El resultado del plebiscito, 60% contra 40% a favor del Rechazo, golpeó, por lo sorpresivo, como un mazazo a los adherentes de las dos opciones. Pero en estas elecciones pasó lo mismo que en el plebiscito de octubre de 2020: los ganadores no quieren asumir su condición -y responsabilidad- y los perdedores no quieren ver las razones de su derrota.
No estaba en los libros de nadie. Por cierto, no figuraba en las encuestas que favorecían sistemáticamente al Rechazo. El resultado del plebiscito ratificatorio es demasiado tajante para haber figurado en las cálculos y previsiones de ningún sector.
Para quienes abogaban por el Apruebo, la votación parece la negación de todo lo que creían. Para los partidos políticos que postulaban la opción Rechazo, la magnitud de su triunfo supera las dimensiones de lo que pueden abarcar.
Es sorprendente. Al anuncio de los más masivos resultados de la historia electoral chilena, siguió un grave e indiferente silencio en el país. En el sector oriente de la capital, las celebraciones no superaron el entusiasmo de un campeonato de la Católica. En algunas cabeceras provinciales, el facherío local se subió a sus camionetas para ir a dar un par de vueltas a la plaza; al ristre, una bandera dieciochera (o, quizás, la que usan para homenajear el aniversario del “pronunciamiento militar”).
En otros sectores, el ánimo se exterioriza de manera más abstracta, digital, a través de breves y cerradas sentencias en las redes sociales. “Demasiada constitución para una sociedad colonial como la nuestra”; “no me vendas tus rifas para solucionar tus problemas de salud. Ahora pídele a tu patrón: quiero ver cómo te va”; “Chile, el país sin empatía”; “seguiremos siendo un triste rebaño irrazonable”; “señora de Petorca que no tiene agua para lavarse las manos, desde Concepción salí a las calles para buscar dignidad para usted. Hoy le pido disculpas, porque no sabía que era feliz sin lavárselas. No se volverá a repetir”; “la derecha sabía que era muy buena [la constitución] y trabajó muy bien los rotos, y ganó”.
Aquí, por supuesto, están los derrotados, cuyas esperanzas se vieron defraudadas. A juzgar por estas manifestaciones, que no son exabruptos aislados, éstos no pertenecen al pueblo trabajador, a los pobres, cuyo presunto comportamiento en las urnas juzgan con tanta insolencia.
Es una parte de la pequeña burguesía la que se ve contrariada, pero no por los rotos, los desinformados, los carentes de educación y medios, como ellos creen.
No. Fue la mayoría de sus vecinos, fueron muchos amigos, familiares y colegas de trabajo, gente como ellos, pequeñoburgueses, pues, los que no vieron satisfechas sus ambiciones sociales en el proceso constitucional y se volcaron al Rechazo.
No lo ven, porque no conviene. Sería demasiado inquietante.
A estos derrotados se suman diversos colectivos sociales que habían visto reflejados importantes planteamientos y demandas en el texto constitucional rechazado: agrupaciones ecologistas, de las disidencias sexuales, del feminismo, regionalistas.
Derrotadas también quedan numerosas ONG, que activaron y gestionaron esas posiciones, y las organizaciones muy, pero muy, gubernamentales de países europeos y de Estados Unidos que financiaron y dirigieron el proceso que le dio aquel carácter distintivo a la propuesta constitucional.
Perdieron también las compañías transnacionales que exitosamente habían logrado introducir garantías a sus intereses en el texto constitucional, sin dejar muchas huellas en aquel proyecto “anti-extractivista” y que se “hacía cargo de la crisis climática”.
Fueron derrotados, en un plano más político, partidos, como el comunista, que buscaron impulsar este proceso constitucional y mantener, al mismo tiempo, posiciones importantes en el gobierno.
Y digámoslo derechamente: sufrieron una derrota política fundamental todos quienes siguen postulando la ilusión de que se pueden realizar cambios dentro de este sistema.
La discusión sobre causas de la derrota de estos sectores, probablemente, será larga. Eso siempre ocurre cuando se quieren negar u ocultar los hechos más concretos de realidad.
El gobierno, cuya posición estaba asociada a la suerte del Apruebo, ha dirigido una política en contra de los intereses del pueblo, en un período de crisis: impidió nuevos retiros de los fondos de pensiones, en concordancia con las AFP; reprime diariamente a los estudiantes secundarios, en connivencia con la policía asesina; profundiza la guerra en contra del pueblo mapuche, empleando a las Fuerzas Armadas como instrumento; y opera en contra de las urgentes necesidades económicas de la población, en favor del capital.
Tendría que haber razones muy, pero muy poderosas, para que esos factores fueran indiferentes en un acto electoral.
Pero ese mismo gobierno, tempranamente, otorgó legitimidad, primero, a la opción Rechazo, y apoyó, después, su triunfo electoral, como parte de un nuevo “acuerdo por la paz” entre los partidos del régimen.
En un plebiscito, en que no existe una variedad, más o menos amplia, de opciones políticas, el papel del gobierno es determinante. En este caso, su cúpula jugó a favor del otro lado, engañando a no pocos de sus seguidores.
El presidente Boric se presentó ante el país exuberante y contento tras el fracaso del Apruebo. Tiene sus razones. La derecha y la Concertación le han concedido el dudoso privilegio de ser el rostro de su nuevo acuerdo, a cambio de nuevas y mayores concesiones.
Se sentirán victoriosos los partícipes de este plan. Pero sienten que están jugando con fuego. Ahora son ellos los que deben inventar la solución a la crisis, de la cual son los principales exponentes y causantes. Les toca ahora, a ellos, los moribundos, corruptos y desesperados, hacer su jugada maestra para sobrevivir.
Hay una fuerza, sin embargo, que no ha sido derrotada en este episodio: el pueblo.
El pueblo, ante las opciones que se le plantearon en el plebiscito, no fue protagonista ni se jugó nada. Muchas personas, aunque sea por razones erradas, expresaron, con un voto de Rechazo, su descontento.
Al final, todo sigue igual, como habría seguido igual con la victoria del Apruebo.
No es éste el camino del pueblo.
El pueblo tiene un solo destino: la victoria.
Y los otros, que se vayan haciendo la idea y que se adapten a esa realidad.