Quienes cuidan, principalmente, somos mujeres, a nuestras madres y ancianos. Nacer es la consigna primera ¿pero quién nos enseña a caminar hacia la muerte? Si somos marxistas y dialécticos, no nos debería espantar hablar de nacer-morir, somos los actores de nuestra propia felicidad, no pedimos permiso para tomar las riendas de la vida, y no sólo la nuestra: la de nuestros madres y ancianos.
“Si hay algo que ennoblezca a la juventud, es el miramiento y el respeto a los ancianos” José Martí
Constatamos hoy que se envejece con enfermedades producto de una vida de trabajo duro y explotación, como el Alzheimer y demencias. Seamos claras y directas: quienes nos dieron el pan, nos educaron, nos cuidaron, necesitan lo mismo cuando se vuelven viejos. Es una obligación, es de justicia, es dignidad. Y esta labor la realizamos sin ningún apoyo de ni de la sociedad, ni del Estado, el que por generaciones se sirve de nuestro trabajo y de nuestra vida. Es una masiva realidad el abandono de nuestros viejos, ni hablar de las pensiones y como deben seguir generando recursos para poder comer. El Estado recién comienza a implementar algunas medidas que son casi irrisorias y muy poco efectivas. Están en la etapa del taller, cuando lo que se requiere son hogares especializados, geriatría, neurólogos y siquiatras; no talleres, sino que, en los consultorios, haciendo visitas domiciliarias, remedios que ya en países europeos son distribuidos para el tratamiento preventivo del Alzheimer; centros diarios y diurnos donde se pueda llevar a nuestros abuelas y abuelos para ser estimulados y no perder su capacidad tan rápido. La autoestima consiste en no proclamar la importancia de ellos, sino que en que ellos cumplan una función en la sociedad.
La indignidad y el maltrato de los centros de salud ya no admite análisis: las listas de espera para acceder a un tratamiento que demora años; las siglas como el GES, que se implementan sólo para mostrar hacia afuera que algo se hace, cuando en realidad sólo inflan el aparataje burocrático, discriminador y paternalista, donde somos sólo un cuerpo que no se escucha, donde somos mirados por el personal de salud como “beneficiarios” y no como seres con derechos ganados a costa de nuestro trabajo. Ese 7% que nos roban no nos asegura ni siquiera una hospitalización digna. Hoy esta normalizado hospitalizarnos en pasillos, atendernos en camillas, y no mirarnos a la cara. La formación de los profesionales de salud es cada vez más elitista y empresarial. Es la salud para ellos un lugar donde ganar posición y dinero a costa de nosotros, la mayoría trabajadora.
También para la izquierda, los ancianos se tornan invisibles, por cuanto hay un presente que sólo parece mirar cuerpos juveniles y la historia se olvida rápidamente de nuestros rostros curtidos y seniles en cuanto depositamos toda imagen en un revolucionario que no envejece y que no pierde lucidez y capacidades. La deuda con la historia es el presente de nuestros viejos, y no por piedad ni lástima, sino que en el entendido revolucionario que ellos nos anteceden.
Instalar la demanda desde la ancianidad es, sin duda, un desafío, marchar a paso lento, llevar el lienzo a tiritones y acuñar consignas que rimen con rostros arrugados y que olvidan.
Tomar esas manos e integrarlas a la ronda de nacer morir con todo el derecho y la dignidad es urgente.
Cuando hablamos de revolución, de igualdad, estamos hablando de esto, de lo que nadie habla, de lo que escondemos tras las casas pobres, de ese anciano que nadie ve tras las ventanas cerradas.
Es necesario implementar escuelas para cuidadores, centros recreacionales para cuidadores e insertar la demanda en el centro de la lucha popular.
Los abuelos no pueden marchar, por eso hay que multiplicar nuestros pasos y hacer de esta realidad una lucha por enfrentar en la calle y establecer al interior de nuestras organizaciones la discusión sobre nuestro morir.
Estas palabras no pretenden pedirle al régimen ni tampoco aboga a su paternalismo.
No busca la victimización; la realidad está aquí para ser cambiada por nosotros mismos: es el poder del pueblo y su inmensa fuerza el grito de nuestros ancianos que conquistará todo lo que merecemos por el ayer y por el presente.
Nada aquí está escrito desde la elucubración. Hay una apuesta diaria por una revolución que parte por uno misma, un revolucionario tiene el deber de develar la realidad, tiene el deber de luchar por los invisibles, tiene el deber de cuidar a quienes le dieron la vida
Esta es la invitación. A integrar los temas de los ancianos a la lucha y la demandas del pueblo.
A cambiar la cultura de la juventud por una cultura de la vida-muerte.
A poner el tema del Alzheimer, la demencia y los cuidados en el centro de la lucha.
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”… esta frase hay que cambiarla por
Ser joven y no cuidar a los viejos no es ser revolucionario.
Rosy Sáez
Poeta y cuidadora de su madre, Sara Núñez con Alzheimer