Es el misterio más transparente del mundo: ¿quién voló, bajo el agua, cuatro secciones de los gasoductos Nordstream 1 y 2 en el mar más vigilado del mundo, el Báltico? Aunque sus autores mantengan el “secreto” sobre los atentados, una cosa queda clara: la guerra entre Rusia y la OTAN ha entrado en una fase más destructiva y peligrosa.
La noticia inicial fue lo suficientemente alarmante. Se había detectado una baja de presión en el gasoducto Nordstream 2, de Rusia a Alemania. De una presión normal de 105 bar, había caído a sólo 7. Ese ducto no está en funciones, pero por razones operativas se mantiene lleno de gas. En la noche, llega un aviso similar sobre el gasoducto Nordstream 1, por el cual se trasladaban, antes de la guerra, unos 170 millones de metros cúbicos diarios de gas natural.
¿Era una falla técnica o una manipulación deliberada de Rusia para aumentar la presión energética sobre Alemania?
Pronto, se conocieron otros datos. Centros sismográficos escandinavos habían medido movimientos significativos, equivalentes a un pequeño maremoto: 2,3 grados en escala de Richter.
¿Qué ocurría? Ya de día, aviones militares captaron imágenes de enormes burbujas de gas sobre la superficie marina.
Y, finalmente, el reconocimiento: las filtraciones fueron resultado de un enorme sabotaje con explosivos en cuatro puntos de ambos gasoductos.
Nordstream es un sistema de gasoductos que parte de la provincia de Leningrado (ese aún es su nombre actual), sigue por el golfo de Finlandia y el Mar Báltico y llega a Greifswald, en la parte oriental de Alemania.
Se trata de una costosa y compleja obra ingenieril. Y, en este caso, la denominación infraestructura crítica no podría ser más exacta. Se originó en los años ’90, con una alianza entre la productora estatal de gas rusa Gazprom y dos grandes conglomerados industriales alemanes.
La puesta en marcha del primer ducto significó una reducción significativa en los costos de producción de la industria manufacturera Alemania, cuya demanda energética es cubierta, principalmente, por el gas natural. Ese acuerdo estratégico facilitó la consolidación del poder económico alemán en Europa y su papel como gigante industrial en el mundo, dejando muy atrás a sus competidores en la región, Francia, Italia y el Reino Unido.
En 2010, Alemania y Rusia celebraron un acuerdo para construir un segundo ducto, más moderno, con un trazado similar, que aseguraría las exportaciones de gas para Rusia y las ventajas competitivas alemanas.
Sin embargo, muy tempranamente, el proyecto enfrentó resistencia de otra potencia industrial, Estados Unidos. Cuando las obras finalmente comenzaron, cinco años después, Washington amenazó al consorcio de empresas involucradas en su construcción con sanciones, si no detenía los trabajos inmediatamente.
Alemania se vio forzada, en la etapa final de la construcción -que había comenzado en Greifswald para avanzar hacia Rusia- a crear una curiosa empresa estatal, nominalmente propiedad de una fundación sin fines de lucro, “por la protección del clima y del ambiente”, creada por estado de Mecklenburg-Vorpommern, para completar el ducto y evadir la ofensiva política y económica de Estados Unidos.
Cuando faltaban semanas para su puesta en marcha, en febrero de 2022, el gobierno en Berlín decidió suspender la certificación de Nordstream 2, como parte de la respuesta europea a la “operación militar especial” rusa en Ucrania.
Fue la más singular de las decisiones. Alemania comprometía sus intereses estratégicos y la situación económica inmediata, en pos de los dictados de Estados Unidos sobre la guerra y beneficio de los intereses económicos del país norteamericano.
¿Quién cometió los ataques, que ahora agudizan las tensiones económicas y políticas?
Las tuberías están ubicadas a 70 o 60 metros de profundidad. Una carga explosiva sólo puede instalarse con buzos militares altamente preparados o “drones” submarinos, es decir, submarinos no tripulados. En ambos casos, se requiere de sofisticados sistemas de apoyo, embarcaciones, de señales, etc., para asegurar la infiltración y una retirada segura y que, de preferencia, no sea detectada por los mecanismos de vigilancia en esa zona.
Los medios occidentales se han apresurado a crear un halo de supuesto misterio en torno a los atentados. Bajo ese manto de lo inexplicable, lanzan, en seguida, la teoría de que Rusia estaría detrás de la operación. No se podría hacer de otra manera, porque la idea es descabellada.
Moscú habría dañado la infraestructura en la que invirtió miles de millones de dólares para golpear a su socio estratégico y un actor clave, tanto en la actual guerra en Ucrania, como en un orden post-bélico. Además de dañar a su propia economía, se habría privado a sí mismo de una de las principales herramientas de presión en la guerra económica que enfrenta: su capacidad de reducir y aumentar las exportaciones de gas.
Se requiere de mucha capacidad de imaginación para sostener esta hipótesis y, de paso, negar la explicación obvia: que el ataque fue perpetrado por Estados Unidos, para dañar a Rusia y disciplinar a Alemania.
El secreto aparente sobre la acción parece estar tomado de la doctrina israelí sobre actos de guerra en terceros países, como Irán o Siria. Basta con no confirmarlo o divulgar una explicación inverosímil, para convertir la agresión en un “incidente”.
El más perjudicado es Alemania. Washington quiere impedir que predominen las tendencias que buscan limitar o impedir la escalada bélica. Y lo hacen mediante el terror.
Si esa es la forma de tratar a los aliados ¿qué harán con sus enemigos?