Salvador Allende alguna vez dijo que había dos clases de personas: los “jóvenes viejos” y los “viejos jóvenes”. Una distinción que viene al dedillo en estos días.
Ya sabemos que los partidos políticos están llenos de “viejos viejos”, seres que ominosamente debieran ser apartados de la especie humana pues, contra toda naturaleza, obedecen a impulsos del dinero más que al razonamiento.
Esa categoría comprende a todas las “joyitas” que ya conocemos. Esos que, por ejemplo, defendieron la constitución de 1980, porque les resultaba conveniente para sus intereses. La maquillaron un poco e hicieron creer que esos cambios bastaban para conservarla por más de 32 años. Una constitución que partió con la idea de preservar un orden económico de explotación de los recursos naturales y de minimización de los derechos de los trabajadores. Al igual que hoy, en el año 1989, prometían que cambiarían la constitución dictatorial. Pero una vez en el poder, vislumbraron rápidamente que podían ser amigos y contertulios con aquellos que antes parecían sus adversarios
Atrás quedaron las promesas y se lanzaron a un frenesí de privatizaciones de empresas del Estado, a una privatización de la educación total, donde cada quien trataba de establecer escuelas y ganar dinero, de fundar universidades y disfrutar del lucro. Para ellos, la libertad estaba en “elegir”. Podías elegir entre la escuela con número estatal y sin dinero o el colegio particular subvencionado con recursos otorgados por el Estado y disponibles a su antojo, que parecía mejor, pero que a todas luces era un robo desaforado. Lo mismo sucedía en la universidad, si no quedabas, eras libre de elegir una particular, que cobraba todo. Tanto las escuelas subvencionadas como las universidades privadas se convirtieron utilizando la jerga económica en “vacas lecheras”, es decir, en fuentes de dinero fresco para ser invertido en otros negocios.
Este sólo es una muestra de muchas de lo que hicieron esos “viejos viejos”, seres retrógrados que no tienen ningún escrúpulo de utilizar la violencia en contra de su pueblo, de utilizar la mentira como arma de infamia, de usar la amenaza para sembrar terror. Todo, para seguir con sus privilegios y un lugar en su querida política tradicional.
En la política actual, y frente al plebiscito constitucional, quedan en evidencia estos seres que se mostraban, incluso, indulgentes frente a temas sociales, pero que hoy día, apremiados por las circunstancias, muestran su verdadera cara: todos y todas son personas ruines.
Otra vertiente menor, pero no menos infame, son los llamados “jóvenes viejos”, aquellos que siguen a pie juntilla a los “viejos viejos”, pero que se dan cuenta que pueden hacerse del poder “refrescando la política” con la juventud. Siguen siendo jóvenes, pero el pensamiento que predican y siguen es el mismo de los políticos viejos. Utilizan los mismos conceptos, tienen los mismos amigos, les gusta el dinero, cuidan los intereses de los burgueses, utilizan a las fuerzas armadas y policías como represores contra el pueblo. Hoy nos gobiernan, y ante cualquier alerta de los políticos tradicionales operan siempre a favor de ellos. Recónditamente saben que ellos son sus maestros ¡cómo se van a equivocar!
En estas elecciones, las vueltas de carnero se deben a eso, pues, en el fondo, están a favor de la constitución del 80 y su permanencia. No dirán que la apoyan completamente, pero tampoco que la repudian. O depende. Son, como dirían algunos, chaqueteros: se vuelven hacia quienes parecen estar ganando en un momento dado y los apoyan. Mañana se abrazarán a otros ganadores, olvidándose oportunamente que antes se habían enfrentado a ellos.
Por último, están a los que aludía Salvador Allende “viejos jóvenes”, que están incluidos en los, simplemente, jóvenes.
En general, hoy son la mayoría del país que está fuera de los manejos de estos partidos políticos. Esto, porque, como jóvenes, pretenden cambiarlo todo. Los servidores del régimen los tildan de soñadores, ilusos, delincuentes, extremistas y todo lo que se les ocurra, pues atentan contra el orden establecido por los que quieren seguir en el poder.
Les temen, porque no son capaces de contenerlos, de individualizarlos. Son muchos y de todas las edades. Les temen, porque luchan por sus derechos y no se arredran por la represión, los castigos y las amenazas. Les temen, porque luchan por un mundo nuevo donde los que gobiernan hoy no están incluidos. Les temen, porque pueden hacer un levantamiento popular de la nada y seguir su lucha.
En la actualidad, el plebiscito de la nueva constitución se convierte otra vez en una disputa, pero no como la presentan en los medios de comunicación, entre partidos políticos y sus intereses, sino que en una lucha entre la “vieja política”, acompañada de su corrupción, de su represión, de sus delincuentes de cuello y corbata, de sus intereses económicos por sobre el ser humano, y de la mantención del poder como sea frente a un contrincante anónimo, que no sale en ningún lado, un protagonista de su propia historia, cuyo único medio que tiene para demostrar lo que sufre es su realidad, los esfuerzos diarios por sobrevivir, por la solidaridad sin fin a favor de sus iguales, la huelga, la manifestación, la lucha por su familia. Ese protagonista anónimo que es el pueblo es el que no quieren dejar ver, cuyas victorias pretenden invisibilizar.