Aunque falló en su intento, en la recta final, de conquistar la presidencia en la primera ronda electoral, Lula se impuso, como esperado, en los comicios de este domingo. Ahora deberá cerrar nuevos pactos para asegurar la victoria en el ballotage en cuatro semanas más. Tras el fracaso de Bolsonaro, regresa Lula, pero en condiciones muy distintas a sus primeros mandatos.
Para los que siguieron los boletines oficiales de resultados de las elecciones brasileñas, la tarde fue de infarto. Los primeros votos escrutados se concentraron en los bastiones de la derecha y favorecían a Jair Bolsonaro. “Calma pueblo”, fue la consigna de los adherentes del Partido de los Trabajadores de Lula. Faltaba contar los votos de los grandes centros urbanos y del noreste del país.
Pero, incluso con esa precaución, quedaba claro una cosa: el bolsonarismo había logrado defender sus posiciones, pero no iba a quedar primero. Mostraba pequeñas pérdidas en sus puntos fuertes, mientras que la distancia con Lula se iba estrechando en la medida que pasaban los minutos. Pero también se evidenciaba otro factor: en el estado de Sao Paulo, Bolsonaro mostraba aún fuerza.
Al final, con 98,93% de los votos escrutados, Lula obtiene 48,17% frente a 43,42% para Bolsonaro. La tentativa de cerrar el asunto en primera vuelta, una posibilidad que las encuestas auguraban como posible, no se cumplió.
La necesidad de medirse nuevamente con Bolsonaro confirma que la fuerza política del ultraderechista se mantiene, aunque sea improbable que pueda ganar.
Los medios internacionales, en un giro típico, declararon a Simone Tebet, que llegó tercera, como la “gran sorpresa” de los comicios. Sin embargo, la representante de los intereses de los latifundistas del sur del país y candidata por el PMDB, el corrupto partido centrista, sólo obtuvo poco más de 4% de los votos.
De hecho, los cálculos que otorgaban a los candidatos equidistantes entre las opciones de Lula y Bolsonaro un papel decisivo, terminaron en un fracaso resonante, como Ciro Gomes, un ex colaborador de Lula en sus primeros mandatos y que en la campaña buscó perfilarse como su crítico más duro. Sólo logró un 3%.
No obstante, la lógica electoral y la estrategia política de Lula indican que, a pesar de su escasa fuerza, los partidos centristas podrán extraer importantes concesiones a cambio de su apoyo a Lula, que no puede dar por ganada la elección, a pesar de una ventaja de casi seis millones de votos.
De hecho, el camino de concesiones queda evidenciado en la reiteración de la antigua táctica del PT, de aliarse a figuras de la derecha, como Michel Temer, el vicepresidente de Dilma Rousseff que fue uno de los operadores del golpe de Estado en su contra. En esta ocasión, Lula sumó al derechista Gerardo Alckmin como candidato a la vicepresidencia.
El probable regreso del PT al gobierno demuestra que los regímenes en la región carecen de alternativas políticas y, cuando las intentan, éstas fracasan rápidamente, como en el caso de Bolsonaro.
Luego de la aventura ultraderechista, Lula propone una estabilización que descansa, principalmente, en su experiencia política y su capacidad como dirigente. Eso le permitió sobrellevar los juicios falsos en su contra y ponerse nuevamente a la cabeza de una fuerza política que había quedado exánime luego de sus esfuerzos por mantener el equilibrio inestable que había marcado una década y media de gobiernos nacionalistas y que buscaba, justamente, un balance entre las demandas populares y los intereses de sectores del capital.
El hecho, sin embargo, de que Bolsonaro lograra conservar y movilizar su base de apoyo -los burgueses, el grueso de la pequeña burguesía, los sectores evangélicos, las fuerzas armadas y de seguridad, etc.-es decidor.
Demuestra que la crisis política que sacude a los regímenes políticos en la región no tiene un camino de solución.
Si Lula logra superar la prueba electoral, se enfrentará a las consecuencias de una crisis económica, a necesidades apremiantes de las masas populares y a la indudable actividad desestabilizadora de la derecha bolsonarista.
La tarea de gobernar, sólo considerando el plano interno, ya es descomunal.
Probablemente, por eso Lula ha sido ahorrativo con definiciones políticas sobre la situación mundial, acaso las más importantes, considerando la magnitud de Brasil y peso en el continente y en el concierto internacional.
Cabe esperar, sin embargo, que, en conjunto con México, pueda ayudar a dar orientación y sustento a posiciones más independientes de Washington y otros intereses imperiales en América Latina. Eso no obsta a que busque, como lo hizo en sus mandatos anteriores, un acomodo con el gobierno estadounidense.
Los gobiernos abiertamente partidarios de Estados Unidos quedarían reducidos así a los de Paraguay, Uruguay, muy dependientes de Brasil, y, por supuesto, Ecuador y Chile.
Por esa razón, Gabriel Boric, ante la hipótesis de un triunfo de Lula, en un intento de no quedar aislado, llamó a no excluir a su colega ecuatoriano, Guillermo Lasso.
Estas dificultades reflejan la necesidad de un cambio fundamental en la dirección política de los países de nuestra América; una dirección que sólo puede consistir en el surgimiento del poder de la clase trabajadora.
En ausencia de ello, sólo se puede augurar la continuidad de la crisis.