El proyecto de presupuesto del Ejecutivo viene con harta letra chica. En parte, eso se debe a que debe cuadrar todos los gastos extraordinarios del período de Piñera. Pero lo más importante, lo subrayó el propio gobierno con destacador amarillo: harta platita para los pacos. Por ejemplo, en autos. Lo único que falta es un “relato”.
La ministra del Interior, Carolina Tohá, tiene una costumbre que le ha servido mucho, pero que cansa, con el tiempo, a quienes deben tratar diariamente con ella. Habla golpeado. Pone énfasis, casi arbitrariamente, en cualquier palabra de una oración, como queriendo indicar un descubrimiento que sus interlocutores, por falta de proactividad, no han advertido aún.
Así puede impresionar a los incautos con exhibiciones de asertividad, resolutividad y, siempre, proactividad. Hay que llegar antes. No sirve esperar que las cosas ocurran: “hay que saber anticiparse”.
Por eso, cuando le llegó la minuta del presupuesto que había estado tramando el ministro de Hacienda, Mario Marcel, durante meses y por el que fue a pedir platita a todos los principales bancos de inversión en Nueva York en septiembre, la reacción de Tohá fue asertiva, resolutiva y proactiva.
“¡Monterito! ¡Esta huevá no sirve de nada! Simplemente, no se entiende”, exclamó. “Monterito” es su secretario nuevo, Ricardo Montero, ex convencional constituyente y que antes había cumplido el mismo papel, el de hombre del maletín del ministro del Interior, con Jorge Burgos, durante el gobierno de Bachelet.
Montero es malo en todo sentido del término.
Es decir, no se le da mucho, por ejemplo, eso de pensar o anticiparse, como exige su nueva jefa. Pero, a cambio, no tendría escrúpulos en vender a su propia madre a unos esclavistas libios, si es que se diera la oportunidad. Afortunadamente, la señora no ha ido por esos lares, a lo más, un viaje a Miami o un tour por Europa.
Por eso, como es malo, en un sentido de la palabra, no entendió la exclamación de Tohá, pero de inmediato se le ocurrió algo, pues, malo, en la otra acepción del término. “¿Lo dice porque los pacos se van a robar toda la plata extra que les va a llegar y a nosotros nos va a tocar nada?”, le preguntó a su jefa.
“No, Monterito. No lo digo por eso”, respondió Tohá con frialdad.
“La plata la vamos a manejar nosotros y la vamos a ir repartiendo nosotros. ¡Léete el proyecto, poh, ‘plan nacional contra el crimen organizado!”, señaló, ya un poco acalorada, por tener que explicarle todo dos veces a estos varones ineptos que la rodean.
“El problema es otro”, continuó, “necesitamos un relato”. Como no quedó satisfecha con el énfasis, repitió: “necesitamos un relato, eso es lo que necesitamos”.
Monterito se limitó a mirar con lo que él considera un rostro inescrutable, pero que todos los demás llaman “cara de leso”.
Tohá no le hizo caso y, simplemente, siguió, como hablando consigo misma. “Declarar que vamos a poner tantos más pacos en las calles, no sirve. Ya nadie quiere ser carabinero. La única posibilidad de que aumenten las postulaciones es que la recesión golpee más fuerte y la gente esté dispuesta a trabajar en cualquier cosa. Además, el general Yáñez se las pasa quejando de que las nuevas promociones no saben nada de nada y que son todos respondones y flaites, no como antes”, razonó Tohá.
“No”, continuó, “necesitamos algo” y comenzó a golpear la mesa con cada adjetivo: “tangible, concreto, sólido, duro”.
“Y un relato”, agregó Montero.
“Y un relato”, repitió, pero como corrigiendo a su subordinado, Tohá. “Y éste escribió una constitución, madre mía. Con razón…”, pensó la ministra.
Un silencio se apoderó del despacho ministerial. Tohá se sintió algo mareada. Su mente había quedado en blanco. Montero, después de un rato, tomó el celular y empezó a revisar los mensajes.
En ese instante, ingresó el subsecretario del Interior, Manuel Monsalve. “Hola”, saludó y se sentó sin decir nada más.
“Este maldito”, pensó Tohá, “está con la bala pasada por los nombramientos”. La ministra había convencido al presidente de cambiar a los delegados presidenciales en la novena región y reemplazarlos por unos personajes del PPD, algo que contrarió al ya contrariado subsecretario.
“Bueno, Manuel”, dijo Tohá finalmente, “¿en qué vamos a poner toda esta plata?”
Monsalve, a diferencia de Monterito, no necesita explicaciones ni contexto; las recoge al vuelo. Sabía exactamente a qué se refería.
“Autos, ministra”, respondió, “autos”.
“A ver, explícate”, inquirió Tohá, algo molesta. No le gusta que se hagan los misteriosos con ella.
“Autos, jeeps, camionetas, furgones, carros blindados, zorrillos, guanacos: eso es lo que pide Carabineros”, enumeró Monsalve, “y eso es lo que tenemos que darles”.
“Pero, Manuel, eso un gastadero enorme en un hoyo sin fondo”, replicó la ministra.
“Las licitaciones son a sobreprecios, con coimas; los recursos para bencina, mantención y repuestos, se los roban; la mayoría de las patrullas las tienen tiradas por ahí, y cuando salen, se esconden en los callejones a jugar candy crush y a aplicarse mentolatum; mientras, tenemos tantos blindados y carros COP para las manifestaciones que hasta llamaron de Ucrania, para ver si les podíamos donar algunos -por suerte el presidente no le dijo que sí al Zelensky”, se quejó Tohá.
Monsalve, de profesión médico, se limitó a mirarla como cuando el familiar de un paciente no quiere aceptar un diagnóstico adverso.
Monterito, que había guardado el celular ante la animada perorata de su jefa, súbitamente, aportó algo particularmente malo. “Tenemos un relato right there. Los pobres carabineros no tienen cómo movilizarse. Tienen que hacer dedo para ir a los procedimientos o esperar a la 110c. Y este gobierno les va a dar lo que necesitan: vehículos. Y de paso, les damos lo que quieren: plata. Win, win”, concluyó Montero.
Monsalve miró hacia el techo, mientras esperaba la respuesta de la ministra. No quería revelar que, en realidad, todo eso ya había quedado arreglado desde antes que asumiera Tohá.
La ministra del Interior seguía mareada. “Esto es muy estresante”, pensó. A ella no le convencía lo del “win, win”, especialmente, porque no veía donde estaba la ganada para ella y sus amigos. Quizás en las licitaciones; siempre hay que hacer estudios de factibilidad. Esos se los damos a unas consultoras nuestras. “Y, de repente, una parte de las coimas pueden caer para nuestro lado y no el de este tal por cual”, se resignaba, mientras fijaba la mirada en Monsalve, “aunque, seguramente, estos ya se han arreglado con los pacos”.
“Listo”, dijo, después de un largo silencio, “¿ven que no es tan difícil? Todo tengo que hacerlo yo”.
Y así nació el relato de que el gobierno va a comprarles una flota nueva de vehículos a los mismos pacos que se robaron la plata de los autos que el Estado ya les había financiado.
Para que lo hagan de nuevo.
Y, así, Monsalve pudo declarar que el gasto de 27 mil millones de pesos para comprar vehículos en un año es “una tarea de gestión enorme”, que “nadie nunca hacia atrás” había emprendido, pero que “la gente pide”, porque “quiere ver la presencia del Estado”.
El relato, right there.