En estos días se ha conocido que el Ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, pretende solucionar los problemas de los estudiantes, entre ellos del Instituto Nacional, expulsándolos del establecimiento.
Las movilizaciones de los estudiantes de los liceos de Santiago centro son urticaria para los burócratas del ministerio de Educación de este gobierno y de los anteriores. A pesar de la brutal represión, de la insidia, de la prensa mentirosa, de las amenazas, nada detiene el avance del pueblo.
En su opinión no existen problemas, sino, más bien, son los estudiantes los que hacen problemas, porque no son capaces de “esperar” mientras se “estudian” las posibles soluciones a sus demandas. Oportunista e interesadamente los comparan con los alumnos de los liceos periféricos que deben aguantar el frío de las salas en invierno, el calor agobiante en el verano, la falta de infraestructura, incluso, de condiciones indecentes para educarse. ¡Esos no reclaman nada, se comen todas sus quejas y estos que tienen todo, reclaman!
Eso dicen los burócratas mientras llenan sus bolsillos, mes a mes, con sueldos millonarios, sentados apaciblemente detrás de un escritorio. Estos burócratas llegaron allí, no por cualidades intelectuales superiores, sino porque son parte de un partido político y/o poseían el ímpetu de pasar por sobre otros para apernarse en un puesto del aparato estatal.
Con este tipo de personas son con las que tienen que verse los estudiantes, o mejor dicho, esta es la calaña de personajes que, a través de falaces argumentaciones, quieren imponer su percepción del mundo a los escolares y al conjunto de la población. Llegaron a puestos de poder aprovechándose de las luchas sociales y estudiantiles y les dieron las espalda, apenas fue oportuno hacerlo.
Hoy el flamante ministro de Educación traza planes con el ministerio del Interior y con los pacos, buscando la manera de darle escarmiento a los estudiantes que periódicamente salen a protestar fuera o dentro de sus establecimientos.
La receta no es nueva. Un paso a paso, de manual, Piñera ya había señalado el camino: que entraran los pacos a los liceos a detener estudiantes; imponer directores soplones de la policía; usar fuerza extrema en la represión. Su memoria es corta, no recuerdan que todo aquello fue inútil, pues la movilización nunca paró.
Es más, aumentan la apuesta. Creen que apretando lograrán que el creciente conflicto en los liceos se detenga con represión. Temen la respuesta del pueblo, porque eso sí que no olvidan. Está en la memoria colectiva y lo saben. La semana en que los pacos golpearon y maltrataron a los estudiantes, aquella semana de mediados de octubre en que todo reventó. Un levantamiento popular estalló en el rostro de una clase política acostumbrada al abuso con absoluta impunidad durante más de treinta años.
El actual ministro de Educación no sabe lo qué es la precariedad en la educación pública, porque el ministro es un mercader de la educación. Así lo demuestra su trayectoria. Este burócrata viene de formar parte del directorio de una de esas fundaciones dedicadas al negocio de la educación subvencionada. Esa educación que le venden al pueblo como “de mejor calidad” y a la que lo invitan con la mentira de la “libertad de elección” en el mercado de la educación.
Ha sido claro y directo este funcionario en declarar cuál es la posición del gobierno respecto de las movilizaciones estudiantiles y su creciente agudización. Estudiante que pillen los pacos protestando, luego de pasar por la camotera en la comisaría, será expulsado. Los padres tendrán que humillarse ante ellos para pedir por su reincorporación y ahí verán, dicen, si le permiten volver y a qué establecimiento. Porque para ellos, y esto no se atreven a decirlo de frente, la educación no es un derecho, es un privilegio.
Así, el régimen está jugando sus últimas cartas. A la represión desmedida, en aumento diariamente, suman las viejas tácticas de enfrentar a unos con otros: estudiantes contra profesores, alumnos de liceos emblemáticos contra jóvenes de liceos con número; apoderados contra alumnos, alumnos contra apoderados. Pero esas sucias tácticas -soplonaje, infiltrados, terror, desconfianzas, etc.- el pueblo las conoce. No es la primera vez que se usan en su contra. La dictadura fue prolífica en desplegarlas cuando se vio acorralada. Pero nada de eso sirvió porque nunca el pueblo detuvo su paso.
De nada servirán ya las burdas explicaciones – que no hay plata- para mantener el estado de las cosas. Tampoco servirá la represión, ni la insidia. Mientras el régimen va dando sus últimos aletazos de ahogado, el pueblo día a día se fortalece en su convicción. Ya es tarde para mentiras y nuevas promesas. El pueblo sabe que el único camino que queda es la unidad y la lucha.