El triunfo de Giorgia Meloni, líder de “Los Hermanos Italianos” -sucesor directo del antiguo movimiento de Mussolini- en coalición con otra formación de ultraderecha, la Liga, y el partido de Berlusconi, en las elecciones italianas, abrió el más previsible de los debates: ¿vuelve Italia hacia el fascismo? Respuesta corta: no. Va a algo distinto. Aquí le contamos de qué se trata.
Giorgia Meloni ya tiene 45 años, pero lleva mucho tiempo siendo joven.
En eso, se parece a cierto grupo de dirigentes, de muy distinta orientación política, que ocupan cargos de gobierno en nuestro país. A diferencia de ellos, sin embargo, Meloni, desde temprana edad, ha realizado algo que nuestros jóvenes liberales no conocen ni de cerca: ha trabajado. Mesera, barwoman, cuidando niños, lo que cayera. Tampoco tiene un postgrado, sino un diploma de un instituto profesional.
Además de joven y sencilla, entonces, Meloni es otra cosa: es fascista.
Asistió, de niña, a los llamados campamentos Hobbit, organizados por la juventud del Movimiento Social Italiano, el partido que, después de la liberación, agrupó a los antiguos seguidores de Mussolini. Éstos habían complementado las doctrinas fascistas con algunas de sus derivaciones literarias, como las creadas por J.R.R. Tolkien.
Pero Meloni fue demasiado joven para participar de los grupos de choque y las bandas armadas fascistas, que bajo el mando del ejército italiano y de grandes grupos empresariales, y luego de décadas de preparación, llevaron una guerra civil encubierta en contra de las organizaciones de trabajadores durante el período conocido como los “años de plomo” en los años ‘70 y ’80.
El fascismo de Meloni, atizado por lecturas fervientes de “El Señor de los Anillos”, al que llama “un libro sagrado”, coincidió con el inicio de la crisis de un régimen que lo había preservado como un arma, oculta bajo el manto “democrático”, caracterizado por el entendimiento entre la Democracia Cristiana y los comunistas, además de una pequeña galaxia de partidos menores.
Fue, curiosamente, el fin de la guerra fría lo que provocó el colapso de los partidos de aquel régimen. Desaparecieron la DC, el PC, el PS, los liberales, los radicales… etc., en medio de las acusaciones de corrupción, connivencia con la mafia y el develamiento de los nexos entre el Estado y los grupos fascistas.
El vacío en el gobierno fue llenado por los llamados “gabinetes técnicos” y magnates, como Silvio Berlusconi. Para entonces, el Movimiento Social Italiano se había convertido en un partido de derecha “normal”, la Alianza Nacional, que se alió a la empresa política de Berlusconi, junto con la reaccionaria Liga Norte, que postulaba más autonomía y recursos para las regiones más desarrolladas del país, en detrimento al empobrecido sur.
Meloni, siempre joven, fue nombrada ministra de… la juventud, ya en 2008.
Ahora, una década y media después, se convierte en una joven primer ministra, la primera efectivamente elegida por voto popular, en su calidad de diputada por el distrito de L’Aquila, desde, justamente, 2008.
El derrumbe económico de la gran crisis mundial de ese período ha dado a Italia sólo gobiernos dirigidos por figuras “apolíticas” y “técnicas”, que aplicaron, al margen de cualquier mayoría electoral, los dictados financieros de la Unión Europea.
Italia es, después de Alemania y Francia, la mayor potencia industrial europea. Sin embargo, su declive y dependencia se han profundizado desde la adopción del euro.
La elevación de Meloni al gobierno significa, en lo inmediato, la ruptura con una década de gobiernos no elegidos y ocurre en el contexto de una creciente preocupación social por los efectos de las sanciones en contra de Rusia impuestas por la UE, un factor político que marcará todas las elecciones europeas en el futuro próximo.
Electoralmente, el movimiento ha sido tenue. La victoria de los Fratelli d’Italia, la nueva metamorfosis del Movimiento Social Italiano y de la Alianza Nacional, y que obtuvieron 26% de los votos, se debe, principalmente, al traspaso de la votación desde la Liga, que cayó de 17,4% en 2018 a 8,9% en los comicios del domingo.
Queda la pregunta: ¿marca este triunfo el regreso del fascismo?
Para los perdedores de orientación liberal, al menos a juzgar por sus pronunciamientos durante la campaña, en que no dejaron de apuntar a las expresiones provocadoras de Meloni y a los paralelos de sus consignas con la retórica de Mussolini, sí.
Y, sin embargo, la política que plantea el nuevo gobierno es de absoluta continuidad: ajuste fiscal, agitación en contra de los inmigrantes y sumisión a la Unión Europea, que mantiene en reserva un paquete de ayuda de 200 mil millones de euros que Italia necesita.
No es el fascismo lo que está en la orden del día. Al menos, no en Italia. Es cierto que el fascismo es un movimiento político que extrema la propaganda reaccionaria. También es verdad que surge en momentos de crisis del régimen político y del sistema capitalista. Pero el fascismo tiene un tipo de “solución” muy específica a esa crisis: una movilización de masas, la intensificación de la lucha de clases bajo las banderas del nacionalismo, la persecución de un enemigo interno e, invariablemente, la guerra expansionista.
Los capitales italianos, sin embargo, no pueden prescindir de los inmigrantes africanos y del Medio Oriente: son la mano de obra que necesitan desesperadamente. Tampoco puede lanzarse a aventuras bélicas por sí misma, debido a su grado de sometimiento a Berlín y su pertenencia a la OTAN.
Y, además, siempre conviene recordarlo, cuando el fascismo italiano sí se lanzó a la campaña, en Etiopía, en el norte de África, en Albania, en Grecia, en España, en el frente ruso, sus camisas negras se distinguieron sólo por la rapidez de sus retiradas y lo contundente de sus capitulaciones.
La joven Giorgia representa sólo una etapa más de un régimen podrido y caduco, generoso en excentricidades políticas.
Y, pronto, muy pronto, ella podrá comprobar que ni Dios, ni patria, ni familia -tampoco la compañía del anillo- le podrán asistir cuando el descontento social se exprese en las calles.