El comité del premio Nobel de la paz, al parecer, desistió a última hora de su plan de otorgarle el galardón a… Volodimir Zelensky, la cabeza visible del régimen guerrerista de Ucrania. Su solución para salir del apuro, sin embargo, fue -increíblemente- peor. Ahora lloran.
Era lo que se llama una apuesta segura. Al menos en las casas especializadas, pagaban 19 a 10, o sea, le daban una probabilidad de algo más de un 30% a que ocurriera un acontecimiento absurdo, espeluznante y absolutamente contrario a la razón y a la moral: que el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, obtuviera el Premio Nobel de la… este, cómo decirlo… Paz.
No nos confundamos, ni seamos ingenuos. El comité del Premio Nobel de la Paz que otorga este famoso laurel no se distingue precisamente por su sentido de ubicación.
El hecho de que ese cuerpo, nombrado por el Storting, el parlamento noruego, y cuya tarea es seleccionar a personas que se hayan distinguido por su “trabajo en pos de la fraternidad de las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos permanentes y la realización o promoción de congresos de paz”, piense que esa descripción pudiera encajar en Zelensky, que se ha negado a sostener o proponer negociaciones de paz, impone una visión crecientemente racista y de odio en contra de los rusos y que, como se sabe, expande, y no reduce, un ejército en guerra, no es tan raro como parece.
Algo les pasa a los miembros del comité que no aprenden.
En 1973 se les ocurrió reconocer a Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional del presidente Richard Nixon, y al dirigente del Partido de los Trabajadores de Vietnam, Le Duc Tho, por su rol en las negociaciones que terminaron en los llamados acuerdos de París, celebrados un año antes.
Le Duc Tho les envió a los noruegos una escueta nota en que les informaba que, a esa fecha, la guerra no había terminado y que los acuerdos de paz estaban siendo violados por Estados Unidos y el régimen de Saigón. Con frialdad, les dijo no podía aceptar bajo esas circunstancias ningún premio.
El comité, en vez de declarar desierto el premio, ante el, para ellos, inesperado impasse, simplemente, siguió adelante y le ofreció una linda ceremonia al promotor de la enemistad entre las naciones, el imperialismo y el militarismo, Henry Kissinger.
Le Duc Tho se quedó sin el premio Nobel, pero obtuvo el reconocimiento de ser parte de la vanguardia de las fuerzas del Ejército Popular de Vietnam y del Ejército de Liberación de Vietnam del Sur en ingresar a Saigón, sellando la victoria del heroico pueblo vietnamita en contra de la mayor potencia imperialista del mundo.
Décadas después, el premio Nobel fue otorgado al recién asumido presidente Barack Obama, quien hasta ese momento no se había destacado ni por la paz ni en la paz, simplemente, porque no había tenido la oportunidad para ello. Pronto, sin embargo, dejaría su marca en la segunda de las actividades.
Obama, hay que decirlo, tuvo la honestidad de reconocer su desconcierto frente al galardón, y en su discurso en la ceremonia, hizo una justificación sin ambigüedades de las políticas belicistas de Washington.
No hubiese sido tan raro, entonces, que los señores y señoras noruegos cayeran aún más bajo y premiaran a Zelensky.
¿Qué los hizo retroceder a última hora y buscar un improvisado reemplazo?
Seguramente, las exigencias de Zelensky, emitidas en la víspera, de golpes “nucleares preventivos”, es decir, el inicio de un enfrentamiento atómico que terminaría con la humanidad, pudieron tener algo que ver con eso.
Su propio patrón, el presidente Joseph Biden, evocó, sin nombrar a Zelensky, los riesgos de un Armagedón nuclear. Previamente, Washington ya había señalado oficiosamente que no estaba contento con los atentados terroristas ucranianos en suelo ruso, como el asesinato de la periodista Daria Dugina.
Pese a la manifiesta amenaza a la paz mundial que representan las declaraciones y acciones de Zelensky, el gobierno chileno se sumó hoy a una declaración en su apoyo en la cumbre de la OEA, y que fue rechazada por los principales del continente.
El comité noruego, sin embargo, no quiso ir por ese camino tan evidentemente desvergonzado, y designó como ganadores a tres organizaciones pro-occidentales de Bielorrusia, Rusia y Ucrania.
No debieron haberse molestado.
Desde Kiev, mandaron a decir que la decisión era un escándalo: cómo se les ocurría premiar a unos… rusos. No importa que estén en el mismo bando y que tengan los mismos financistas. ¡Son rusos! Da los mismo lo que piensen o hagan, deben ser cancelados.
El consiguiente y desconsolado llanto en Oslo se siente hasta acá, en el otro hemisferio.
Qué penita.