Los mercenarios presentes en Ucrania, en su mayoría son soldados que responden ineludiblemente a un solo jefe, Estados Unidos. Hasta el día de hoy han muerto más de dos mil, de países como Reino Unido, Polonia, Turquía, Rumania, Canadá, Bielorrusia, y de Brasil, entre otros muchos países.
Durante décadas, Estados Unidos ha estado asesorando y armando a los países que son parte de su hegemonía militar. Entonces, ante el llamado de personas que sepan usar el armamento occidental en la guerra en Ucrania han fluido unos miles, a los que estuvo entrenando por años y que obedecen su doctrina. Le interesa que sean ex militares, para no tener problemas diplomáticos con los países de procedencia.
Sabemos de sobra quiénes se han imbuido de esa doctrina en el que el respeto a los derechos humanos es secundario frente al objetivo que se quiere lograr. En Latinoamérica conocemos de primera mano el uso de los militares como traidores de su pueblo, comprándolos con dinero, cargos y poder, durante las dictaduras militares.
Pero ha sido en las últimas décadas en las que, bajo gobiernos “democráticos”, Estados Unidos ha intervenido en los ejércitos de distintos países, creando pequeñas réplicas de un modelo elaborado por el Pentágono, especialmente en Latinoamérica. La escala es pequeña. Se trata de equilibrar fuerzas para evitar que luchen entre ellos. El enemigo a derrotar es interno: es el pueblo.
Para ello crearon decenas de ejército locales “compatibles” en doctrina, organización y equipamiento, que se pueden unir en un solo ejército que pueda intervenir a nivel continental. Esa línea se implementó en Haití, con un mando brasileño y con tropas de casi todos los países del continente, que intervinieron para derrocar a un presidente de izquierda, para luego provocar el caos que sigue reinando en ese país hasta hoy día. La unidad lo da un solo uniforme, una sola doctrina, el uso del mismo armamento y la lealtad a Estados Unidos.
Esa pleitesía de los militares latinoamericanos, y del resto del mundo, a otro país los vuelve traidores a su nación, cosa que parece importarles poco. Prefieren gozar con los cursos dados por los yanquis, con las medallas por no hacer nada y por los sueldos astronómicos que cobran por su “trabajo” de proteger la democracia en estos países.
Cuando Estados Unidos necesita mercenarios para apoyar las labores de su ejército en Irak, se trasladaron gustosos militares de Chile, Colombia, Brasil, Argentina, etc., para hacer labores de guardaespaldas, guardias de empresas, para eliminar posibles agresores, entre otros usos.
Debe quedar claro que ser mercenario no es un trabajo, sino que es una tarea dada a un individuo que va a otro país a matar personas, contrario a toda legalidad y toda moral y que cobra por hacerlo. Es un asesino a sueldo. Deberían ser juzgados por los crímenes que realizan. Pero eso no ocurre, debido a la protección que brindan los norteamericanos a sus tropas y a sus esbirros que luchan por ellos. Generalmente, la labor a realizar en concordancia con las tropas estadounidenses es de neutralizar enemigos; las bajas propias son menores y la ganancia es jugosa.
El problema actual en Ucrania es que, pese a ir a luchar por Estados Unidos, es decir, por Ucrania, para el gobierno de Rusia no son soldados beligerantes en la guerra, sino que son asesinos que operan en la ilegalidad, siendo apátridas y con el fin de ganar dinero, identificándolos con lo peor de la bajeza de los seres humanos. Por esta razón, son aniquilados sin piedad en los bombardeos y si son tomados presos no están protegidos por los tratados internacionales que amparan a los combatientes en un conflicto militar, entonces son pasados a la justicia ordinaria como asesinos y las penas que tendrán que pagar son las más altas en cualquier justicia penal.
No es capricho de Rusia el empleo de esta forma judicial para enfrentar a esos enemigos. Antes, durante la guerra contra el terrorismo, Estados Unidos usó el mismo método legal para encarcelar a miembros del Talibán que luchaban contra ellos en Afganistán, quitándoles cualquier esbozo de justificación a su lucha y remitiéndolos a la categoría de mercenarios. Y así fue como los encarceló en Guantánamo con medidas infrahumanas, castigando a los detenidos con la ausencia de los sentidos, tapándoles los ojos, cubriendo sus oídos con audífonos, poniéndole guantes y capuchas, trasladándolos con carretillas para que no caminen, además de privarlos del sentido del tiempo, y manteniéndolos en cubículos abiertos. Todo esto, sumado a la inexistencia de documentos que indicaran que estaban detenidos y de una posible defensa. Simplemente, los mercenarios no existen como sujetos en una guerra, no tienen ningún derecho. Eso plantean los estadounidenses.
Este método de los mercenarios fue usado por las potencias colonialistas europeas. La muerte de Patrice Lumumba a manos de mercenarios belgas; los mercenarios sudafricanos en Angola y Namibia; la Legión Extranjera de Francia, fueron predecesores del mecanismo luego usado por la CIA.
Aquel ser humano que se encamina a luchar en otro lugar del mundo por dinero, sabiendo que cometerá crímenes, debería ser juzgado en cualquier lugar del mundo como asesino, incluso si sólo actúa como cómplice. No hay ninguna justificación, ni política, ni religiosa o de simpatía. Son pocos los seres que se arriesgan a cruzar esa línea de la civilización. Debería remarcarse el límite con la barbarie y la irracionalidad.