Porque esos andan por todos lados, pero especialmente en el Congreso Nacional. En la sala “Jaime Guzmán” del Senado se abarrotaron los representantes de los partidos del régimen para abrochar su “gran pacto nacional”. Para variar, nada les resulta.
Había salido clarito en las noticias.
A las tres de la tarde, después del almuerzo y el cafecito, se reunirían los principales dirigentes políticos del país para delinear el proceso que llevaría a la elaboración de una nueva constitución, tras el fracaso en las urnas del anterior proceso, que ellos mismos habían iniciado en la madrugada del 15 de noviembre de 2019.
Ahora, todo sería sin dinosaurios -es decir, sin gente con disfraz de dinosaurio, porque reptiles reales hay de sobra en el parlamento; algunos, incluso, hablan de reptilianos, pero eso es sólo una teoría- y con sobriedad republicana.
La sede del encuentro sería -atención, simbolismo- la sala de lectura de la Biblioteca del Congreso. Según un periodista de Canal 13, el sitio representaría un lugar “neutral” entre la Cámara de Diputados y el Senado. Seguramente, Iván Valenzuela quiso decir “compartido”, porque eso es lo que es.
Parecía una óptima selección.
Ubicada en el tercer piso de la mole facho-pinochetista que destruye el ambiente en Valparaíso más que todos los rayados y meados de perro juntos, la sala en sí es espaciosa y bonita; tiene parqué, en vez del piso de mármol que asemeja el edificio del Congreso al baño público más grande del mundo; y dispone de unos cómodos sillones rojos que invitan a quedarse.
Único problema: ningún congresista ha pisado esa sala de lectura en su puta vida.
Encontrarla ya era un desafío. Pero, además, hubo otros inconvenientes. Uno es quizás de decoración interior: el lugar es demasiado… transparente.
Unos enormes y muy limpios paneles de vidrio separan la sala del pasillo. Si los parlamentarios frecuentaran el lugar más habitualmente, no sería raro que nos enteráramos de numerosos casos de lesiones provocadas por sendos choques entre los vidrios y las jetas de los honorables.
Además de esa razón, hubo otras consideraciones del ámbito de la prevención de riesgos: ¿cómo se va a cocinar un acuerdo trucho entre los partidos corruptos si se puede ver todo desde afuera?
El otro problema es que el lugar no deja claro quién manda. Y el que manda -por lo visto- es el Senado. Su presidente, Álvaro Elizalde, ignoró las disposiciones previas y citó a un sitio que los que los miembros de la cámara -al fin y al cabo- alta consideran el lugar natural para las tratativas previstas: la sala Nº10 -aquí viene el remate del chiste- “Jaime Guzmán Errázuriz”. Un retrato del pervertido paniaguado de la dictadura corona ese cuarto.
Confusión. Unos fueron a la biblioteca, los otros, al otro sitio.
Y así, los principales dirigentes del Estado, los conductores políticos, los representantes de la ciudadanía, los paladines de la democracia y del civismo, convocados a resolver, mediante el diálogo con altura de miras y en un ánimo de reencuentro nacional, interpretando la decisión del soberano –no, del soberano no – del electorado, digamos mejor, el problema de las normas que guiarán nuestra vida en común, una que nos una, pero güena, esa gente, entonces, estuvo un buen rato peleando, por Whatsapp, a través de emisarios agitados que iban y venían entre las dos salas que quedan a unos metros de distancia, quién mandaba.
O sea, en breve, dónde iban a estar para hacer sus cositas sucias de siempre.
Ganó, no hace falta decirlo, el Senado, y Jaime Guzmán. Allí se abarrotaron los líderes y lideresas de la nación para ver qué hacían, aunque, se supone, que todo eso ya lo tenían pensado y bien pensado.
Pero parece que, a la hora de los quiubos, se les complicó un tanto el camino, pese a que el pasado domingo, ganó la opción favorecida por el oficialismo y la oposición.
Los promotores de la unidad nacional y de los acuerdos, ni se unen ni se ponen de acuerdo. No importa. Luego de un rato, decidieron citarse de nuevo para mañana -muy voluntaristamente fijaron las 9 de la mañana, una hora en que habitualmente se conceden “cinco minutitos más” entre los plumones- y traspasar todo el embrollo a una “secretaría técnica”.
Así, como los fantasmas de un sistema muerto que son, se concedieron una siestita atrasada, para después volver a sus tópicos habituales: dónde robar, qué mentir y cómo agradarle mejor a sus amos.