Anoche, de salida del trabajo, por las calles de Santiago Centro, un trabajador fue asaltado. Le cortaron el cuello, cayó al suelo y agonizó. Transeúntes llamaron a los números de emergencia. Nadie contestó. Pasó una cuca, pero no pescaron. El hombre de 56 años, murió allí, desangrado.
Si hay alguien al que ninguno de nosotros recurriría, es a un paco. No sólo no son de los trigos más limpios, por eso de estar siempre vinculados al hampa, a los traficantes, proxenetas y toda la mala calaña de nuestra sociedad, siempre sacando su tajada, participando del negocio. Además, estos sátrapas tienen sangre en sus manos.
A cambio de hospital propio, villas propias, jubilaciones onerosas y cuanta regalía más se le ocurra imaginar, estos sujetos se llenaron las manos de sangre durante la dictadura militar. En sus filas recibieron sicópatas, delincuentes de la peor ralea, acomplejados, violentos, insignificantes y un sinfín de esos seres, que no sabemos sin son humanos, porque de humanidad, tienen muy, pero muy poco. Tal vez, sólo el aliento. El aliento para robar, asesinar, humillar y maltratar.
Y así fueron anoche. Inhumanos, mil veces malditos. Un hombre se desangraba en la vereda, a metros del Palacio de la Moneda, allí en Santiago Centro, en la tarde noche, cuando el pueblo sale del trabajo y afuera campea el lumpen y los pacos guardándoles el negocio.
Tal vez será por eso que hicieron caso omiso a la petición de ayuda que le hicieron los compasivos seres humanos que se detuvieron ante la desgracia del hombre, de 56 años, acuchillado minutos antes, y trataron de ayudarlo, llamaron a los inútiles números de emergencia, a las ambulancias, a los pacos. Nadie contestó.
Hasta que pasaron ellos, los muertos vivientes. Oliendo carroña. Que mira, allá va el fulanito de tal, que nos debe, que la tajada, que para, que esta otra anda muy suelta, que nos debe, que la tajada, y claro, de repente se encuentran con gente con cara de que trabaja, que se compadece, una especie que desaparece en las noches cuando ellos, las hienas, hacen a su antojo, en las calles de Santiago Centro.
Ingenuos los transeúntes, triste el espectáculo de esa muerte que les tenía que tocar, en sus manos, frente a sus narices. Y estos animales, en un auto verde. Probablemente, hasta se habrán reído cuando se marcharon sin apenas bajar los vidrios, parar la cuca.
Hoy su autoridad anunció que fueron dados de baja por denegar el auxilio. Como si tuviera alguna importancia, ni siquiera sabremos si esos animales fueron dados de baja porque no sabremos sus nombres. Nunca dan sus nombres porque, tal vez, nunca los dan de baja y por eso siempre, siempre, nos topamos con las mismas bestias, una y otras vez.