El ocaso de los liberales

El reciente rechazo a la propuesta de nueva constitución remeció el ánimo exitista de los liberales de izquierda chilenos. Estaban acostumbrados a ganar a costa del pueblo; ahora sienten que los “rotos” los traicionaron.

14 de septiembre de 2022

Con el levantamiento popular del 18 de octubre del 2019, muchos de los “liberales de izquierda”, pudieron marchar con el pueblo, a condición que escondieran sus militancias y orientaciones políticas. No importaba. Se sentían radiantes entre los mares de personas que llenaban calles y avenidas. Abandonadas habían quedado las sedes habituales en las que “hacían política”: universidades, ONGs, empresas start-up y locales partidarias tenían las puertas cerradas.


Luego del acuerdo para salvar al régimen, avalado por todos los partidos políticos, e impulsado por esos mismos liberales de izquierda, éstos empezaron a alejarse de las movilizaciones, pues sus líderes parecían ir por otros caminos, más conocidos, donde las negociaciones y el amiguismo son pan de cada día. Aún conservaban el gusto dulce de que se habían conectado con “el pueblo”.


Llegó el plebiscito octubre de 2020 o de entrada y ganó la constituyente, un 80% voto a favor. Ahora, de nuevo se insuflaban de ánimos optimistas, pues sentían que habían ganado. No sabían qué había pasado, pues todos esperaban que fuera un resultado peleado, pero no les importó: se sellaba el fin de la constitución de Pinochet, estaban casi eufóricos.


En la convención constitucional, este sector “liberal de izquierda” trataría de cooptar a los integrantes de esa asamblea. Usaron todos los métodos posibles. Incluso se aliaron con la derecha para evitar que ese órgano ejerciera su rol constituyente originario.


A cambio de preservar el régimen, introdujeron una serie de presuntas modernizaciones normativas, ninguna de las cuales contenía medidas más radicales en defensa del pueblo. Muchas de esas reglas respondían a intereses de organismos extranjeros, interesados en proteger los intereses económicos del capital transnacional tras un velo ecológico o feminista o indigenista.


Pese al éxito de esa operación, entre amigos y conocidos comentarían que la asamblea estaba “llena de ultra izquierdistas”. Para muchos de ellos era preferible rechazar, pero hacerlo significaría estar con la derecha y Piñera.
Las elecciones presidenciales, que prácticamente detuvieron el trabajo de la convención, les significaron un alivio y, casi, un infarto. Parecía que iban perder con su joven liberal. Pero como todas las veces, recurriendo a la diatriba de que se contraponían el fascismo o democracia, pudieron obtener el apoyo del pueblo.


El gobierno compuesto de “jóvenes viejos” hizo todo lo contrario a lo prometido: exacerbó la represión a las movilizaciones sociales, negoció con los partidos de la derecha, se arrimó a la burguesía, apoyó a los violadores de los derechos humanos, se convirtió en vasallo de los intereses de los Estados Unidos en Latinoamérica. Todos los que antes marchaban junto al pueblo en las calles, ahora miraban desde sus puestos “apitutados” como pasaban los días.


Respecto de la nueva constitución, esperaban que fuera avalada por la gente. Pero el mismo gobierno había sembrado la duda, pues ganara o perdiera la votación, iba a ser cambiada en el Congreso, “para hacerla mejor”. Lo mismo ocurriría, eso se había pactado con la derecha, si se imponía el Rechazo.


El punto en que ambas opciones convergían era que, fuera quien fuera el ganador, se trataría de una ventaja pequeña, de un equilibrio casi, que facilitaría las tratativas futuras.


Los resultados dijeron otra cosa, soprendiendo a todo el mundo. Tanto la derecha como los liberales quedaron desconcertados. Los primeros pudieron ocultar su estupefacción en la celebración del triunfo. Los segundos, en cambio, descargaron su ira y temor sobre los votantes que les habían negado su dicha: “rotos, no iré a marchar más con ellos”, “ignorantes”, “todo el pueblo es tonto”, etc.


Sea tonto o sabio, educado o bruto, el hecho es que ese pueblo no tuvo arte ni parte en ninguna de las decisiones que se tomaron. Sólo estaba ahí, esperaba el régimen, para que avalara sus planes y acuerdos.


No lo hizo en el primer plebiscito y en la elección de convencionales, y tampoco lo hizo ahora. Y al día siguiente, mostró nuevamente su fuerza, expresada en los jóvenes estudiantes secundarios.


Ahora, liberales y derechistas no entienden nada: ¿si ganaron, por qué parecen perdedores?


El pueblo no es tonto, señores. Concentra, porque es la fuerza creadora de la sociedad, toda la inteligencia posible. La de los parásitos, que se aprovechan de su esfuerzo, en cambio, sólo equivale a la pillería del estafador eterno.
Los tiempos son de lucha y cambios, no de apaciguamiento y negociaciones.


Ganaron, pero ahora andan asustados con un “nuevo estallido”. ¿Quién los comprende?


La respuesta está en los trabajadores, que no ven mejoras en sus sueldos, en sus vidas, menos esperanza de un futuro mejor. Parece ser que todavía está en vigencia la lucha de clases, tantas veces sepultada, y ahora se escucha que es el tiempo de que los destinos del país sean conducidos por los mismos trabajadores.