando las emprenden en contra de los pobres y, el resto del tiempo, los miran por encima del hombro, aunque les pase algo malo.