¿Así, o más arrastrado?

La CUT celebró su aniversario como se debe: con aquel indecible organismo Juan Sutil como invitado de honor. Pocas veces y en pocos países, los sindicatos llegan a ese extremo de sumisión. Pero acá, parece, quieren romper el récord mundial.

Aclaremos, el aniversario no es el de la CUT de verdad, sino de cuando, en 1988, en Punta de Tralca, diversas agrupaciones sindicales acordaron la constitución de la Central Unitaria de Trabajadores, que comparte -y no por mera casualidad- las primeras letras de su nombre con la Central Única de Trabajadores, fundada el 12 de febrero de 1953.

Esa organización, dirigida por Clotario Blest, concibió su rol de la siguiente manera: “la lucha sindical es parte integrante del movimiento general de clases del proletariado y de las masas explotadas, y en esta virtud no puede ni debe permanecer neutral en la lucha social y debe asumir el rol de dirección que le corresponde. En consecuencia, declara que los sindicatos son organismos de defensa de los intereses y fines de los trabajadores dentro del sistema capitalista. Pero, al mismo tiempo, son organismos de lucha clasista que señalan como meta para la emancipación económica de los mismos, o sea, la transformación socialista de la sociedad, la abolición de clases y la organización de la vida humana mediante la supresión del estado opresor.”

Como “organismo de defensa de los intereses y fines de los trabajadores dentro del sistema capitalista”, la CUT y los sindicatos en general no dudaban en sentarse a negociar con patrones y gobiernos. Es parte de su tarea. El propio Blest subrayaba la ironía que le significaba ser un huésped frecuente tanto en la Penitenciaría como en La Moneda, aunque, explicaba, en el primer establecimiento se respiraba un mejor ambiente que en la sede gubernamental.

De hecho, mientras más fuerte un sindicato, menos necesidad tiene de recurrir a la acción directa o a la huelga. Es como en la guerra: hay un efecto de disuasión que los empresarios no pueden dejar de considerar.

Sin embargo, dentro del capitalismo, la clase dominante y, por ende, la más fuerte es la de los capitalistas. Por eso, los trabajadores no pueden obtener nada sin luchar. Y por eso es que no tienen de otra que proponerse “la abolición de clases y la organización de la vida humana mediante la supresión del estado opresor.”

Así es la cosa, nomás.

La Central Unitaria de Trabajadores, es decir, la CUT actual, fue creada en las postrimerías de la dictadura. Primó en ella la influencia de organismos y dirigentes de la Democracia Cristiana. Éstos se habían beneficiado de una cierta tolerancia del régimen y de importantes ayudas económicas y políticas de entidades europeas y estadounidenses.

El ministro de Hacienda, Mario Marcel, uno de los invitados al acto de aniversario realizado este viernes, recordó que “me ha tocado interactuar con los dirigentes de la CUT básicamente desde sus inicios; recuerdo cuando Arturo Martínez y Manuel Bustos iban a Cieplan en esa época a actividades de capacitación”. Cieplan era una ONG, ligada a la Democracia Cristiana, financiada con recursos de las fundaciones Ford y Rockefeller de Estados Unidos, e importantes nexos a organismos internacionales. Allí, trabajaron los principales dirigentes de los primeros gobiernos de la Concertación, como Alejandro Foxley, René Cortázar o Edgardo Boeninger.

Su influencia sobre la CUT fue importante. En Cieplan se promovió el llamado “diálogo social” que marcaría los primeros años de la post-dictadura. En términos llanos, ese “diálogo” consistía en que las propias organizaciones sindicales debían cumplir un papel central en frenar y suprimir las demandas de los trabajadores tras el fin de la tiranía, para, así, asegurar la continuidad de las mega-ganancias del capital.

Ese esquema sólo resistió un par de años. El resultado de su aplicación fue una crisis profunda del movimiento sindical que se ha prolongado, en un continuo descenso, hasta hoy.  

Porque hoy, además del ministro Marcel y su colega de la cartera de Trabajo, Jeanette Jara, el invitado de honor fue nadie más y nadie menos que el minúsculo microorganismo, esa ameba patronal que es Juan Sutil, el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, que, por cierto, nada produce y todo lo comercia.  

“Nunca pensé que estaría en este podio”, exclamó, ante las risas de los asistentes.

Esa es una afirmación muy verdadera, casi profunda.

Primero, porque Sutil no piensa mucho. Pero, sobre todo, porque, hasta a él, debería resultarle sorprendente que haya tantos supuestos dirigentes sindicales dispuestos a arrastrarse como la babosa que es.

Lo que prueba que siempre, siempre, se puede caer más bajo.